TEMPLESPAÑA

DEL PRIORATO DE SION Y OTROS MITOS NOVELESCOS

Ponencia impartida en la mesa redonda sobre la Orden del Temple celebrada con motivo del Ciclo Cultural de Otoño en el Monasterio Benedictino de Santa María la Real de Irache (s.VIII), en Ayegui, Navarra, España, el 23 de octubre de 2004.

Autor: Fernando Arroyo Durán
Fotografías: Jesús Ramos y Antonio García Omedes



Vista del Monasterio Benedictino de Santa María la Real Irache (s.VIII), con el Montejurra al fondo.
Marco de las ponencias del Ciclo Cultural de Otoño 2004, organizado por el Ayuntamiento de Ayegui, Navarra.

De novelescos infundios históricos y teológicos

Esta exposición no es un análisis profundo o una crítica literaria de pretendidos ensayos de «investigación histórica» como El enigma sagrado (Holy Blood, Holy Grail, 1982) ni de su «secuela» novelística El Código da Vinci (2003), el gran éxito de ventas de Dan Brown. Ni de éstas, ni de las demás obras literarias del entramado editorial creado en torno al fraudulento Priorato de Sion, obras todas ellas basadas en puras mixtificaciones pseudohistóricas y pseudoesotéricas, como veremos.

El problema de este tipo de literatura es que muchos de sus lectores, los ideológicamente más predispuestos a creer sin espíritu crítico ni capacidad intelectual ciertas supercherías, o simplemente los que no son especialistas en las materias que sirven de marco o telón de fondo a la trama de ficción, no saben luego separar el «grano» de la «paja», discernir la verdad de las mentiras.

Existe además un peligro en estas publicaciones sensacionalistas cuyo trasfondo es la historia del cristianismo y de la Iglesia, y es que en la actual era de la información (escasa la valiosa entre una ingente cantidad de morralla), en unos tiempos de querencia por el consumo de lo inmediato y superficial, se leen más que la Biblia y que los estudios históricos y teológicos académicos o, cuando menos, metodológicamente serios. Es decir, se prescinde de las «pesadas» fuentes originales y eruditas en favor de los «ligeros» productos puramente comerciales.


Ábside de la iglesia románica (s.XII) del Monasterio de Irache

Interior de la iglesia del Monasterio de Irache

En una encuesta que se publicó en Internet tras el éxito de El Código Da Vinci, un 66% de los participantes en la misma indicaban que la lectura de esta novela les había hecho variar su concepción del cristianismo. En este significativo alto porcentaje podemos entender que no estamos ante algo inocuo o irrelevante, sino ante algo de una enorme gravedad. Una obra de ficción tendenciosa, una obra plagada de mixtificaciones concebida simplemente para vender mucho y también para desprestigiar a la institución eclesiástica, hace variar a más de la mitad de sus lectores sus concepciones, que en muchos casos serán no solo las históricas sino también las de índole espiritual o trascendente (obvimente, muy someras)...

No entraremos en lo que nos merece la literatura concebida como mero producto de mercadería. Tampoco queremos pensar que existen siniestros intereses ocultos en las intenciones de todos estos cuentistas, más allá de las que se derivan de la «cultura del pelotazo»… Sin embargo, sí que pensamos que esta tendencia moderna a vulgarizar el cristianismo no ha de ser casual…

En la novela de Dan Brown a la que nos estamos refiriendo, por ejemplo, vemos ya desde el inicio una premeditación al engaño, pues en su preámbulo afirma que las descripciones de los lugares y de las obras de arte que aparecen en su relato, así como los documentos que se citan, son fidedignos, pretendiendo con ello otorgar un valor histórico a su obra de ficción literaria. Aparte de que no se puede dar la misma credibilidad a unas descripciones de lugares y obras de arte que a los supuestos documentos vinculados al fraudulento Priorato de Sion, del que hablaremos más adelante, vemos que incluso en las descripciones de lugares hay «errores» sólo explicables desde una intencionalidad manipuladora por parte del autor o desde su desconocimiento material de lo que está describiendo...

Sospechosos son igualmente los «errores» históricos y teológicos. Por citar uno de los más notorios, plantea la novela que el Concilio de Nicea, que tuvo lugar entre el 20 de mayo y el 19 de junio del año 325, reformuló el legado espiritual del cristianismo primitivo de forma tan radical que supuso crear una nueva religión: el catolicismo. Entre otras cosas, se basa el autor (a través de sus personajes) en que la condición de Jesús como «Hijo de Dios», que como Dios mismo es algo inconcebible y blasfemo para le religión judía, fue introducida en el Concilio de Nicea y que sobre ello la Iglesia cimentó su dogma. Pues bien, al menos desde el siglo II está documentada en diversas fuentes doctrinales cristianas la condición de Jesús como «Hijo de Dios», por lo que no fue una idea novedosa o un invento introducido en Nicea. En el propio Nuevo Testamento ya se menciona a Jesús como «Hijo de Dios» (Jn. 1:49; Mt. 26:63-64, etc.), amén las claras referencias a su carácter divino como Verbo o Logos (Jn. 1:1-5), como «unigénito Hijo, que está en el seno del Padre» (Jn. 1:18), como «imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación» (Col. 1:15), etc. Por ello, debemos concluir que la opinión mantenida por Dan Brown en su novela, a través de personajes que se presentan como «especialistas en religión», es a todas luces una falacia.

Tanto la versión alternativa de la historia de Jesús que se propone en la novela (de carácter exclusivamente político-revolucionario, en la línea de autores anticristianos como el historiador ateo judío Hugh Schonfield o el masón Robert Ambelain), como las fuentes que se citan para sostener sus tesis, carecen de base histórica. En la novela se nos presenta a un Jesús cuya vida no es otra cosa que la persecución de un objetivo político en el sentido moderno, limitando dicho objetivo a la pretensión de ocupar el trono de Israel. Entre otras cosas, Brown (sus «especialistas») no caen en cuenta de un detalle fundamental, y es que en la figura del Mesías judío la misión espiritual y la política son inseparables. De hecho, a pesar de que el episodio del Domingo de Ramos, en que Jesús entra en Jerusalén montado en un asno, tiene una connotación política incuestionable, ello no significa que Jesús aspirara al trono de Israel, pues aun habiendo asumido el papel de Mesías y de Hijo del Hombre —en arameo, Bar Nasha, que en los Evangelios sinópticos se aplica al Mesías esperado por el pueblo judío (Mt. 26, 63-64; Mc. 14, 61-62; Lc. 22, 66-69)—, lo que asume no es la imagen de un rey triunfante o de un caudillo militar victorioso, sino la condición de siervo sufriente que viene a redimir los pecados del pueblo, tal como fue profetizado (Is. 52:13-53). Y aunque sus seguidores mantuvieran expectativas más terrenales que espirituales con relación al Mesías, lo cierto es que Jesús interpretaba también la profecía veterotestamentaria de Zacarías (12:10), como bien demuestra el hecho de que sus discípulos a menudo no le comprendían. Es decir, no comprendían el sentido de unas palabras de una elevadísima espiritualidad, pues como el propio Cristo les dijo: «Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo.» (Jn. 8:23).

Por otro lado, tenemos un pasaje de la novela en que aparece un «monje» del Opus Dei como un asesino que mata para impedir que el «secreto de María Magdalena», supuesta «esposa» de Jesús en la trama novelesca... En primer lugar, no hay en el Nuevo Testamento ni en ningún otro texto del siglo I mención alguna a la existencia de tal «matrimonio», como tampoco hay mención explícita alguna en los textos gnósticos de los siglos II y III. En segundo término, Dan Brown demuestra su desconocimiento y falta de rigurosidad al no saber que los miembros del Opus Dei ni son monjes ni visten hábitos. Además, presenta a la prelatura personal como una organización tradicionalista radical en la línea de los tridentinos, hostil al Concilio Vaticano II (1962-1965) y a las tendencias modernizadoras de la Iglesia, cuando fue precisamente el fundador del Opus Dei, el español San Josemaría Escrivá de Balaguer, uno de los precursores del mensaje del concilio ecuménico convocado por el Papa Juan XXIII.

Para no extendernos demasiado entresacando más errores e infundios, que hay más de una treintena, diremos que resulta evidente que en la novela de Dan Brown no hay ni «claves esotéricas» ni tantos «hechos históricos» como algunos creen, incluido el propio autor, pues si bien su tendenciosidad anticatólica es manifiesta y deliberada, no lo es menos su ignorancia en materia histórica y teológica, denotando que su formación en estas materias y sus fuentes de consulta no van más allá de las lecturas de autores tanto o más «surrealistas» que él, como Gérard de Sède, Laurence Gardner, Margaret Starbird, Lynn Picknett, Marilyn Hopkins..., o el «trío calavera» de autores de los «ensayos esotéricos» titulados en España El enigma sagrado y El legado mesiánico (lo de «calavera» es por el cráneo que aparece en El enigma sagrado del rey franco Dagoberto II, rey mártir que en la trama del Priorato de Sion urdida por Pierre Plantard representa un papel central dentro de la «estirpe secreta» de Jesucristo)…

Hay que señalar también que gran parte de los culpables de que lo que son meras fantasías y falseamientos se presenten como hipótesis dignas de consideración —y hasta de representar un verdadero cuestionamiento histórico y teológico—, son en gran medida los defensores que surgen como hongos dentro del mundo de divulgación —que no por casualidad son una auténtica constelación de «mendigos» de la literatura y de periodistas amarillistas que tratan de subirse a todos los «carros» de la moda—. En este sórdido mundillo carente de la más mínima ética y decencia, hay quienes «argumentan» que el éxito de El Código da Vinci radica en que «evoca arquetipos muy poderosos», entre otras pretenciosidades… Ya es ridícula cursilería el llamar «arquetipos muy poderosos» a toda una serie de complots extravagantes y planteamientos rocambolescos, como ridículo y contratradicional lo es pretender que el Santo Grial material no sería el cáliz de la Última Cena sino los restos de María Magdalena, basándose en una rebuscada y forzada asociación «etimológica»: «santo grial» > «sangrial» > «sang real» > «sangre real». Es decir, que en la trama danbrowniana el arquetipo cristiano y universal de la «demanda» griálica no es la búsqueda de una reliquia sagrada a la par que una búsqueda metafísica o espiritual, sino la búsqueda idolátrica de unos restos necrológicos (santos restos, eso sí) de la que habría sido madre de una niña de «sangre real», Sarah, la «hija de Jesús», de la que descendería el regio linaje de la dinastía merovingia, una familia de estirpe germánica que gobernó la actual Francia, Bélgica, una parte de Alemania y de Suiza entre los siglos V y VIII, que eran en realidad descendientes del jefe militar franco Meroveo, fundador de la dinastía.


Claustro viejo del Monasterio de Irache, del siglo XVI y estilo plateresco, obra de Martín de Oyarzábal

Sepulcro de San Veremundo o Bermudo, primer abad benedictino del Monasterio de Irache, entre 1052 y 1092

En definitiva, que en El Código da Vinci se habla mucho de claves misteriosas, de símbolos esotéricos, de secretos trascendentales no revelados, para al final llevar al lector a una prosaica conclusión de que la arquetípica y universal búsqueda del Santo Grial culmina al descubrir que Jesús estaba casado con María Magdalena, que tuvo hijos y que sus descendientes son los aspirantes al trono de Francia…

Más que evocar arquetipos muy poderosos, lo que hacen estos autores, Brown y compañía, es vulgarizarlos y falsearlos en grado sumo… Y todo para buscar su propio «santo grial»: la «clave del éxito» comercial, pretensión no inmoral o ilícita en sí misma, pero que resulta deleznable cuando se trata de obtener a costa de vender productos conscientemente adulterados y «tóxicos». En este caso, la fórmula para generar imposturas literarias consiste en recurrir a temas que interesan a muchas personas y a otros muchos genera morbo: los entresijos vaticanos, la vida oculta de Jesús, los «heréticos» templarios, las sociedades secretas, el Opus Dei, el feminismo radical de la Nueva Era, las teorías «conspiranoicas» de toda índole… Todo ello aderezado con doctrinas pseudoesotéricas, es decir, de falso conocimiento interior que es recibido por la personalidad y no por la Conciencia. En los tiempos actuales, donde el materialismo y el psiquismo predominan sobre la espiritualidad, se han multiplicado de manera desorbitada las escuelas pseudoiniciáticas, la mercadería de almas, de libros y de teorías a cual más disparatada… Todo se despoja de su real sentido y se reviste de burdas patrañas sensacionalistas. Los que sistemáticamente se dedican a tergiversar la historia e inventar doctrinas, cínicamente acusan a una venerable institución secular como la Iglesia de haber tergiversado e inventado… Afortunadamente, no todos estos oportunistas dan con la «clave del éxito» tan ansiada, más bien son pocos los que lo consiguen en comparación con la pléyade de vagabundos del intelecto que como pollos sin cabeza buscan hacerse hueco en un campo abonado de pestilente detritus y más que trillado. De hecho, aprovechando la estela superventas de El Código Da Vinci, otros mercachifles han pretendido también colar de rondón sus productos en forma de secuelas alusivas, artículos sensacionalistas, pastiches impresentables o reediciones de obras que en su día pasaron por el mercado sin más pena que gloria.

Si una única cosa buena puede obtenerse de este pandemónium, es que a muchas personas las ha llevado a interesarse por temas que antes desconocían y en los que, a poco que se tomen la molestia de profundizar a través de lecturas serias y ciertamente reveladoras, descubrirán verdaderas claves ocultas para saber lo que es real y trascendente, que no son precisamente «claves ocultistas». Por desgracia y como siempre ocurre, de entre el nuevo aluvión de interesados en estas materias, son más los que terminan deambulando por la amplia senda de la perdición que los que logran entrar por la estrecha puerta del conocimiento…

Realmente cuesta trabajo, para alguien que lleva años estudiando en profundidad la historia y los aspectos doctrinales del cristianismo y de la Tradición Primordial, entender cómo es posible que la gente se trague sin más, sólo porque lo dicen unos autores de bestsellers, tanta patraña y tanta sandez, que en algunos puntos supera en cuanto a fantasiosidad a las novelas de Tolkien (magníficas, por otra parte, y sin necesidad de recurrir a pretenciosidades pseudohistóricas).

Dijimos al principio que no entraríamos a analizar en profundidad la novela de El Código da Vinci, entre otras cosas porque ésta no es en realidad más que el exponente final, el canto de cisne de un género mixtificador y una moda pasajera, por mucho que siempre aparecerán nuevos títulos con pretensión de convertirse en bestsellers a base de descubrirnos nuevos «secretos ocultos y desestabilizadores», como los que «custodia» el Priorato de Sion…

La farsa del Priorato de Sion

El Priorato de Sion, la supuesta orden o sociedad secreta fundada en 1099 en Jerusalén a la que habrían pertenecido conocidos personajes históricos, es en verdad una asociación surrealista fundada el 20 de julio de 1956, según consta en el Boletín Oficial de la República Francesa número 167, página 6731, que se caracteriza por sus tintes rosacrucianos modernos. De corte nacionalista y legitimista de la monarquía francesa, su revestimiento de mitos y falsedades ha derivado en un vulgar entramado editorial. Éste es todo el «misterio» que rodea al «enigmático» Priorato de Sion.

Muy resumidamente, la pretensión del Priorato de Sion es que hubo un tiempo en que dicha sociedad secreta y la Orden del Temple eran una misma organización, y que en un momento determinado de la historia se escinden, escenificando dicha escisión con la tala de un olmo milenario en las proximidades del castillo de Gisors, histórico lugar de reunión de los reyes ingleses y franceses.

Sobre este novelesco mito se monta un entramado que hilvana, con enormes dosis de fantasía e invenciones, acontecimientos y personajes históricos para venir a decir que el Priorato de Sion es el depositario de un secreto que derribaría los cimientos de la Cristiandad: nada menos, como ya hemos dicho, que Jesús estaba casado con María Magdalena y que cuando ésta huyó al sur de Francia lo hizo embarazada… Y aún hay más: que los descendientes de Jesús habrían emparentado con los reyes merovingios y que esa dinastía, protegida por el Priorato de Sion, sería hoy la heredera del trono de Francia, y ya puestos de la Cristiandad entera... Porque claro, la obsesión que padecen todos los ultranacionalistas es que se creen que su nación —o pseudonación en algunos casos— es el ombligo del mundo, obsesión tras la que en realidad subyace una profunda frustración y un enorme complejo de inferioridad. Por supuesto, el último eslabón de esta cadena de despropósitos, el descendiente directo de Jesucristo, no sería otro que el embaucador y fantoche Pierre Plantard, del que ahora hablaremos.

El Priorato de Sion también se pretende guardián de la verdadera fe en Jesús y María Magdalena, basada en la teoría del «sagrado femenino» (una teoría gnóstica de equilibrio entre lo sagrado masculino y femenino), sosteniendo que entre sus filas contaron como grandes maestres a Newton, Botticelli, Leonardo da Vinci, etcétera —curiosamente, ninguna mujer—.

Y sobre esta historia tan extravagante, que cabría tomar a guasa si no fuera porque ha cambiado concepciones sobre el cristianismo a mucho crédulo y enriquecido a costa de ello a mucho inescrupuloso, se han ido tejiendo toda clase de conjeturas encaminadas a emparentar a diversas familias regias y nobiliarias europeas en una rama del linaje sagrado davídico de cuya existencia no hay la más mínima base histórica.

Para empezar, diremos que el Priorato de Sion no tiene absolutamente nada que ver con la mal llamada «Orden de Santa María del Monte Sion», que no es en realidad otra cosa que la Orden del Santo Sepulcro fundada en Jerusalén hace más de 900 años por Godofredo de Bouillon durante la Primera Cruzada, sino que, como hemos dicho, es una asociación fundada en 1956 por un caradura con delirios de grandeza: Pierre Plantard, alias Pierre Plantard de Saint-Clair, que fue, entre otras cosas, un adivino y astrólogo condenado por fraude y estafa… Si bien este personaje, antiguo militante de organizaciones fascistoides, gaullistas y contrarrevolucionarias francesas, no sería más que un peón en el tablero de ajedrez…

Su primer apellido, Plantard, le acreditaría supuestamente como heredero directo del último gran monarca merovingio, cuyo descendiente secreto, a decir del Priorato de Sion, fue conocido como el «Retoño Ardiente» (Plant Ard), de donde vendría el apellido familiar. El caso es que la mayoría de los historiadores sostienen que dicho monarca habría muerto sin hijos varones.


Nuestra Señora de Irache (s.XIII), también llamada Santa María la Real de Irache, considerada una de las mejores imágenes marianas románicas de Europa

Al intrados del lado sur de la portada de la iglesia del Monasterio de Irache, un insólito Agnus Dei centrando una filigrana de cestería elaborada en piedra, portando una cruz y apoyado sobre otra «cruz flexible» formada por dos ramas de zarza, alusión simbólica al motivo iconográfico de la ligadura de Isaac o sacrificio de Abraham

En cuanto a su segundo apellido, Saint-Clair, que no es su apellido materno, resulta que corresponde a los parientes franceses de los Sinclair escoceses, familia noble que tuvo miembros en la Orden del Temple y en la antigua francmasonería escocesa.

Sin embargo, ningún especialista en genealogía ha encontrado indicio alguno de la existencia de matrimonios entre los Plantard y los Saint-Clair que justifique la razón del añadido que Pierre Plantard hacía a su apellido legal, lo cual desmonta todo el relato de este individuo sobre sus presuntos antepasados.

Las primeras manifestaciones de quienes se presentan como dirigentes del moderno Priorato de Sion tienen mucho que ver con el presunto tesoro (de reliquias y documentos históricos comprometedores) que habría encontrado el párroco Berenguer Saunière en Rennes-le-Château, un pueblecito del Languedoc, a finales del siglo XIX, historia que, junto con la del castillo de Gisors, dio a conocer al gran público hace cuatro décadas el periodista sensacionalista y corrupto Gérard de Sède en su libro L'Or de Rennes (1967), basado en un libro de Pierre Plantard que nadie había querido editar, contando curiosamente con la colaboración de dos modernos dirigentes del Priorato de Sion: el marqués Phillippe de Chérisey y el propio Pierre Plantard, el presunto descendiente de los merovingios, y de Jesús de Nazareth…

Sin embargo, tras este misterio de Rennes-le-Château no parece haber otra cosa que un sacerdote simoniaco que percibió pingües beneficios con la venta de misas fuera de su diócesis, así como una recompensa a su activismo monárquico: una herencia por parte de una condesa de la casa de los Habsburgo-Lorena, cuyo difunto marido fue pretendiente a la corona francesa. Tal vez por ello, más tarde recibió también el pago de una fuerte suma de dinero por parte del archiduque austrohúngaro Juan de Habsburgo, a cambio de unos documentos en poder de Saunière y que el archiduque entendió le servirían para sus pretensiones dinásticas: nada menos que restablecer un imperio europeo, a partir de su derecho al trono de Francia.

La cantante Emma Calvé, con la que el cura trabó una amistad muy íntima, introdujo a Sauniére en los vicios de los círculos más selectos de la sociedad parisina, y también en las sociedades ocultistas a las que la cantante pertenecía desde que fue iniciada por su antiguo amante el periodista Jules Bois. También a estas sociedades, y en concreto a la conocida Orden del Templo de la Rosacruz Católica, fundada por el ocultista y falso noble Joséphin Péladan, Sauniére vendió sus servicios religiosos.

Aparte de lo que desvela la investigación llevada a cabo por el arzobispado de Carcasona, resulta evidente que Saunière no encontró ningún tesoro material en la iglesia de Rennes-le-Château (más allá de algunos documentos genealógicos), pues su holgura económica llegó a su fin tras una serie de dispendios.

Varias décadas después, a partir de los años sesenta, aparecen en Francia una serie de artículos, libros y documentos relacionados con este enigma, promovidos por una sociedad llamada Priorato de Sion. La del amigo Plantard. Y en 1975, en la Biblioteca Nacional de París, aparecen los denominados Dossiers secrets, unos documentos (fotocopias de árboles genealógicos, recortes de prensa, etc.), que alguien colocó allí, que eran modificados a menudo por quienes consultaban en la biblioteca y que sirvieron para urdir una compleja trama con la que el Priorato de Sion trata de legitimar sus aspiraciones.

Dos periodistas, Michael Baigent y Richard Leigh, en colaboración con el productor de televisión Henry Lincoln, que había dado a conocer en Inglaterra el misterio de Rennes-le-Château a través de unos documentales realizados para la BBC, publican un novelesco en forma de «ensayo de investigación», en el que hilvanan, con una habilidad casi jesuítica, toda una serie de acontecimientos históricos reales con diversas mixtificaciones. Nace así el primer bestseller de la trama editorial: el libro titulado Holy Blood, Holy Grail (1982). Tras él su secuela, The Messianic Legacy (1986), y así se van sumando al negocio, con mayor o menor éxito, hasta más de medio millar de libros dedicados al misterio de Rennes-le-Château, la criptodinastía merovingia, las herejías magdalenienses y el Priorato de Sion…

Cabe destacar entre los libros que han alimentado esta novelesca aventura, los publicados por el profano con mandil Robert Ambelain, donde, tomando ideas del ateo judío Hugh Schonfield, viene a decir que Jesús fue un líder teocrático judío que acaudilló una revuelta violenta, y que fue San Pablo el verdadero forjador y fundador de la doctrina cristiana… Sostenía también que los templarios habrían conocido este secreto (su perdición), y que por eso menospreciaban la imagen del Cristo crucificado… Curiosamente —y desde luego no casualmente—, este masón de alto grado, obsesionado en sus obras por despojar a Jesucristo de su dimensión trascendente y suprahumana, resulta que había colaborado en su momento con el joven Plantard y fue como él miembro de la orden ocultista-nacionalista Alpha Galates, conexión que evidencia bien a las claras la clase de trama que hay detrás de estas «heterodoxas visiones», por llamarlas de alguna forma…

Para mantener su cada vez más insostenible engaño, Pierre Plantard argumentó en 1989 que el Priorato de Sion en realidad había sido fundado en 1681 en Rennes-le-Château; pero en esta ocasión no pudo conservar su reputación y sus proyectos. A partir de los años ochenta del pasado siglo, la trama comienza a ser desmontada por diversos historiadores franceses, como Jean-Luc Chaumeil y Pierre Jarnac, quienes concluyeron que todo el montaje en torno al Priorato de Sion era un fraude, exponiendo detalladamente sus argumentos y dando múltiples pruebas de que los investigadores de la novela de El enigma sagrado, por la cual se hizo mundialmente famoso el Priorato de Sion, no habían contado la verdad y habían omitido datos conocidos. Plantard termina dimitiendo en 1984, cediendo su puesto de gran maestre del Priorato de Sion a su amigo Chérisey, quien lo lega a un personaje desconocido, para retomarlo luego de nuevo Plantard, quien a su vez lo traspasa en 1989 a su hijo Thomas. En ese año, Pierre Plantard hace pública una declaración en la que él mismo echa por tierra la farsa urdida, en la que habla de unos nuevos documentos encontrados en Barcelona, y en la que si algo queda de manifiesto es que esa versión alternativa de la historia que él y sus «compinches» (los de El enigma sagrado, el de Jesús o el secreto mortal de los templarios y compañía) han forjado, no es más que una colosal patraña sin paliativos.

Sin embargo, agotados los ensayos de «investigación histórica», la última secuela vino en forma de novela de misterio, El Código da Vinci, que aun siendo un rotundo éxito editorial adaptado al cine, supone la clara decadencia del mito y su epitafio, pues ningún recorrido más tiene el cuento salvo el de las reediciones para los que aún gustan de seguir creyendo en «lo que la Iglesia nos oculta»...

Una frustración sí que deben sentir muchos de estos agentes de la contratradición, y es que a pesar de sus ímprobos esfuerzos, ninguna farsa, por muy elaborada que esté, logra vulgarizar o despojar de su dimensión divina a la figura de Jesucristo. Y los intentos no son los primeros, pues los hubo ya desde los mismos inicios de su ministerio mesiánico, ni serán los últimos.

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BIBLIOGRAFÍA:

- Dan Brown: El Código Da Vinci (edición especial ilustrada), Umbriel, Barcelona, 2004.

- Michael Baigent, Richard Leigh & Henry Lincoln: El enigma sagrado, Martínez Roca, Barcelona, 1985.

- Hugh Schonfield: El partido de Jesús, Martínez Roca, Barcelona, 1988.

- C. O'Donnell & S. Pié-Ninot: Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid, 2001.

- Lynn Picknett y Clive Prince: La revelación de los templarios, Martínez Roca, Barcelona, 1998.

- Gérard de Sède: El misterio de Rennes-le-Château, Martínez Roca, Barcelona, 1991.

- Xavier León-Dufour: Diccionario del Nuevo Testamento, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2002.

- Margaret Starbird: María Magdalena, ¿esposa de Jesús?, Martínez Roca, Barcelona, 1994.

- Robert Ambelain: Jesús o el secreto mortal de los templarios, Martínez Roca, Barcelona, 1982.

- Aurelio de Santos Otero: Los evangelios apócrifos, BAC, Madrid, 2003.

- Enrique de Vicente: Claves ocultas del Código Da Vinci, Plaza & Janés, Barcelona, 2004.

- Marilyn Hopkins, Graham Simmans & Tim Wallace-Murphy: Los hijos secretos del Grial, Martínez Roca, Barcelona, 2001.

- Laurence Gardner: La herencia del Santo Grial, Grijalbo, Barcelona, 1999.

- La Santa Biblia, Alfredo Ortells, Valencia, 1988.

 

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