Pero, ¿de qué comunidad estamos hablando?
El grupo del que proceden los manuscritos se
autodenomina en ellos como Yahad
–comunidad-, ´Edah –congregación-, y
otros; y sus miembros se llaman a sí mismos “Hijos de Zadoc”, “Hijos de la
Luz”, “miembros de la Nueva Alianza”, “pobres”, “simples”, “piadosos”,
“santos”, “los Numerosos”, etc. O lo que es lo mismo, no podemos utilizar la
información interna, que emana de sus propios escritos, para tratar de
identificar a este grupo humano.
La única forma de establecer una relación directa
entre esta comunidad y otro grupo de los que existían en Palestina por esa
época, consiste en concretar un perfil de los qumranitas y compararlo con el de
otros grupos y/o sectas. Esto tiene varios inconvenientes: según el color del
cristal con que se mira, podemos hacer más énfasis en unos datos sobre otros, o
bien se puede enfocar más sobre un grupo en detrimento de otros.
Sin embargo, para el periodo que interesa (150
a.C.–68 d.C.) (106), la sociedad en Palestina no estaba estructurada en un
sistema de partido único, ni siquiera desde el punto de vista religioso.
Proliferaban los partidos –entiéndase como agrupaciones dentro de una corriente
dominante de carácter religioso- y las sectas –rupturas o reinterpretaciones al
margen de la oficialidad-. En este sentido conviene matizar el término secta.
En la actualidad se trata de grupos derivados de otros mayores o de corrientes
religiosas, distinguidos por varias características: son muy cerrados y
exclusivos, disienten y se diferencian de la corriente de la que emanaron,
suelen estar dirigidos por una persona, suele tener motivaciones económicas y
educan a sus prosélitos en el sentido de la exclusividad absoluta.
En Judea, las sectas se encontraban dentro de la
corriente oficial, obedecían a sus jerarcas religiosos, y se diferenciaban en
ciertos aspectos de interpretación y cumplimiento de la ley mosaica. Ninguna de
ellas llegó a diferenciarse tanto como para aislarse y escindirse de la
comunidad hebrea. Sólo el grupo denominado de los samaritanos podría entrar en
esta última situación, pero de raíces muy antiguas y con escasísima
representación institucional y social.
La cohesión y la unidad dentro del pueblo judío se
mantenían gracias a dos instituciones principalmente: el Sanhedrín –consejo de
sacerdotes presididos por el sumo sacerdote, encargado de entender de las
faltas y agravios-, y el Templo. Además, ayudaban a esta labor de cohesión las
sinagogas y escuelas rabínicas. Sin embargo esa cohesión era para grandes
temas, pues en el ámbito social cotidiano las peleas y antagonismos eran muy
frecuentes, concretando hostilidades territoriales –entre Judea y Samaria-,
sectarias –fariseos y saduceos-, sociales –fariseos y ´Amme Ha-´Aretz-,
políticas –saduceos y zelotas-, etc.
Una descripción de algunas sectas judías –aparte de
la lectura más especializada de la Mishnah
y el Talmud, proviene de las obras de
Flavio Josefo, sobre todo Antigüedades
judías, donde muestra cuatro de ellas: fariseos –con la que más se
identifica, y donde ingresa, a pesar de ser de estirpe sacerdotal-, saduceos,
zelotas y esenios. En realidad no las llama sectas sino que utiliza el término hairéseis, con la misma raíz que el
término herejía, pero sin darle connotaciones pecaminosas o despreciativas. Por
cierto, estos grupos religiosos son algo minoritarios ante la gran masa
popular, pues Josefó aporta las siguientes cifras censales: seis mil fariseos
–al comienzo del reinado de Herodes el Grande-, cuatro mil esenios, y los
saduceos como muy poco numerosos.
Un libro que describe bastante bien, y en la
extensión apropiada, el mundo de Israel en el tiempo de Jesús es El Mundo del Nuevo Testamento, de Walter
Grundmann, ver bibliografía. No obstante, cualquiera de los libros que trata el
tema de los Manuscritos del Mar Muerto lo tocan suficientemente, caso de
escritores como Geza Vermes o Pedro Gringoire.
Fariseos
Una de las corrientes dominantes en el judaísmo
precristiano y contemporáneo, pues subsiste en el siglo I d.C. Sus orígenes
pueden trazarse desde el reino del periodo hasmoneo, probablemente
descendientes de algún grupo hassidico
–si bien sus raíces pueden remontarse a la dominación persa sobre Palestina-,
consolidándose gracias a los exégetas de la Torah en época de Esdras (107), y a
la actividad de los hassidim o
piadosos –macabeos-, que arriesgaron sus vidas oponiéndose a Antíoco IV
Epífanes (178 a.C.). Algunos fariseos de renombre en la época de su surgimiento
y consolidación son Antígono de Sojo, Hillel, Sammay, y Gamaliel el Viejo y Johanan
ben Zakkai, estos últimos a partir del siglo I d.C.
Aparecen por primera vez en la revuelta de los macabeos,
apoyando a Judas Macabeo, aunque sin identificarse con él –esta cualidad sería
extensible, pues aceptaban cualquier gobierno, siempre que la Ley fuera
cumplida-. Flavio Josefo los menciona como grupo anterior a los saduceos y a
los esenios, en la época de Jonatán. Poco después, en el reinado de Juan
Hircano I, los fariseos se opusiron a los macabeos, probablemente por aspectos
relacionados con el ejercicio del sacerdocio.
Eran partidarios de la religión basada en el pacto
de Moisés. Cumplían fielmente los preceptos sobre la pureza ritual y los
diezmos (108), y para preservarse de contaminaciones, se mantenían a cierta
distancia de otros que eran más relajados. Este es el motivo por el que se les
llamó fariseos, “los separados” (109), al menos popularmente, porque las
fuentes rabínicas empleaban con ellos otros nombres, como “sabios” o
“escribas”.
Por su preeminencia doctrinal ocupaban, con mucha
frecuencia, los cargos de presidente y vicepresidente del Sanhedrín de
Jerusalén, con influencia sobre la judería general de Palestina, sobre todo en
los años de inicio del cristianismo. Famosos doctores de la Ley y de las
Escrituras, como Gamaliel –ya citado-, su hijo Simeón, Pollión y Samaías, eran
fariseos. Sus interpretaciones sobre el culto y los ritos eran seguidas por los
saduceos para no enfrentarse a la reserva popular, especialmente de las
mujeres. Era otro motivo por el cual regentaban escuelas o entraban en
academias rabínicas con el fin de extender el conocimiento de la Ley a todo el
que lo pidiere. A pesar de todo ello, la mayoría eran laicos y solían estar
presididos en sus agrupaciones por los llamados ‘escribas’ o laicos cultos en
la ley.
Desarrollaron una casuística muy sofisticada para
ajustar la Ley a todas las situaciones dables en la vida cotidiana. Además, la
enseñanza de la Ley y su halakah se
hacía de modo oral –uno de sus preceptos importantes era no plasmar por escrito
su tradición y la halakah derivada-,
y en cada generación se añadían retoques y modificaciones, enriqueciéndose y
complejizándose. Aplicándose a la Ley, la mayoría de ellos estaban casados
siguiendo el precepto, y comentaban con frecuencia: “sed prolíficos y multiplicaos”
(110), como si de un mandamiento de Dios se tratase.
El amor por la transmisión oral de la Ley y de sus
interpretaciones dio lugar a que, posteriormente a la caída de Jerusalén en el
siglo I d.C., los hebreos se organizaran eficientemente, fundando sinagogas en
Palestina y fuera de ella, regentadas por expertos legistas y eruditos, que
mantenían cerca de sí al pueblo y lo ilustraba. La facilidad en la cohesión
vino por la salvaguarda de la Torah, mantenida tras los muros de la
interpretación y la legislación: 613 preceptos, con 248 mandamientos y 265
prohibiciones.
Entre sus características:
- Su eje
central ideológico es un ajuste estricto a la Torah, la cual influía
cotidianamente en sus vidas en todos los aspectos.
- Creían en
la inmortalidad del alma y en que ésta recibirá premios o castigos tras la
muerte, según su comportamiento en vida.
- Creen en
la resurrección, bien sea de todos los hombres, o bien en la de los Justos.
- Su
concepto de Dios es puramente espiritual, como un ente trascendente e
incomprensible, sabio, justo y misericordioso, y padre de todos los seres
humanos. Su nombre no debe pronunciarse jamás, utilizándose distintos
circunloquios para sustituirlo.
- La
adoración a Dios es deber, y se hará en todo momento y lugar, no siendo
imprescindible el Templo para ello –dando énfasis, indirectamente, a la
sinagoga-. Para adorarle se aplicarán en el estudio de la ley y en la oración.
Los sacrificios son un procedimiento secundario.
- El hombre
tiene dos naturalezas: una buena y una mala (111). No está predeterminado. Todo
hombre puede salvarse aceptando la Torah y creyendo en un sólo Dios.
- Disponen
de una estructurada angelología.
- La misión
de Israel y de la Ley es mostrar este Camino a todos los hombres.
- Los
fariseos entienden la halakah como
una ley oral, es decir, tenían prohibido ponerla por escrito (112).
Tenían subgrupos, como los haverim, que seguían una línea aún más estricta respecto al
seguimiento de las purificaciones y los diezmos. Sin embargo, a pesar de su
objetivo de pureza y de santidad, se trataba de una organización
mayoritariamente laica, y sólo excepcionalmente, se daban casos de fariseos que
pertenecían a estripe sacerdotal –como el propio Josefo, por caso-.
Además se organizaban en hermandades o cofradías
cerradas, llamadas haburoth, las
cuales admitían nuevos miembros tras un “noviciado” de treinta días a un año, o
inmediatamente si constaba el conocimiento de la Ley de las normas del haburoth por parte del prosélito. Los
integrantes podían ser neeman u
hombres de confianza, o haber o
compañeros. Estos últimos eran incompatibles con ciertas profesiones, lo que
acarrearía expulsión.
La desaparición del Templo (68 d.C.) ocasionó una
desviación de enfoque hacia la Torah –ver el apartado Los Sabios, más adelante-
y crecieron en implantación social y preponderancia intelectual. El término fue
desapareciendo pues no se encontró motivo para usarlo tras la desaparición de
otros grupos y sectas religiosos.
Saduceos
Constituían la columna vertebral de la religiosidad judía,
estaban bastante helenizados y casi siempre apoyaban el régimen vigente, hasta
el punto de que parece que de ellos partió cierta sugerencia a Alejandro Janeo
(104-78 a.C.) para que éste ejecutara, por crucifixión, a ochocientos fariseos.
Diferían de los fariseos en algunos temas, siendo enemigos entre sí. De sus
creencias destacan:
- Creían que
el hombre dispone de libre albedrío, apartándose de la idea más extendida en
cuanto a que el hombre estaba predestinado desde su nacimiento. Ellos no
parecían tener mucha fe en la providencia divina ni en que Dios se ocupara del
mundo de los hombres, lo que contradecía el pensamiento fariseo.
- No creían
en la resurrección de los muertos.
- No creían
en posibles premios en una vida futura, que junto con la anterior, hacía que
negaran, implícitamente, cualquier esperanza mesiánica.
- Tampoco
creían en los ángeles.
- Estaban
acosumbrados a poner por escrito sus halakhot
(113), dándoles así autoridad y persistencia.
Constituían la clase más alta de la pirámide social
hebrea, con poder adquisitivo y dedicados a labores financieras y comerciales.
Eran muy conservadores y aplicaban la Ley con literalidad y rigor. Su centro
era el Templo, del que emanaba todo su prestigio, pues eran los encargados de
su gestión, administración y religiosidad.
Sus contactos les dieron la influencia y el poder en
el Consejo de Judea, en el Sanhedrín y en las altas esferas de la realeza,
desde los tiempos de Juan Hircano (134-104 a.C.) hasta la destrucción del
segundo Templo, lo que les hizo, en muchas ocasiones, colaboracionistas del
régimen romano.
Su nombre parece provenir de Sadoc (114) –o Zadoc-,
sumo sacerdote en tiempos de David (115). Aparecen citados por Flavio Josefo y
en el Nuevo Testamento. El primero les cita como una secta –utiliza, como ya se
comentó, el término haireisis-, pero
no comenta nada sobre una estructura orgánica del grupo, ni sus normas o
costumbres.
Tras la destrucción del segundo Templo, no aparece
en la literatura ninguna referencia a actividad efectuada por este grupo, en
coherencia con su fuerte ligazón con el Templo por el cargo de sumo sacerdote
que ejercían con continuidad antes de las revueltas judías.
Los ´Amme Ha-´Aretz
Son los que ocupaban el lugar más bajo de la
pirámide social hebrea –mayoritariamente campesinos, grupo al que
originariamente se asoció ese nombre-. Durante un tiempo, en la época del
Templo, se usaba ese término para referirse a los que no observaban los ritos
de purificación ni pagaban los diezmos. Este grupo era una de las causas del
distanciamiento de los fariseos de los centros sociales.
Una lectura algo sesgada del Nuevo testamento ha
hecho que algunos estudiosos propongan a este grupo como germen del
cristianismo o, incluso, a Jesús y sus discípulos como representantes de este
estamento. Sin embargo ocurrió en algunas ocasiones que los ´Amme Ha-´Aretz y
los fariseos se unían para enfrentarse a los saduceos y a algunos de sus
privilegiadas actividades.
Además, existía una norma que “limpiaba” de impureza
a este colectivo en las tres festividades sagradas hebreas, a celebrar siempre
entorno al Templo. En esas fechas, los fariseos y los ´Amme Ha-´Aretz
celebraban juntos ciertas fiestas religiosas, quizás por el afán proselitista
de los fariseos. De manera que se originó un cierto halakhot para casos de contacto tras estas festividades, y para la
vida social cotidiana.
Sin embargo, en líneas generales, los ´Amme
Ha-´Aretz eran proscritos de la Ley, hostigados continuamente por los
fervorosos y oficialistas fariseos, que utilizaban ese término despectivamente
y lo asociaban automáticamente con cualquier grupo o individuo que no cumpliera
escrupulosamente la Ley. Eran frecuentes las maldiciones, a lo largo del culto
en el Templo, contra los que no conocen la Ley. Así, en algunos escritos queda
evidenciada esa hostilidad, culpándolos de la llegada del castigo a este mundo,
de los padecimientos y calamidades que caen sobre Israel, de la falta de
piedad, y quedaban implícita y explícitamente al margen de cualquier
consideración, de misericordia y piedad. En la medida en que el grupo fariseo
ganaba poder e influencia, los ´Amme Ha-´Aretz eran más y más atacados.
Los fratrias
Existían, por aquél entonces, agrupaciones de
personas que observaban la pureza ritual y la reserva de los diezmos, que se
dedicaban a fortalecer relaciones entre grupos dedicados a menesteres afines.
Estas asociaciones mantenían un lazo continuo y fuerte con el Templo. Existían
“hermandades” dedicadas a preparar desposorios, a celebrar las bodas, a la
organización de la semana del hijo (116), otras para reunir huesos, algunas
para las fiestas concretas y otras para los lutos (117).
Se habla de comidas en hermandad, las celebraciones
de la Hermandad del Cordero Pascual, etc. En la época agitada, contemporánea
con el nacimiento del cristianismo, se disuelven las instituciones y aparecen
los grupos cohesionados frágilmente por el peligro y la afinidad, así como las
sectas.
Las comidas rituales o ceremoniales –y ceremoniosas-
son propias de los judíos (118), de la yahad
–o comunidad de Qumrán-, de los esenios, de los cristianos y de los nabateos
–que las celebraban en sus cuevas de Petra-.
Los zelotas
El origen se supone muy anterior, pero la
“oficialidad” declara como origen a Judas el Galileo y Zadoq el fariseo, los
cuales tomaron protagonismo importante en la revuelta judía contra los romanos,
en una fecha próxima al censo de Quirino (6-7 d.C.) (119), cuando Judea pasó a
ser provincia de Roma. Pero los datos de que se dispone son escasos y
provenientes, principalmente, de Flavio Josefo, el cual los odiaba por hacerlos
responsables de la masacre y caída de Jerusalén el año 68 d.C.
Aunque el origen se supone en Galilea, cuna de
muchas corrientes subversivas contra el régimen romano, pronto se extendería en
las primeras décadas del siglo I d.C. Prueba de ello es el apodo de uno de sus
fundadores, apodo innecesario si el movimiento hubiera seguido restringido a
Galiela exclusivamente. Asimismo, además, este término esconde dentro de sí a
cualquier grupo revolucionario o violento contemporáneo a Jesucristo.
Su nombre es de origen incierto, y aparece citado
por Flavio Josefo, Filón, y en el Nuevo Testamento (uno de los apóstoles de
Jesús se llama Simón el zelote, Lc. 6, 16; o Simón el cananita, traducción al
griego de qannai o zelote en arameo,
Mt. 10, 4; y en Hechos de los Apóstoles,
ver nota 119). Josefo dice de ellos: “Sembraron también para el futuro, con
doctrinas que hasta el momento jamás hombre alguno había escuchado, todas las
desgracias que pronto habrían de comenzar a echar raíces” (Ant. Jud., XVIII, I, 1 y 6). Zelotas podría provenir de “celosos
por Dios”, como valedores estrictos y exclusivos de la Ley y de su
cumplimiento. También eran denominados “ladrones”, término que se usaba sobre
todo por la ocupación romana cuando se refería a ellos –si bien es verdad que
metían en ese saco a los salteadores de caminos y a los rebeldes armados en
general-. Este nombre de “ladrones” aparece en el Nuevo Testamento, por ejemplo
en el caso de los acompañantes de Jesús en su crucifixión.
Se trata de un movimiento que bebe de las fuentes
fariseas (120), pero que tiene la virtud –o el mérito, según cada cual- de
convertir la aspiración por la liberación de los judíos de Roma en un principio
casi religioso. O, visto de otro modo, colorea la sumisión y la colaboración
con el invasor romano de traición y pecado muy grave: “Dios es el Único Señor,
y, por lo tanto, no puede rendirse sumisión al emperador de Roma”. Josefo habla
de una amplia coincidencia de ideas entre los fariseos y los zelotas (Ant. Jud. XVIII, I, 6), corroborado por
el apelativo de sofista que adjudica a Judas el Galileo –quizás por tratarse de
un docto de la ley- y el nombre del cofundador del movimiento: Zaddok, que,
como se sabe, era el nombre que se suele asociar con el ejercicio del sumo
sacerdocio, y el apodo de “el fariseo”, que aporta una relación concluyente.
Para ello, estaban convencidos de poder acelerar la
llegada del Mesías y del Reino de Dios, con las acciones pertinentes, y de
recibir, por tal motivo, la ayuda divina necesaria. El fruto inmediato de tal
actitud fueron las continuas llamadas a la subversión, a la rebelión, a las
acciones suicidas, y las intimidaciones constantes, por todos los medios, sobre
aquéllos que se habían doblegado al imperio.
Fruto de su creencia absoluta y única en la Ley de
Dios como existencia, sin tener en cuenta ninguna otra cosa que la monarquía de
Dios sobre Tierra Santa, son algunas de sus actitudes, como el aborrecimiento
por las imágenes –del tipo que fueran-, por el culto a cualquier otra entidad
que no fuera Dios y en el Templo, y por la obediencia a una autoridad que no
fuera Dios. Hipólito cuenta que: “...exageran sus preceptos hasta el extremo de
no tocar siquiera una moneda, alegando que no es lícito ni tocar ni mirar ni
fabricar imágenes. Tampoco entran en ciudad alguna a la que sea preciso acceder
por una puerta con estatuas, pues consideran un pecado caminar entre imágenes”
(Hipólito, Ref. IX, 26). Su celo va
hasta el extremo de destruir los templos y casas romanas por contener imágenes,
a linchar acompatriotas por su acercamiento a los romanos, a amenazar de muerte
a los israelitas que se casaban con extranjeros, y a circuncidar por la fuerza
a los foráneos que osaban hablar de Dios y de su Ley.
La inseguridad en la mayoría de las actividades
políticas y económicas era alta, sobre todo en ambientes rurales, de tal modo
que la actividad económica se resintió aún más de lo que ya lo estaba,
acentuándose las diferencias sociales entre estratos. Esta consecuencia los
zelotas la veían como u síntoma de la proximidad del final escatológico, final
traído, precisamente, gracias a sus actuaciones. Una de sus metas inmediatas
era la redistribución de la riqueza: “Se apresuraron a destruir los registros
de los prestamistas y a imposibilitar el cobro de las deudas, para ganarse el
favor de la muchedumbre de los deudores y para poder incitar a los pobres a
levantarse sin temor a castigo contra los ricos” (Josefo, Bell., II, 427). Para ellos los pobres eran su bandera, pues tienen
el favor de Dios.
Hipólito relaciona a los zelotas con los esenios (Ref., IX, 26). Este lazo puede parecer
traído por los pelos, pero la idea pseudoreligiosa de la guerra y su cariz
escatológico bien pudieron haber bebido de fuentes esenias o, al menos, de las
mismas fuentes que produjeron el Rollo de
la Guerra hallado en las cuevas de Qumrán. Tal como evolucionó la guerra
judaica contra los romanos a mediados del siglo I d.C., podría haber ocurrido
que algunos, o muchos, miembros de la secta de Qumrán se hubieran radicalizado
y engrosaran las filas de los más violentos.
Los sicarios
Se trata de un movimiento minoritario, relacionado
con los zelotas. No se sabe muy bien si dependía de estos, o si se trataba de
un grupo independiente. Parece que nació como iniciativa del hijo menor –el
único superviviente- de Judas el Galileo, Menahem, en un intento por hacerse
con el mando de la insurrección (121).
Se llamaban sicarios, sicarii, según la interpretación más extendida, porque portaban
consigo un puñal ligeramente curvo, bastante típico en la población judía,
denominado sica. Esta es la
herramienta que con preferencia usaban para cometer asesinatos que tivieran
como finalidad –en concordancia con los zelotas- acelerar la llegada del
Mesías, la liberación de Roma, y la independencia total de Israel. Era
frecuente que sus actos los llevaran a cabo en público o en medio de un gran
gentío, pues buscaban ejemplo y difusión de sus hechos.
Se concentraban sobre todo en Judea y en Jerusalén.
Josefo les llama: “un nuevo tipo de ‘ladrones’ en Jerusalén” (Bell. II, 254-256; y Ant. Jud. XX, VIII, 10), dando el nombre
de su primera víctima, el sumo sacerdote Jonatán, hijo de Hannas. Precisamente
Josefo señala su primera aparición en público en tiempos del procurador Félix,
allá por los años 52-60 d.C.
No existen informaciones sobre la ideología y
religiosidad de este grupo, quizás porque tampoco la tenían. Puede que sus
fuentes fueran las mismas que las de los zelotes, pero estaba claro que su
comportamiento resultaba considerablemente más radical que el de estos.
La mayor parte de ellos se refugiaron en la
fortaleza llamada Massada, al suroeste del Mar Muerto, donde resistieron a las
centurias romanas hasta que, al verlo todo perdido, se quitaron la vida. Fueron
el último reducto rebelde contra los romanos en caer en las Guerra Judaicas (72
d.C.)
Los sabios
Una manera de referirse a los rabinos. Estos
ocuparon el liderazgo del pueblo hebreo tras la destrucción del segundo Templo,
siguiendo la línea marcada por los fariseos. Tomaron dos decisiones
importantes: potenciar el estudio de la Ley aumentando la estima social por los
que se dedicaban a su estudio, y eliminar en todo lo posible las sectas y
grupos religiosos. Así, desaparecieron grupos ajenos, como los cristianos y los
gnósticos, y grupos afines, como los zelotas y los haverim.
La finalidad no era otra que sustituir el foco que ejercía
el Templo, por la Ley y su estudio. Se crearon tres clases sociales: los sabios
o talmid hakham, el pueblo, y los
´Amme Ha-´Aretz, que ocuparon la clase más baja y, ahora sí, adornados con un
cierto halo de desprecio, término que además se extendió, no sólo a los que no
observaban los ritos de pureza y los diezmos, sino a todo aquél que estaba
alejado del estudio y cumplimiento de la Torah (122).
Una variante importante con respecto a los fariseos, de
los que derivan, es la formalización por escrito de la Ley y de su
interpretación y normativa. Así, al principio de este periodo, siglos I y II
d.C., aparecen la Mishnah y el Talmud. Los Sabios se reunieron en la
ciudad de Yavneh, pocos kilómetros al sur de Tel Aviv, y consensuaron un
proceder religioso sin el Templo, esatblecieron la halakh a seguir a partir de
ese momento –finales del siglo I d.C.- y excomulgaron a todos los que no se
ajustaran a ese estandar.
Los esenios
Una de las agrupaciones religiosas más originales que dio
el judaísmo. No se conoce su origen de cierto –si bien se les da carta de
nacimiento en la dinastía macabea o hasmonea-. Podría ser que los hassidim fueran los antepasados de los
fariseos y de los esenios simultáneamente. Algunos postulan el origen en un
apartamiento voluntario cuando Antíoco IV Epífanes, rey seleúcida de Siria
(175-164 a.C.), violó el santuario con la connivencia de algunos miebros de la
jerarquía religiosa. Otros creen que vienen del establecimiento del sumo
sacerdocio como hereditario y asociado a la realeza que procuraron los
hasmoneos, con dos bandos, los que estaban a favor, y los que no lo aceptaron.
Hay otra hipótesis que los relaciona con un origen babilonio, siendo Qumrán una
agrupación separada de estos. Parece que la hipótesis segunda, la de la línea hassidim de tiempos de los macabeos, es
la más aceptada.
Las referencias sobre ellos aparecen con frecuencia en
Flavio Josefo (123), que cita su origen sobre el año 150 a.C., y en un
historiador algo más mayor, Filón de Alejandría (124), considerando un pequeño
párrafo en la obra de Plinio el Viejo (125). Josefo los sitúa por primera vez a
mediados del siglo II a.C., reinando Jonatán Macabeo –aunque indica que tienen
más antigüedad-, dando testimonios de ellos hasta su propia época. Todos ellos
los ubican en Palestina, en general, salvo Plinio que los enraiza con la costa
occidental del Mar Muerto (126).
Se definen a sí mismos como el pueblo convertido, los
convertidos del desierto, los conversos de Israel, la Alianza de Dios, y de
otras muchas maneras. Una de las más frecuentes es como la de “miembros del
consejo de Dios”, gracias a la cual alguien ha apoyado la hipótesis de que su
nombre deriva de la raíz esa,
consejo, y otra la de “hijos de la luz”.
Vivían al margen de la vida religiosa oficial, sin
especial interés por residir en Jerusalén o en acercarse al Templo.
Despreciaban a la mayoría del pueblo judío, a los que consideraban tan paganos
como los gentiles. Desprecian la lógica y la filosofía, probablemente derivado
de un odio a la cultura helénica, pero pulen la ética basándose en las leyes
iniciales del pueblo judío (ver nota 124).
Su segregación voluntaria, el esoterismo de su actitud y
de sus enseñanzas, la desconfianza con respecto al resto de los judíos, la
aceptación de la incomprensión del resto de los habitantes de Judea, el
tratamiento que dan a sus bienes y a los de sus prosélitos, y su convicción
absoluta de ser el pueblo elegido, la Santa Alianza, les convierten en una
secta tal como podríamos calificarla hoy en día, o en varias, según los
diversos grados de compromiso aplicados. Se cree que el grupo más radical del
esenismo derivó en otro llamado de los “terapeutas”, hombres y mujeres que se
acercaron a vivir a Alejandría.
En el momento del nacimiento del cristianismo gozaban de
una vida tranquila, respetada en algunos ambientes –incluso Flavio Josefo
comenta de ellos que son los representantes del verdadero judaísmo-, sin
problemas con otras agrupaciones, y con comunidades por toda Palestina. A
partir de la destrucción del Templo, no se los vuelve a nombrar. Entre sus
características sociales:
- Establecen
un prolongado noviciado o iniciación antes del ingreso de un nuevo miembro de
la comunidad. Tenía un año de prueba y dos de formación.
- Elegían a
sus superiores de entre los más sabios y entendidos en la ley.
- Un criterio
de autoridad es la edad, pes veneran a los más ancianos.
- El
ingresando debía hacer un voto solemne –que incluía no contar su doctrina a los
no iniciados- y entonces se le aceptaba en la mesa común.
- Una falta
grave se saldaba con una excomunión.
- El tribunal
estaba formado por cien jueces.
- Entregaban
su salario y su patrimonio, administrado por la comunidad, que pagaba sus
necesidades. Filón excluye la compra y venta entre ellos y con extraños. Plinio
señala que no tenían ningún dinero.
- Eran
célibes, aunque Josefo señala que había una pequeña parte de ellos que se
casaban.
- Enviaban ofrendas
al Templo.
- Se
autoexcluían del Templo, y lo sustituían por su propia liturgia.
- Se bañaban
ritualmente antes de ciertas actividades –las comidas, por ejemplo-, como los
sacerdotes del Templo.
- Sus comidas
eran rituales y solemnes, con acceso único para los puros.
- En la
plegaria antes de comer juraban ser piadosos.
- Usaban ropa
blanca.
- Al ingresar
recibían tres objetos: una azuela, un manto y una túnica blanca.
- Rezaban y
cantaban gracias antes y después de comer.
- Algunos
preceptos eran más acatados por ellos que por los otros judíos: el sábado, la
purificación, la ley.
- Eran
contrarios a la esclavitud.
- Al salir al
sol lo invocaban diariamente, aunque no se tratase de una adoración, pues
dedicaban esos instantes a un primer momento de oración.
- Tenían
grandes conocimientos sobre las propiedades curativas de hierbas y plantas.
- Algunos de
ellos son capaces de prever el futuro por el estudio de los libros sagrados.
- Se lavan
tras hacer las necesidades corporales.
- Los cuerpos
son corruptibles y las almas inmortales.
- Las almas
buenas tienen garantizada su estancia en un lugar agradable más allá del
océano, mientras que para las malas, hay destinada una lóbrega caverna.
Las oraciones iban dirigidas a observar la justicia con
todos, no perjudicar a nadie, socorrer a los justos y odiar a los injustos,
obedecer a la autoridad permitida por Dios, no ser insolente en la autoridad,
no esconder nadaa la comunidad, no hablar del grupo con extraños, ni hablar de
sus libros ni de sus ángeles tutelares.
Si alguien comete una falta grave, una posible sentencia
podia ser la de la expulsión, abandonando a su suerte al reo, hasta la muerte,
pero volvían a admitir a los que mostraban arrepentimiento. La pena de muerte
podía ser, por ejemplo, para quien blasfemara contra Moisés.
La mayoría de los comentarios que se realizan sobre los
esenios, por escritores posteriores, sobre todo actuales- están basados en
informaciones procedentes de los manuscritos de Qumrán, sin que se haya
probado, fehacientemente, hasta la actualidad, la identificación entre las dos
comunidades. Sin embargo, su apacibilidad y amor por la paz contrastan con
algunas de las recomendaciones, himnos, bendiciones y profecías que se
entresacan de los rollos del Mar Muerto.
Información adicional, como por ejemplo sobre su concepto
de la fidelidad femenina, de la adopción, su idea del aseo, de la violencia o
las armas, su respeto especial por el Sol, y otros aparecen en el Anexo II.
Los cristianos
Tras la caída del Templo, los cristianos, que
entonces concentraban su actividad en Jerusalén y en el cumplimiento de algunos
preceptos relacionados con el Templo, cayeron en la cuenta de que éste no tenía
que ser indispensable para un acercamiento espiritual a Dios. Emigraron a
ciudades del sur de Asia Menor y de Transjordania, como el caso de Pella. Como
ya no entendían como obligatorios algunos mandamientos de la Torah, se
concentraron en desarrollar los propios y se alejaron de la corriente hebrea.
Al mismo tiempo, por su diferenciación, sufrieron la
discriminación de los judíos. En el Talmud existen diversas citas que mencionan
esa discriminación y cómo, con el tiempo, el contacto con los cristianos se
consideró una transgresión grave de la Ley (127). Para formalizar esa
discriminación, los Sabios retocaron el Shemone
Esre (128) incluyendo una maldición final contra los cristianos y los
judíos infieles. También quitaron los diez mandamientos de la Shema y de las filacterias. El punto
final de este proceso fue la expulsión completa de los cristianos de las
sinagogas.
Este es uno de los puntos que separan a los ´Amme
Ha-´Aretz de los cristianos, pues los primeros, con el tiempo, fueron
absorbidos y tolerados en la comunidad judía, mientras que los cristianos eran
beligerantemente apartados de la comunidad, y no se toleraba su participación
en ningún rito. Por otro lado, los cristianos comenzaron a apartarse de las
prácticas judías, asumieron y crearon sus propias prácticas, su organización y
los sacramentos. La ruptura total, acaecida, aproximadamente, sobre la séptima
u octava década del siglo I d.C., separa definitivamente ambas comunidades.
Es suficientemente conocida la doctrina cristiana
como para entrar en detalles. Se organizan en obispos, presbíteros y diáconos.
En las ciudades grandes podían establecerse varios obispados –con el tiempo, a
cada obispado se le llamaría diócesis-. Los presbíteros se encargarían de
dirigir el culto en cada una de las iglesias. Su doctrina podría resumirse en:
- Cren en
Dios, como un ente espiritual y único.
- Creen que
Cristo era un enviado suyo y participa de su santidad.
- La manera
en que un cristiano va a percibir a Dios y va a desarrollarse espiritualmente,
en busca de la unidad con Dios, vendrá dada por el momento y el modo en que el
Espíritu Santo se deposite sobre él.
- Establecen
unos sacramentos para dar la bienvenida, confirmar o santificar distintos
momentos de la vida de una persona. Esos sacramentos son actos de Dios
delegados en sus obispos.
- Creen en
la resurrección y en la posterior ponderación de las almas.
- No existe la predestinación.
- Aparecen
entidades colaboradoras de Dios, como es el caso de los ángeles y otros
agentes; y contrarios, como es el caso de los demonios.
- Tras la
muerte, al alma caerá en un estado de “paz” o de “desasosiego”, según el
alcance de sus actos en vida.
- Los
mandamientos de Dios son los dictados a Moisés, pero uno tiene prevalencia
sobre los demás: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti
mismo”. La ley mosaica puede seguirse, pero no necesariamente, pues todo se
circunscribe a ese mandamiento.
Conclusión
El contraste entre las descripciones de que se
dispone sobre los grupos religiosos y sectas de comienzos de nuestra era, con
la información encontrada en los manuscritos de Qumrán, permite, de entrada,
desechar algunas posibilidades. Así, por tener ciertas semejanzas entre sí por
su escrupuloso celo en el cumplimiento y conocimiento de la Ley, los qumranitas
y los fariseos podrían tener un tronco común. La manera de vestir, los
ingresos, la forma de relacionarse con el templo, la vida social y la
formalización oral de las enseñanzas los alejan sin ninguna duda. Sin embargo,
es más lo que les separa que lo que los une. Algunos apuntan a la posibilidad
de que el tronco común hassideo diera dos hijos, en la época de Jonatán
Macabeo, uno serían los fariseos y otro los esenios, concretados de alguna
manera en Qumrán. La etimología de “fariseos” como los separados podría tener
algo que ver con el empleo de la palabra “traidores” utilizada frecuentemente
en Qumrán para designar a los que no apoyaron al Maestro de Justicia en sus
reivindicaciones y posterior autodestierro.
Otro tanto cabría decir de los saduceos, pues su
entronque con la aristocracia –o la clase alta-, su presencia social, al escasez
del número de ellos y su forma de entender el culto y el Templo, apartan
definitivamente esa posibilidad.
Los ´Amme Ha-´Aretz son poco escrupulosos con la
ley, los ritos, las purificaciones y el culto. Aunque se parecen a los
qumranitas en el trabajo agrario y la costumbre de trabajo con el agua. Este
colectivo no estaba muy organizado y dada su independencia con respectoa los
estudiosos de la ley, es posible que no tuvieran el más mínimo contacto entre
sí.
Los zelotes y los sicarios son muy dados a la violencia
–y esto no tiene por qué se un obstáculo, habida cuenta de lo que aparece en
rollos como la Regla de la Guerra, por ejemplo-, poco inclinados al estudio y a
la atención de los ritos relacionados con el Templo. Su origen es muy joven
comparado con la larga historia de Qumrán, por lo que rechazar la hipótesis de
un parentesco es más que acertada.
Los fratrias son agrupaciones organizadas y
estructuradas a fines concretos. Es probable que establecieran un noviciado o
periodo de entrada, pero no parece que se dedicaran a la iniciación personal.
Además, sus intereses estaban orientados a la relacción social dentro del
pueblo judío. Su parentesco con los miembros de Qumrán se descarta entonces.
Los Sabios no se contemplan como tal posibilidad,
pues son los herederos de la ideología y la ortodoxia según como las entendías
los fariseos. De hecho, propugnaban la eliminación de grupos o sectas, y su
finalidad, aparte de establecer un estándar religioso para el pueblo hebreo,
era conseguir una unificación que los preparara para una religión sin centro y
sin Templo.
Los cristianos, como tal organización, es aún más
joven que otras, y sus planteamientos religiosos –la ausencia importante de
escatología, los sacramentos iniciáticos, la redención, el sacrificio de
Jesucristo, su resurrección, etc.-, la organización, el trato con gentiles, la
implantación y difusión en Palestina y fuera de ella, la separación paulatina
de la comunidad cristiana de la ley mosaica, su expulsión del Templo y de las
sinagogas, etc., no hacen sino alejar a esta comunidad de la de Qumrán.
Hay, por por otro lado, muchas semejanzas entre los
esenios y los qumranitas: partidarios de una propiedad común para todos los
miembros, desprecio a participar en las ceremonias y cultos del Templo, las
purificaciones a base de baños de agua, ágapes en comunidad bendecidos por
sacerdotes con acceso sólo para los “santos”, la relación con la medicina, el
celibato –tomando las palabras de Josefo-, etc. Estas cosas en común son muchas
y saltan a la vista. La identificación con este grupo, con los esenios, parece,
pues, inevitable.
No obstante, se aprecian algunas diferencias y, dado
que se trata de los candidatos por excelencia, voy a comentarlas in extenso –al menos en mayor medida que
con los otros grupos-. Por ejemplo:
- La
existencia de comunidades en el resto de Palestina, fuera de Qumrán. Parece que
las reglas –por ejemplo, la Regla de
Damasco- señala y normaliza la existencia en los campamentos. No está
probado que existieran como tales, ya sean aldeas o poblados, incluso podrían
ser aspectos alegóricos para cuando se presentara el momento de extenderse por
la Tierra Prometida. Los esenios estaban repartidos por toda la geografía y
nunca se menciona que vivan en pueblos, aldeas o, incluso, en barrios separados
de otros, aunque Filón menciona que se alejaban de las ciudades.
- La Regla de Damasco regula la propiedad
privada. El argumento negativo de antes podría ser ahora positivo. Es decir, si
era alegórico antes, podría serlo ahora. Si existiera propiedad privada, al
menos en cierta medida, se daría en los campamentos a los que se acaba de
aludir antes.
- Los judíos
aceptaban la esclavitud. Y podían tener esclavos. Sin embargo, Filón y Flavio
Josefo –en Antiquities...- indican,
explícitamente, que los esenios la reprobaban. No obstante, en la Regla de
Damasco, se señala el trato con ellos en sábado: “Que nadie presione a su
siervo o a su criada o a su empleado en sábado” (4Q268 3, I, 7-8). También
mencionan la prohibición de vender a un esclavo convertido al judaísmo a un
gentil, pero no queda del todo claro si al convertirse siguen siendo esclavos o
no.
- Los dos
grupos son enemigos de los votos, excepción hecha del de entrada. Pero los
esenios dan el voto tras un periodo de noviciado largo, mientras que en Qumrán
el voto se da en el primer momento de entrada, antes del noviciado.
- Los esenios
mantenían una pequeña relación con el Templo, aunque sea mandando ofrendas, si
bien seguían su propio rito. Sin embargo, los de Qumrán abominaban y odiaban al
Templo, por ser centro de mentira y sostenedor de ambiciosos, y esa prohibición
se mantenía sólo mientras los sacerdotes inicuos estuvieran allí. El grupo se
convirtió en el ‘Templo’, con su normativa, liturgia y sacrificios propios.
- Los esenios
son amantes de la paz –Filón- y eran separados de otros grupos belicosos, como
los zelotes y los sicarios –Josefo-, mientras que las Reglas de la Guerra, la Regla
de Damasco, y la Descripción de la
Nueva Jerusalén, indican que la guerra no era un tema despreciado en las
costumbres de Qumrán. Aunque se admita que se trataba de normas o consejos para
cuando llegasen los mesías, sigue siendo un tratado para preparar a los
miembros de la comnunidad para tal hecho.
- Mientras
Josefo destaca las buenas relaciones que existen entre los esenios y Herodes el
Grande, en los textos de Qumrán son especialmente beligerantes con las
“naciones” en general, y con los romanos y la dinastía de Herodes en
particular. Parece que uno de los periodos de desocupación de Qumrán coinciden –unos
años antes de nuestra era- con Herodes, lo que algunos autores interpretan como
“vacío” debido a las persecuciones del gobernador. A este respecto, cabe
destacar, según palabras de Filón (Quod
omnis probus, pp. 89-91), la paz y sumisión que destilaban los esenios, de
tal modo que ningún gobernante osó jamás ponerles la mano encima. Lo repite
Filón (en su Hypothetica, p. 18) y lo
refrenda Flavio Josefo (Bello, t. II,
p. 140). Por contra, el Maestro de Justicia era beligerante con Juan Hircano y
Jonatán.
- El tema de
las vestiduras es una semejanza. Pero hay que tener en cuenta que los
sacerdotes y los practicantes religiosos que debían participar en actividades
que requerían pureza, vestían de la misma manera. La concordancia proviene del
hecho de utilizar hilos naturales, sin teñir.
- El celibato
es otro punto. Josefo, y sólo él, en contradicción con otra obra suya anterior
–conviene recordar que Josefo fue esenio en su juventud-, menciona que los
esenios tenían mujeres –normal, si tenemos en cuenta que se pueden producir
incorporaciones nuevas, trayendo familia consigo-, mientras que en las reglas
de Qumrán se menciona la existencia de mujeres y las relaciones de los hombres
con ellas, por ejemplo en la Regla de la
Comunidad. La aparición de tumbas de mujeres y niños en el cementerio
parece ratificar esa hipótesis.
- Otro punto
es la existencia de un calendario especial –ver apartado anterior en
“Actividades”, y posterior en “Creencias religiosas y ritos”-, que no aparece
mencionado en ninguno de los autores clásicos que hablan sobre los esenios. No
es una nimiedad si se tiene en cuenta que todas las fiestas agrícolas, y la
gran mayoría de las religiosas, deberían celebrarse, según ese calendario
solar, en días laborables, en contraposición con el calendario judío, lunar,
donde todas las fiestas caen en sábado o en domingo.
- Los
esenios, según Filón, no practicaban el rito de los sacrificios de animales
–recordamos: corderos y carneros, principalmente-. Mientras, en algunos textos
de Qumrán se mencionan y se dan instrucciones, generales relacionadas con el
cumplimiento de la Ley, sobre su ejecución: Ritual
de Purificación, 4Q512 frag. 29-32, VII, 7-10; Rollo del Templo, 11QTemple, III, 14 y XIII, 15 y XIV, 11-12 y XV,
1-18 y XVI, 2-18 y XVII, 6-16; etc.
- El término
esenio, que se utiliza con frecuencia en los autores mencionados, como sinónimo
de grupo aparte del judaísmo oficial, no aparece en ninguna ocasión en los
manuscritos de Qumrán, ni nunguna acepción que pudiera tener un significado
remotamente similar.
- Por fin,
algunos autores señalan, ante el hecho de la antigüedad del movimiento esenio
–principios del siglo II a.C.- que su modo de escribir y de leer estaría en
consonancia con su profundo respeto y seguimiento de las escrituras, es decir,
en hebreo arcaico o tradicional. Mientras, en Qmrán, los manuscritos están
escritos principalmente en arameo, mientras hay unos cuantos que, además, están
escritos en griego.
En resumen, y tal como se indicaba antes de reseñar
estas semejanzas o diferencias, parece que la comunidad esenia es la más
parecida a la encontrada en Qumrán. No obstante persisten diferencias que,
aunque son leves, no permiten una identificación entre ambas.
La explicación podría venir por una ruptura de una
comunidad de fieles a la Ley, allá sobre los años 150-130 a.C., ruptura
ocasionada por divergencias en la contemplación de la Ley y en el trato con la
nueva casta sacerdotal y la gestión del Templo. Esta hipótesis –denominada
“hipótesis de Gröningen”- parece una de las que más consenso provocan en la
comunidad de estudiosos, a excepción hecha de otros como Baigent y Leigh, o
Eisenmann, que creen que la comunidad de Qumrán se identifica con los esenios
y, además, son el germen de la futura comunidad cristiana. A mi modo de ver,
para sustentar esta hipótesis hacen falta algunas pruebas más.
Según esta hipótesis, como digo bastante aceptable,
parece que “la comunidad de Qumrán, tal y como se deduce por las obras
compuestas en su periodo de formación que precede a la instalación en Qumrán, y
de los documentos de este periodo incorporados a obras claramente sectarias, y
de las obras posteriores que se refieren explícitamente al periodo fundacional,
tiene su origen en una escisión ocurrida dentro del movimiento esenio que
llevará a los partidarios del Maestro de Justicia a seguirle y a instalarse con
él en el desierto de Judea” –tal y como aparece en el libro Textos de Qumrán, de Florentino García-.
Juega a favor de esta hipótesis el que, por lo que se deduce de la lectura de
los documentos sectarios que se relacionan con su origen, las disensiones que
provocaron la fractura tienen que ver con la celebración de fiestas y la
aplicación del calendario, así como con la forma de ver las prescripciones
bíblicas en temas como el Templo, el culto y la pureza de las personas. La
interpretación adecuada de esos aspectos de la religión judía se encuentra en
posesión del Maestro de Justicia, quien la entiende y la formaliza en los
documentos de la secta, los pone en práctica y crea un pequeño universo de normas,
una reconformada halakah, que no es
aceptada por un número importante de seguidores que termina por aborrecer de
sus hermanos. Si a estas disensiones se une la situación religioso-política en
la que se encontraban por aquellos años los ciudadanos judíos, es fácil
comprender que la única salida que quedaba, para ese grupo recién formado sobre
la seguridad absoluta de su inequívoca interpretación, es la de aislarse de los
otros grupos judíos, incluido el esenio del que salen, y buscar un lugar donde poner
en práctica su cosmovisión y donde esperar pacientemente la llegada de los
mesías que les conducirá a extenderse por todo Israel.
Siguiendo esta línea de pensamiento, la designación
de un sacerdote impío, el Maestro de Mentira, podría referirse al conjunto de
sumos sacerdotes que se establecieron en el poder, dentro de la dinastía de los
hasmoneos. También sitúa la paulatina fractura de las comunidades en el
“reinado” de Judas Macabeo y de sus hermanos (163-135 a.C.), rompiéndose la
comunidad con Juan Hircano I (134-104 a.C.), fechando la muerte del Maestro de
Justicia por esos mismos años –pues parece que el siguiente Maestro de
Iniquidad, que sería Alejandro Janeo (103-76 a.C.), no es puesto en oposición a
él-. Así, algunos textos escatológicos, como el Comentario de Habacuc, podrían fecharse al final del periodo de
Alejandro Janeo, pues habrían pasado ya varias décadas desde la muerte del
Maestro de Justicia. Parece vislumbrarse una cierta evolución en los textos que
demuestran una cierta acomodación a los nuevos y sucesisvos estados por los que
pasa la comunidad, haciendo, cada vez, interpretaciones más simbólicas y
alejadas de cualquier premisa real, en una espera caracterizada por la
animación suspendia en espera del acaecimiento del bien. En la soledad de la
montaña desértica de Qumrán, quedarán mirando al cielo, esperando que Dios se
ocupe de ellos y de Israel, y mirando a las mesas, en un estudio cada vez más
concentrado y obsesivo de la Ley y de sus interpretaciones.
Incluso cabe la posibilidad, apuntada por otros, que
al ser Jonatán investido Sumo Sacerdote de manos de Alejandro Balas, por el año
152 a.C., probablemente apartó del cargo al verdadero, el cual, apoyado por un
conjunto de fieles a su papel, a su interpretación de la ley y al culto en el
Templo, marchó al destierro en el desierto. Mientras, los que aceptaron la
situación darían origen al movimiento fariseo, originado en los hassidim que
apoyaron a Jonatán. Esta hipótesis ciñe el tema de los esenios a Qumrán
exclusivamente y, además, hay que tener en cuenta que los escritores Flavio,
Filón y Plinio no mencionan un hecho semejante. Esta teoría la apoya, con
alguna reserva, y sin circunscribir el movimiento sólo a Qumrán, sino que lo
deja moverse por toda Palestina en distintas aldeas, Walter Grundmann en El Mundo del Nuevo Testamento, ver
bibliografía, utilizando una de las citas de El Comentario de Habacuc de Qumrán (ver Historia de Qumrán y
Cronología interna, dentro de Evolución de la comunidad). Para este autor, la
referencia a Absalón, como persona muy cercana al rey David en las Escrituras,
puede ser una relación directa a la facción más importante de los hassidim,
posteriormente fariseos (ver nota 137).
Teniendo en cuenta estas teoría, y dado que el
movimiento esenio era algo más amplio de los que se cree, parece afianzarse la
hipótesis de que los miembros de la aldea de Qumrán eran una secta que se
originó dentro del movimiento esenio, probablemente debido a disensiones
internas por distinto punto de vista en relación con el poder establecido, y
que terminó exiliándose en Qumrán para realimentarse con comodidad, en espera
del tiempo final. Otra teoría es que la disensión pudo provenir de la
aplicación de un calendario, el propio, solar, u otro, el judaico, el oficial,
lunar, disensión que producía que las fiestas a celebrar tuvieran lugar en un
momento o en otro muy distinto. En apoyo de esta última aparece el dato de que
los ‘terapeutas’ –grupo socio-religioso judío que se exilió en los inicios de
la dinastía de los hasmoneos, probablemente por disensiones en la gestión y uso
del Templo- aplicaban un calendario solar muy parecido al que se aplicaría poco
después en Qumrán. A este respecto cabe añadir que según el Rollo del Templo, en Qumrán se
celebraban fiestas que no se celebraban en los ambientes judaicos
convencionales.
Evolución de la Comunidad
Vamos a partir de que se trata de una comunidad
emparentada íntimamente con el tronco religioso hebreo, del cual, por alguna
razón que de momento desconocemos, se separó y fue a vivir, separadamente, a
una región montañosa de Judea. ¿Cuál pudo ser su historia?
Historia de Palestina
Alejandro Magno había conquistado Tierra Santa hacia
el año 332 a.C., pasando, tras su muerte, este territorio a pertenecer a los
griegos egipcíacos: los ptolomeos. Estos no tocaron demasiado las costumbres y
la sociedad judía de la época –pues el sumo sacerdote seguía siendo la
autoridad regente en el país-, pero se dedicaron aenriquecer el territorio con
infraestructuras. De acuerdo con esto construyeron ciudades en la zona costera,
como Gaza, Jaffa y Ascalón. Se construyeron otras ciudades menores en el
interior, y en la Transjordania, Ammán pasó a llamarse Filadelfia.
Los griegos seleúcidas desalojaron a los egipcíacos,
allá sobre el año 200 a.C. Podía apreciarse el nacimiento de algunas tensiones
en la comunidad judía a raíz de la extranjerización paulatina de la misma. Poco
a poco se fueron perfilando dos bandos (129): los ortodoxos y los helenófilos.
Los problemas se agudizaron durante el reinado de Antíoco
Epífanes III (175-164 a.C.), especialmente prohelénico, que intensificó esa
tendencia desde su trono. Antíoco era un represor feroz y estaba apoyado por el
hermano del sumo sacerdote Onías III, conocido popularmente como Jesús, aunque
adoptó el nombre de Jasón. Este se dedicó a helenizar Jerusalén, imponiendo las
costumbres griegas. A Jasón le siguieron otros dos sumos sacerdotes
prohelénicos, Menelao y Alcimo.
Pocos años después, Antíoco IV se acercó por
Jerusalén y saqueó el Templo (169 a.C.). Esto le granjeó el odio del pueblo.
Pero este odio, aún siendo contenido, no se podía comparar al que generó el que
dos años después, Antíoco IV consagrara el Templo a Zeus. Se levantó una
rebelión. En sus inicios asomó un líder en la persona del sacerdote Matatías,
apoyado por sus hijos, y por la sociedad de los “piadosos” o hassidim, o “fieles a la Ley”. Contra
todo pronóstico, y tras la muerte y primeras victorias de Judas Macabeo –Judas
Makkabi, o Judas Martillo (166-160 a.C.)-, sus hermanos Simón y Jonatán
lograrón expulsar a los seleúcidas y liberaron el territorio de Judea de su
influencia.
Una de las consecuencias de esta revuelta fue la
interrupción de la línea sadoquita en el sacerdocio del Templo –hasta ese
momento ininterrumpido-, con el asesinato de Onías III y el autodestierro de
Onías IV, que se fue a Egipto y erigió un Templo en Leontópolis –apoyado por
Ptolomeo Filométer (182-146 a.C.)-, con la colaboración de algunos sacerdotes y
levitas.
Alcimo fue elegido sumo sacerdote por sus aliados
sirios y una mayoría de fieles que se contentaban, ya, con la libertad de culto
y rito que se había conseguido, considerando, además, que Alcimo tenía
ascendencia aaronítica. Sin embargo un grupo de tradicionalistas hebreos,
dentro del grupo de los denominados “asideos” –también hassidim- desertó, aunque unos cuantos de ellos fueron ejecutados
por los sirios, aún influyentes.
Poco después, Alejandro Balas –rey ilegítimo de los
seleúcidas-, con el fin de introducirse en el pueblo judío, nombra a Jonatán
Macabeo (160-143 a.C.) sumo sacerdote del Templo en el año 153 a.C. Los
conservadores cerraron filas y se alejaron de las ceremonias del Templo, por
considerarlo un escándalo, dado que su estirpe no tenía nada que ver con la
sucesión directa y pura que requerían las Escrituras para el ejercicio del
sacerdocio. Aún peor fue cuando el general seleúcida Trifón, tras una asonada,
nombró a Simón Macabeo sumo sacerdote (143-134 a.C.) tras la ejecución de su
hermano Jonatán (143 a.C.). Desde ese momento reina en Palestina una dinastía
de reyes-sacerdotes denominada dinastía hasmonea, en recuerdo de los abuelos de
los macabeos, que se llamaba Hasmon.
En los años siguientes, los reyes Juan Hircano I
(134-104 a.C.) y Alejandro Janeo (103-76 a.C.) fueron ocupando las ciudades
helenísticas y se apropiaron, además, de extensiones de tierra en Idumea,
Samaría e Iturea. Para ello derivaron fuerzas y recursos a estas campañas,
apoyados en el interior por un grupo de judíos proclives, conocidos a partir de
entonces con el nombre de saduceos.
Mientras tanto, los fariseos no reconocían la línea
sacerdotal instaurada y, por lo tanto, eran enemigos de los macabeos y de los
saduceos. Estaban dispuestos a aceptar a Juan Hircano I como caudillo, pero no
como sumo sacerdote. El desequilibrio siempre se decantaba hacia los macabeos,
quienes lo imponían por la fuerza, hasta el punto de crucificar a ochocientos
fariseos para doblegar la resistencia (88 a.C.).
Pompeyo tomó Jerusalén y Palestina hacia el año 63
a.C. y la dinastía de los hasmoneos continuó durante unos treinta años más,
finalizando cuando los romanos colocaron a su peón en Tierra Santa, Herodes el
Grande (37-4 a.C.). Cabe resaltar que los evangelios sitúan –Lucas y Mateo,
algunos comentan que por error- el nacimiento de Jesucristo hacia el último o
penúltimo año del reinado de este dictador.
Le sucede Herodes Arquelao (4 a.C.-6 d.C.), depuesto
por Augusto por nefasto para todos, quedando Judea y Samaría bajo el puño
directo de Roma, instaurando un régimen de prefecturía bajo el mando de Coponio
(130), régimen que duró 35 años. Mientras, Galilea quedaba bajo la férula
sucesivamente de Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.) y Agripa (39-41 d.C.).
El emperador Claudio nombra rey a Agripa I, pero su
reinado dura sólo hasta el año 44 d.C. El régimen de gobierno de esta provincia
es, entonces, el de la procuradoría. La corrupción y el nepotismo se instalaron
paulatinamente en la sociedad hebrea, causa de que estallara la revuelta en el
año 66 d.C. Jerusalén fue conquistada por Vespasiano en el año 70 d.C. y la
última fortaleza hebrea en caer, Masada, lo hizo en el año 74 d.C.
Historia de Qumrán
Para conformar la historia de esta comunidad
qumranita, se acude a los datos históricos internos que aparecen en los
manuscritos hallados en Qumrán y alrededores.
Qumran. Ruinas del monasterio de Khirbet.
En la Regla de
Damasco se dice que el origen de la secta tuvo lugar en la “Era de la
Cólera”, trescientos noventa años después de la destrucción de Jerusalén por
Nabucodonosor. Comenta el manuscrito que por aquél entonces surgió una raíz de
Israel y Aaron –es decir, devotos y ortodoxos judíos- que maduró durante veinte
años, tras los cuales les fue dado un líder llamado Maestro de Justicia o
Maestro de Rectitud (131). No lo tuvo fácil, pues un grupo descrito como los
que “buscan la senda fácil” y “los que quitan los límites” -eufemismos por
religiosos negligentes-, se rebelan encabezados por un líder al que se
denomina, a partir de esas fechas, “Embaucador”, “Mentiroso” y “Vomitador de
mentiras”. Tras una lucha, el Maestro de Justicia y su grupo se exilió a un
lugar llamado “Tierra de Damasco”, donde establecieron una nueva Alianza con
Dios. Allí el Maestro de Justicia “se recoge en sí mismo”, es decir, muere.
Mientras, en Jerusalén, campan los rebeldes, que se adueñan del Templo, aunque
por poco tiempo, pues sufrirán en sí mismos la venganza de manos de “los Reyes
de Grecia”.
En el Comentario
de Habacuc se presenta un cuadro similar, aunque se comenta sobre los
miembros desleales de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, se describe al jefe
rebelde como el “Sacerdote Inicuo” y el “Vomitador de mentiras”, siendo
llamado, en un tiempo, “por nombre de verdad” –es decir, que era aprobado
dentro de la secta, un desertor, un renegado-, corrompido por las riquezas y el
poder asociados con el sacerdocio en el Templo. Este traidor castigó al Maestro
de Justicia ante la indiferencia de la “Casa de Absalón”, y le persiguió hasta
sus tierras de exilio en el “Día de expiación de la Secta”:
“Por qué mirais, traidores,
y guardas tu silencio cuando devora un impío a uno más justo que él? Su
interpretación se refiere a la Casa de Absalón y a los miembros de su consejo,
que se callaron cuando la reprensión del Maestro de Justicia y no le ayudaron
contra el Hombre de Mentira, que rechazó la Ley en medio de toda su comunidad”
(1QpHab V, 8-12).
Siguiendo con el Habacuc, el Hombre de Mentira
conspiró para destruir a los Pobres –a la secta de Qumrán- y quería apoderarse
de sus riquezas:
Maestros de Mentiras han embaucado a tu pueblo con palabras
y falsos
profetas lo han llevado por el mal camino...
Me han
expulsado de mi tierra
como a un
pájaro de su nido...
Y ellos,
maestros de mentiras y profetas de falsedad
han
maquinado contra mí una maquinación diabólica, para cambiar la Ley que en mi
corazón grabaste Tú por el camino fácil del que hablan a Tu pueblo. Y vedan la
bebida del conocimiento a los que tienen sed,
y con
vinagre sacian su sed,
para poder
contemplar su extravío,
su
desatino en las festividades,
para ver
cómo caen en sus redes.
(4QpHab IV, 7-12; en versión de Geza Vermes)
También: “Su interpretación se refiere al Sacerdote
Impío, a quien se llama con el nombre de la fidelidad al comienzo de su gestión
[se refiere a que inicialmente era acepptado por todos, como queda comentado
más arriba]. Pero cuando dominó sobre Israel se engreyó su corazón, abandonó a
Dios y traicionó las leyes a causa de las riquezas. Y robó y amontonó las
riquezas de los hombres violentos que se habían rebelado contra Dios. Y cogió
las riquezas públicas, añadiendo sobre sí un pecado grave” (1QpHab VIII, 8-12).
Dios lo entregó a sus enemigos quienes “se vengaron
en su cuerpo de carne”. A sus sucesores se les acusa también de prodigarse
riquezas despojando a las gentes –a los extranjeros-, pero perderían sus
riquezas de manos de los kittim, que les dara su justo merecido. Por cierto,
son diversas las citas que mencionan a los kittim como si se tratase de
diferentes pueblos o grupos –extranjeros en general- que acabarán con el
Sacerdote Inicuo y su facción. A los enemigos de la secta se les llama “grupos
de Efraím y Manasés”, como dos pueblos o ejércitos distintos.
En la Regla de
la Congregación, y en el Génesis
apócrifo, utiliza la expresión “instrumentos de violencia” para referirse a
los poderes que rigen Jerusalén cuando se estableció allí el Sacerdote Inicuo o
el Diseminador de Mentiras. No parace claro, aunque parece referirse al Génesis
(49, 5) donde se utiliza la misma expresión para referirse a dos hermanos
asesinos, Simeón y Leví, destructores de Siquem (132).
En el Comentario
de Nahum se describe la era siguiente al enfrentamiento entre el Maestro de
Justicia y el Diseminador de Mentiras. Un rey judío, el “León Furioso”, se
vengará de los que buscan la senda sencilla por haber invitado a asentarse en
Jerusalén a Demetrio, rey de los griegos. Pero fracasaron, pues ningún
extranjero entraría en Jerusalén desde la época de Antíoco hasta la época de
los Kittim. Los enemigos del “León Furioso” fueron crucificados. Como en otras
partes, el Comentario a los Salmos, se llama Efraín y Manasés a las facciones
enemigas de los Elegidos. Por Efraín se entiende los que siguen la “falsedad y
la mentira”, mientras que el concepto de Manasés queda más diluido, pero al
parecer relacionado con Egipto y/o los caldeos (4QpNah frags 3 y 4. III, 7-12).
Dentro de este libro, los únicos nombres históricos que aparecen son Demetrio y
Antíoco, pero no ayuda mucho pues existen varios reyes con cada uno de esos
nombres.
Aparecen otros nombres en el Calendario –que se comentaron en el apartado Datación-, como es el
caso de “Shelamzion”, sinónimo de Alejandra-Salomé, viuda de Alejandro Janeo,
que reinó entre el 76 y el 67 a.C.; “Hircano”, que se refiere, quizás, a Juan
Hircano II, hijo de la anterior, sumo sacerdote entre los años 76 y 67 a.C.; y
“Emilio”, prácticamente sin duda alguna por Emilio Escauro, primer gobernador
romano de Siria, entre el 65 y el 62 a.C.
Geza Vermes aporta, entre datos mostrados aquí, uno
que tiene que ver con el distinto tratamiento que se da a los kittim en los
manuscritos. Por ejemplo, en los que hemos comentado ahora, los kittim son una
o dos facciones armadas, violentos, rudos e implacables, que harán de
instrumento de venganza sobre el Sacerdote Inicuo. Por contra, en la Regla de la Guerra, los kittim son los
principales aliados de Satán y el enemigo final al que someten los Hijos de la
Luz (sic).
Cronología interna de Qumrán
A la luz de todos estos datos, puede establecerse
una cronología de la comunidad de Qumrán. Al menos aproximadamente. Este
intento de encuadre histórico se basará también en las pruebas arqueológicas,
dataciones y en el contexto interno de otros manuscritos adyacentes a Qumrán.
Se parte de una hipótesis consensuada generalmente,
como es el de suponer que la comunidad de Qumrán existía ya algunos años antes
de su asentamiento en las montañas áridas de Judea. Sin embargo, para conocer
el supuesto origen sólo se puede uno apoyar en los propios manuscritos.
Cuevas de Qumran (El misterio bíblico, Hans Einsle).
El punto de arranque –desde la Regla de Damasco- es 390 años después de la conquista de Judea por
Nabucodonosor, es decir, el año 196 a.C. No obstante (133), en el Comentario de Nahum se habla de un tal
Antíoco, que no podía ser otro que Antíoco IV Epífanes, que reinó en la década
del 160 a.C. En este contexto, algunos estudiosos añaden la cifra de veinte
años, aproximadamente, que la comunidad dedicó a madurar la idea de alejarse de
los demás, lo que lleva el comienzo sobre el año 175 a.C.
Los kittim
son, sucesivamente, los fenicios chipriotas, los griegos, y, al final, los
romanos. Es decir, es un término que sirve para referirse a una potencia
importante extranjera que amenaza la integridad judía. Sin embargo, tal y como
aparece en Macabeos y en Daniel, los kittim termina refiriéndose a los romanos,
pero no de una manera hostil, sino simplemente como eso, una potencia
extranjera (134). Mientras en la Regla de
Damasco habla de los kittim de manera bastante neutral, en el Comentario de Habacuc se refiere a sus
enemigos, los kittim, como los reyes de Grecia.
Sin embargo, es evidente, y así lo han convenido la
mayoría de los estudiosos de los manuscritos, que los kittim se refiere a los
romanos. Una de las más claras alusiones es la que figura en el Comentario de Habacuc: “Porque he aquí
que yo movilizaré a los caldeos, pueblo cruel y resuelto. Su interpretación se refiere
a los kittim, que son rápidos y poderosos en la batalla, para destruir a muchos
al filo de la espada en el dominio de los kittim; conquistarán muchos países y
no creerán en los preceptos de Dios” (1QpHab II, 10-15), debido a que el
comentario sobre la conquista de varios países difícilmente se puede referir a
un pueblo como los seleúcidas griegos de Siria. Otros comentarios que apoyan
esta hipótesis: “Y lo que dice: Por eso ofrece sacrificios a su red y quema
incienso a su copo. Su interpretación: que ellos ofrecen sacrificios a sus
enseñas y sus armas son el objeto de su culto” (1QpHab VI, 2-5); y: “La
interpretación de la cita se refiere a todos los ídolos de las naciones que
hicieron para servirles y posternarse delante de ellos. Pero ellos no les
servirán para salvarse el día del juicio” (1QpHab XII, 12-15). Apoya también
esta idea el que se hable con frecuencia de un rey o emperador de los kittim,
pero esta última pista nos lleva a instantes posteriores al año 27 a.C.
Otro asunto que ayudará a concretar fechas, o
momentos, de la historia de este grupo de Qumrán, son las múltiples referencias
al Sacerdote Inicuo, al Vomitador de Mentiras, Diseminador de Mentiras,
sacerdote de Mentira, etc. Como se ha comentado más arriba, parece que en un
momento dado perteneció al grupo de Qumrán y después lo burló (1QpHab VIII,
8-10), atacando al Maestro de Justicia. Es decir, es un traidor a la secta.
Así, parece deducirse que los insultos y otros apelativos dirigidos al Hombre
de mentira, son destinados a calificar a la misma persona. Además, se puede
inferir que el Sacerdote Inicuo terminó siendo un cabecilla del pueblo de
Israel: “gobernaba Israel”, “robó las riquezas de los hombres de violencia que
se alzaron contra Dios”, “robó las riquezas de las gentes [los gentiles]”,
“construyó su ciudad de vanidad con sangre”, “llevó a cabo actos abominables en
Jerusalén y profanó el Templo de Dios”, etc. Todo parece conducir a un
personaje identificable como un sumo sacerdote hebreo con capacidad y potestad
en Jerusalén. Por último, tenía buena reputación en el grupo sectario, al
empezar su trabajo público, venció a sus enemigos fuera y en su propio país, y
terminó capturado y ejecutado por el enemigo extranjero.
La cronología sitúa su periodo de actividad, el del
Sacerdote Inicuo, entre el reinado de Antíoco Epífanes (175-164 a.C.) y una
fecha de posible origen de Qumrán (sobre el 150 o 140 a.C.). En esos pocos años
existieron cinco sumos sacerdotes en Jerusalén: los hermanos macabeos, Jonatán
y Simón, Jasón, Menelao, y Alcimo, estos tres progriegos. Jasón, que no tenía
muy buena reputación al despuntar, murió en el exilio. Alcimo murió en el
poder, y, como Menelao, de escasa reputación como sacerdotes judíos. Jonatán y
Simón traicionaron el sacerdocio, se convirtieron en hombres violentos y sin
escrúpulos en el uso del Templo. Pero Simón fue asesinado por su yerno,
mientras que sólo Jonatán fue muerto por los soldados del “jefe de los Reyes de
Grecia”. El tal Jonatán sucedió a Judas (161 a.C.), héroe nacional, pero, en el
año 153 a.C. aceptó, de parte de Alejandro Balas –un usurpador tirano de los
seleúcidas, ya comentado páginas atrás-, el cargo de sumo sacerdote, de manera
ilegítima y sin tener las condiciones necesarias para ello. Trifón, un general
seleúcida posterior le capturó y le hizo ejecutar en la Transjordania.
“Su interpretación se refiere a los sacerdotes
postreros de Jerusalén, que amasarán riquezas y botín del pillaje de los
pueblos. Pero en los días postreros sus riquezas y su pillaje caerán en manos
del ejército de los kittim” (1QpHab IX, 4-6). Puede deducirse que esos
sacerdotes codiciosos y rapiñeros son los que terminan la dinastía de los
hasmoneos, desde el hijo de Simón, Juan Hircano I (134-104 a.C.), hasta Judas
Aristóbulo II (67-6 a.C.). Otra referencia aportada por Geza Vermes es la que
parece centrarse en el “joven león”, traído del Comentario de Oseas: “...león furioso. Pues yo seré como un león
para Efraín y como un leoncillo para la casa de Judá. Su interpretación se
refiere al sacerdote postrero que extenderá su mano para golpear a Efraín”
(4QpOs frag. 2, 2-3); concordante con la que aparece en el Comentario de Nahum: “...se refiere al León Furioso que llenó su
guarida con una multitud de cadáveres, ejecutando venganzas contra los
buscadores de interpretaciones fáciles, que colgó a hombres vivos en el árbol
(135), cometiendo una abominación que no se cometía en Israel desde antiguo,
pues es terrible para el colgado vivo en el árbol” (4QpNah frags. 3-4, I, 7-8).
Estas referencias parecen centrarse en Alejandro Janeo (103-76 a.C.), que en su
enfrentamiento con los fariseos, llegó a crucificar a ochocientos de ellos,
mientras veían, desde el madero, como asesinaban a sus mujeres e hijos. La
deducción de algunos es que Efraín se refiere a los fariseos, mientras que
Manasés, la otra cabeza de la hydra, se refiere a los saduceos. O, lo que es lo
mismo, aparte del pueblo llano, se destacan tres grupos, por esas fechas, con
intenció de arrogarse la legitimidad religiosa hebrea: los antepasados de los
qumranitas –podríamos decir que esenios, de momento-, los fariseos y los
saduceos.
Flavio Josefo comentaba, en su Antigüedades judaicas (136), que por esa época existían tres
grandes facciones en Israel, enfrentadas entre sí por el modo de ver las
escrituras y, principalmente, por el modo de relacionarse con el invasor –o los
invasores-. Esas diferencias se fueron ahondando y, al final, se provocó una
ruptura drástica cuando Jonatán, los macabeos y los seleúcidas, se negaron a
aceptar el maestrazgo del Maestro de Justicia, momentáneamente adjudicado como
cabeza sacerdotal y líder espiritual de los hassidim
(137).
En cuanto a identidades, es decir, asociaciones de
personajes de los manuscritos a los de la historia, resulta dificultoso en el
caso de los de la propia secta. Por ejemplo, el Maestro de Justicia no se
conoce, al menos su nombre, sólo se sabe, si seguimos la hipótesis, que se
trata de alguien contemporáneo a Jonatán. Otro dato es que por el hecho de
seguir en Israel, no debía de estar de acuerdo con Onías IV (ver un poco más
arriba, en Evolución de la comunidad). Parece que se sintió rechazado por la
realidad o, en aplicación de sus principios, decidió autoexcluirse, fundando, o
refundando, la Comunidad en las montañas de Judea; un lugar llamado Tierra de
Damasco.. Aportó su propia visión de los profetas y de la Ley, de las
festividades y de su celebración. El Vomitador de Mentiras, mientras tanto, se
asentaba en el poder, con la indiferencia de Absalón. Este Absalón podría ser
una referencia a un pariente cercano del Maestro de Justicia (138) o bien se
trata de Absalón, embajador de Judas Macabeo, que tuvo dos hijos que ayudaron
de manera muy importante a los hijos de Judas: Jonatán y Simón. Para finalizar
con el Maestro de Justicia, parece que fue perseguido hasta su lugar de retiro
con la Comunidad, por las huestes del Sacerdote de Mentira y, por el lenguaje
empleado en los textos, podría deducirse que terminaron matándolo: “Su
interpretación se refiere al Sacerdote Impío, que ha perseguido al Maestro de
Justicia para devorarlo con el furor de su ira en el lugar de su destierro, en
el tiempo de la fiesta, en el descanso del día de las expiaciones (139). Se
presentó ante ellos para devorarlos y hacerles caer en el día del ayuno, el
sábado de su descanso” (1QpHab XI, 4-8); “...los malvados de Efraín y Manasés
tratan de apoderarse del Sacerdote y de los hombres del Consejo... Pero Dios
los saca de entre sus manos” (4QpPs 37, II, 17-19) (140).
Entresacando de Geza Vermes, se citan cuatro
referencias de Josefo a personajes esenios. Así, trata de un tal Judas, que se
encontraba en Jerusalén enseñando a interpretar los signos de los tiempos
futuros –la profecía-, el cual predijo la muerte de Aristóbulo I (104 a.C.).
Otro profeta esenio era un tal Menahem, que predijo que Herodes gobernaría a
los judíos, lo que hizo que Herodes eximiera del juramento de lealtad a la
secta esenia, pues eran contrarios a los votos, excepción hecha del de entrada
en el grupo. Simón, otro más, predijo, basándose en un sueño de Arquelao,
etnarca de Judea (4 a.C.-6 d.C.), que su reinado duraría diez años (141). Por
último habla de un tal Juan el esenio, estratega y alto mando de tropas en las
regiones de Lod, Jaffa y Emmaús, en tiempos de la primera rebelión judía (66
d.C.), calificándolo de hombre de bravura y talento elevados, muriendo,
posteriormente, en Ascalón.
Se produce una contradicción entre párrafos, pues en
algunos parece deducirse una cierta amistad entre el grupo esenio, mientras que
en otros se deduce lo contrario: “En la guerra con los romanos se demostró
cumplidamente su temple en pruebas de todo género. Ni el potro ni el fuego ni
ningún otro instrumento de tortura lograron inducirles a adjurar de su
legislador o a comer alimentos prohibidos; se negaron a someterse a estas dos
exigencias, y no se rebajaron ni una sóla vez a adular a sus perseguidores ni
derramaron una lágrima. Sonriendo en medio de los tormentos y burlándose
apaciblemente de sus torturadores, entregaron animosos la vida, seguros de que
volverían a recibirla” (142). Puede que en los últimos años el clima se
enrareciera y terminaran las cosas muy mal pintadas para los esenios. Algunos
creen que este párrafo relaciona inequívocamente a los esenios con Qumrán, pues
al final los romanos asolaron esta aldea.
Creencias religiosas y ritos
En un apartado anterior –Modo de ser de la
Comunidad- se ha comentado ampliamente sus normas y actividades cotidianas, a
la luz de sus propios manuscritos. De modo aparte, aunque apoyándonos
parcialmente en esa información, resulta conveniente hacer una descripción
meticulosa de sus creencias religiosas para estimar el grado de compenetración
de la Comunidad en su entorno judaico y el grado de parentesco con otras líneas
de pensamiento religioso, como es el caso de los cristianos primitivos.
Algunos de estos puntos se han expuesto parcialmente
en apartados superiores, como en el de Actividades. No obstante, ahora se trata
de darles un enfoque religioso para poder identificar coincidencias con otros
grupos y, también, influencias en ideologías contemporáneas o posteriores, como
es el caso de los cristianos.
Por último, para acabar esta pequeña introducción,
resta comentar que un apartado importante, como es el de intentar describir la
teología de Qumrán, queda prácticamente desaparecido en el libro de Baigent y
Leigh, a excepción hecha de algunos comentarios sueltos que aparecen cuando los
autores describen a los esenios. Esos comentarios no son propios, sino que
están apoyados en citas de otros. A la luz del esfuerzo investigativo de estos
autores parecería más apropiado que hubieran entresacado de los rollos indicios
donde sustentar sus argumentaciones, sobre todo teniendo en cuenta que para las
fechas en las que se publicó su libro, los rollos concernientes a la comunidad
de Qumrán estaban difundidos, publicados y traducidos a varios idiomas.
Nueva Alianza
Son múltiples las alianzas que el pueblo de Israel
ha pactado con Dios, desde los comienzos (143) hasta el Nuevo Testamento. En el
siglo VI a.C. la alianza se vuelve un poco más esotérica, en el sentido de que
apela a la intimidad de cada judío y su crecimiento personal (144) en la Ley de
Dios.
La Comunidad era, y se consideraban a sí mismos así,
un pequeño grupo que aún permanecía dentro de la Alianza con Dios y, además,
estaba firmemente decidido a mantenerla. Para ello observarían escrupulosamente
la Ley y estudiarían fervientemente las Escrituras (145), lo que se demuestra
por las múltiples referencias que al respecto aparecen en distintos
manuscritos, como el Documento de Damasco,
la Regla de la Comunidad, la Regla Mesiánica y la Regla de la Guerra, entre otros. Su
líder espiritual, el Maestro de Rectitud, es un enviado para mantener viva esa
alianza, lo que conseguían retirados en la exclusividad de las montañas de
Judea, inclinados sobre las Escrituras y sus interpretaciones (146).
La Ley se componía de los preceptos dados por Dios y
mandamientos menores, hasta un total de seiscientos trece positivos y
negativos. Para aplicar toda esa normativa (147) a la vida diaria, se realizaban
adaptaciones y traducciones. Se respetaba literalmente el sentido dado en el
Pentateuco –la Torah-, aunque los de la Comunidad lo aplicaban recíprocamente
si se daba el caso (148).
También se consideraban santos los dichos de los
profetas, pues eran inspirados directamente por Dios y estaban en la línea de
transmisión de las Escrituras, desde Moisés hasta la verdadera Comunidad de
Israel; si bien, la persona más indicada para interpretarlos correctamente era
el Maestro de Verdad, pues no siempre los dichos de los profetas tenían que
tomarse al pie de la letra. Así surgieron manuscritos dedicados a la
interpretación de las profecías, como el Comentario
de Isaías, el Comenario de Oseas,
o el Comentario de Habacuc (149).
Estas interpretaciones iban encaminadas, casi siempre, a lo que al final
sucedería al lote de los justos y al lote de los inicuos.
Esa sensación que tenía la Comunidad de ser la
verdadera esfera de Dios, se plasmaba continuamente en sus documentos,
definiéndose como la “casa de perfección”, la “casa de verdad”, la “casa de la
ley”, la “casa segura”, “casa santa”, “ciudad fortificada” (150), etc. Esa
sensación de verdad, y de seguridad, la disfrutaban, asimismo, los
pertenecientes a la colectividad (151). Sin embargo, tal pertenencia a la Casa
Perfecta era estrictamente seguida por las jerarquías espirituales de la
Comunidad que consideraban que el seguimiento riguroso de la Ley y el
acatamiento a las palabras de los profetas, era una condición indispensable
para ello (152).
Existe un posible entronque escatológico del
concepto de alianza. Para los de Qumrán, la gracia se imparte por elección de
Dios sobre un hombre que también ha hecho su elección, pero, exclusivamente,
dentro de la comunidad de los perfectos, es decir, se trata de la confirmación
de la especial relación que Dios entablará con el segundo Israel. De esta
forma, los piadosos, miembros de la comunidad de Qumrán, se saben
pertenecientes a la Alianza definitiva de Dios con el género humano y se
confirman a sí mismos en esa alianza cada día (153).
No obstante –y me detengo un poco en este punto, pues es
de los centrales en la doctrina de Qumrán- esta alianza procede de la que Dios
constituyó con los patriarcas, especialmente con los dos por excelencia:
Abraham y Moisés, y la alianza que en el momento actual mantiene con los
conversos se basa en aquélla. De hecho se la llama así en ocasiones, Alianza de
Abraham o Alianza de Moisés, por ejemplo en el Documento de Damasco. Esa
alianza se renovó por parte de Dios en el momento del destierro al desierto,
como una confirmación de la recta vía seguida por los santos (154).
Compromiso
Cada persona que ingresaba en la Comunidad lo hacía
por voluntad propia, en virtud de un compromiso voluntario, propio y personal
(155). El hecho de que tomaran a bien la idea de la predestinación, les
conducía a considerar inevitable, para algunos, el haber sido elegidos de Dios
y pasar a formar parte de la Casa de Santidad; probablemente como efecto de la
gracia o la virtud innatas. Por el contrario, los hijos de la iniquidad, el
lote de las sombras, quedaban expuestos a la senda de las tinieblas (156).
El compromiso debe mantenerse pues la elección de la
vía correcta no salva automáticamente, sino que se corre un riesgo continuo de
caer en pecados como el orgullo y la soberbia. Es fácil encontrar textos que
intentan inducir humildad y modestia en los miembros de la secta, sobre todo en
los Himnos (157). Asimismo, para
mantenerse en el camino verdadero, es necesario, como se ha comentado
anteriormente, permanecer fiel a la Ley, texto proveniente de Dios mismo y que
hace a los qumranitas más próximos a la divinidad en su cumplimiento (158).
Religiosidad
Ante el problema que representa el ajustarse
cotidianamente a los preceptos que emanan de la Ley y de los profetas, aparecen
salpicados los manuscritos de ciertos comentarios de amor, gratitud y
misticismo. Es fácil encontrarlos en los Himnos,
o cantos que servían para ensalzar a Dios, a la Comunidad y para agradecer el
pertenecer al lote adecuado (159).
Además de gracias por haberles escogido, los
miembros de la comunidad contaban con documentos proféticos o anunciadores del
estado de gracia que iban a alcanzar,
una situación donde se acabarían las iniquidades, la injusticia y la
ignorancia. Aparecen, en muy pocas ocasiones, sí, pero en algunas, palabras que
tienen que ver con una religión mistérica o con una religión gnóstica. Sin
embargo, no parece deducirse que el pensamiento o la intuición general sean
esas, habida cuenta de aparecer, casi siempre, en textos de los denominados
secundarios, como es el caso de los Himnos,
o el Libro de los Misterios (160). En
general, puede decirse que lo que buscaban, y no es poco, como en cualquier
sistema religioso, es un estado de gracia basado en el trabajo constante,
personal y ajustado a la Ley y a las Escrituras.
Culto y ritos
Parece vital para la comunidad un seguimiento
estricto del culto y de los momentos precisos para ello, si se quería alcanzar
la gracia de Dios. Las referencias al tiempo –dias de celebración, horas, etc.,
en un verdadero y axhaustivo calendario litúrgico- son numerosas, casi siempre
haciendo hincapié en la idoneidad del momento –y no otro- y en la puntualidad
preceptivas, por ejemplo, en el caso de las plegarias, que se cumplen al amanecer
y al atardecer (161).
Para el calendario que se aplicaban, el día de más
significación era el miércoles (162), que es el que coincidía con la mayoría de
las festividades y con los comienzos de
las estaciones, en contraposición al calendario del resto de los judíos, al que
denominan “calendario del resto de las naciones”, grupo al que por tal causa
anuncian desastres y plagas. De esta forma la mayor parte de sus días de
celebración coincidían con días laborables, o de entre semana, separándolos del
resto de las comunidades de su entorno. Por ejemplo, el Día de la Expiación
caerá en viernes.
La festividad más importante es la Fiesta de las
Semanas, que se celebraba el mismo día que la Fiesta de Renovación de la
Alianza –la cual coincide con el día de Pentecostés cristiano-, ocurriendo el
décimoquinto (163) día del tercer mes, es decir, en domingo. Los sacerdotes
envían bendiciones a Dios, enumeran sus favores y los pecados de Israel para
con Él, continuando con una sesión de arrepentimiento público: “...hemos
pecado, hemos actuado impíamente, nosotros y nuestros padres antes de nosotros,
en cuanto que marchamos contrariamente a los preceptos de verdad y justicia...
pero Él ha derramado sobre nosotros su gracia misericordiosa por siempre jamás”
(1QS I, 25-26; 1QS II, 1). Tras esto, los sacerdotes bendicen al pueblo de
Israel: “Y los sacerdotes bendecirán a todos los hombres del lote de Dios que
marchan perfectos en todos sus caminos y dirán: ‘Que os bendiga con todo bien y
que os guarde de todo mal. Que ilumine vuestro corazón conla inteligencia de
vida...” (1QS II, 2-3). Acaba la ceremonia con maldiciones al bando de Satán y,
especialmente, para los miembros de la Comunidad cuya conversión no sea
sincera: “”Maldito por los ídolos que su corazón venera quien entra en esta
alianza dejándose ante sí su tropiezo culpable para caer en él” (1QS II,
11-12). Cada punto y aparte de la
ceremonia va rematado por un doble “amén”.
La circuncisión la practicaban con fidelidad, aunque
no se han encontrado testimonios frecuentes al respecto, y sólo figurados, bien
sea porque se da por entendida y enterada a la Comunidad, o porque no se le
daba importancia: “Que nadie marche en la obstinación de su corazón... Sino que
circuncide en la comunidad el prepucio de su inclinación y de su dura cerviz”
(1QS V, 5).
Respecto a la purificación mediante abluciones o
baños, los manuscritos señalan que debe hacerse con la cantidad de agua
necesaria para cubrir a un hombre, frente a la medida marcada en la Mishnah
(164) hebrea, dejando claro que si los practicantes no se apartan de su
impiedad y se someten con mucha humildad al juicio de Dios, el rito no les
valdrá de nada: “En la fuente de los Perfectos, él no será contado. No quedará
limpio por las expiaciones, ni será purificado por las aguas lustrales, ni será
santificado por los mares o ríos, ni será purificado por toda el agua de las
abluciones. Impuro, impuro será todos los días que rechace los preceptos de
Dios, sin dejarse instruir por la comunidad de su consejo. Porque por el espíritu
del consejo verdadero sobre los caminos del hombre son expiadas todas sus
iniquidades. Y por el espíritu de rectitud y de humildad su pecado es expiado”
(1QS III, 3-6).
En cuanto a la relación de la secta con el Templo de
Jerusalén, parece deducirse una paradoja. Por un lado siguen fielmente los
preceptos y mandamientos de la Ley, enviando, incluso, presentes al Templo para
que los ofrezcan al Señor, mientras, por otro lado, consideran al Templo actual
como una farsa y se niegan a participar en sus ceremonias y ritos, ya que creen
que se ha apartado considerablemente de la Ley y de su observancia. En atención
a esta paradoja, consideran que el Templo está válidamente constituido en la
Asamblea de los Justos, es decir, en el propio Qumrán: “Ella será la muralla
probada, la piedra angular preciosa que no... cuyos fundamentos no vacilarán y
no temblarán su lugar. Será residencia santísima para Aaron [línea sacerdotal]
con conocimiento eterno de la alianza de justicia, y para ofrecer un olor
agradable [se refiere a los sacrificios]; y será una casa de perfección y
verdad en Israel...” (1QS VIII, 7-9). Otra identificación de la Comunidad
aparece cuando se relaciona a ésta con el Líbano y se interpreta por Líbano al
Templo: “Porque: el Líbano es el Consejo de la Comunidad, y los Animales, son
los simples: de Judá, los que practican la Ley” (1QpHab XI, 3-5).
Respecto a las comidas y ágapes ceremoniales,
también aparecen opiniones contradictorias entre los qumranitas y entre los
estudiosos de los manuscritos. Por una parte se los considera los antecesores,
o sucesores, o influyentes, de los ágapes cristianos. Sin embargo, la forma de
conducirlos es radicalmente distinta: son momentos de alimentación –con una
disciplina dietética algo severa-, pero también de reflexión y comentario de un
texto de las escrituras o de la normativa qumránica (1QS VI, 4-6). Siguiendo
este hilo, algunos estudiosos mencionan el carácter escatológico de estas
actividades (165), lo que les lleva a decir que son los preliminares de un ágape
sacrificial, sin caer en la cuenta de que muchas de las actividades de Qumrán
estaban dirigidas por la escatología y la llegada prevista de sus dos mesías:
el exotérico –o de David- y el esotérico –o de Aaron-. Otros, siguiendo un
razonamiento contrario, señalan las coincidencias con otras comunidades que en
esa época celebraban comidas comunales, o sacrificiales, añadiendo, además, que
para algunas comunidades, la cristiana, sin ir más lejos, el mesías ya había
llegado.
Futuro de la Comunidad
Aparecen moteados los textos de Qumrán de
referencias sobre el porvenir, su carácter escatológico y cómo la comunidad se
impondrá, como Asamblea de los Justos, sobre los Hijos de las Tinieblas. Estas
referencias aparecen frecuentemente en los manuscritos propios es decir, en la Regla de la Comunidad, la Regla Mesiánica, el Documento de Damasco, la Regla
de la Guerra, y Descripción de la
Nueva Jerusalén, así como en algunos comentarios como el Comentario de Habacuc. Existe un primer
plazo temporal se seis años en los que la Comunidad se impondría sobre los
impíos, ayudado por algunas fuerzas de Efraín –conversos- y algunos miembros de
la comunidad judía, atacando después a los kittim y llegando hasta Jerusalén.
El año séptimo se dedicará a la restauración del debido culto en el Templo:
“¡Alégrate, Sión, intensamente! ¡Regocijaos, todas las ciudades de Judá! ¡Abrid
las puertas siempre para que te entren las riquezas de las naciones!...¡Dominad
sobre el gobierno de Israel, para reinar por siempre!” (Regla de la Guerra, 1QM XIX, 5-8). A partir de ahí se presentan un
número de años de guerras -entre 33 y 36- con unos cuantos sabáticos entre
medias –entre cuatro y seis-, con un periodo de lucha de facto de 29 años. Uno de los factores clave en la guerra, y en
la victoria, es el papel que jugará al arcángel Miguel, entendido en los textos
como Melquisedec, “príncipe de la Comunidad”. Su intervención será pareja a la
de Satán y sólo la mano de Dios desequilibrará la balanza para favorecer a su
lote: “Y el día de las expiaciones es el final del jubileo décimo en el que se
expiará por todos los hijos de Dios y por los hombres del lote de Melquisedec.
Y en las alturas Él se pronunciará a su favor según sus lotes; pues es el
tiempo del año de gracia para Melquisedec, para exaltar en el proceso a los
santos de Dios...” (Melquisedec,
11QMel II, 7-9). La única información de que se dispone en los manuscritos
sobre el arcángel Miguel, el Príncipe, es sobre su escudo: “Y sobre el escudo
del Príncipe de toda la congregación escribirán su nombre y el nombre de Israel
y Leví y Aarón y los nombres de las doce tribus de Israel, según sus
generaciones, y los nombres de los doce comandantes de sus tribus” (1QM V,
1-2). Sin embargo, por las alusiones que se hacen en otro punto de la Regla de la Guerra, no puede suponerse
que este “príncipe”, Melquisedec, sea el esperado mesías de David.
Mesianismo
Existen, por lo menos, dos mesías (166), por lo que
se deduce de los textos. Un primer mesías laico, llamado “Mesías de la Rama de
David”, el “Mesías de Israel” o “Príncipe de toda la Congregación”. Su papel
era anunciar, con su llegada, el Reino del Pueblo, matar a los impíos, y
derrotar a las otras naciones. Sin embargo, su papel es secundario frente al
papel del Mesías de Aarón, el de la casta sacerdotal: “Esta es la asamblea de
los hombres famosos, los convocados a la reunión del consejo de la comunidad,
cuando engendre Dios al Mesías con ellos. Entrará el sacerdote jefe de toda la
congregación de Israel y todos sus hermanos, los hijos de Aarón, los sacerdotes
convocados a la asamblea, los hombres famosos, y se sentarán ante él, cada uno
de acuerdo con su dignidad. Después entrará el Mesías de Israel y se sentarán
ante él los jefes de los clanes de Israel, cada uno de acuerdo con su dignidad,
de acuerdo con sus posiciones en sus campamentos y en sus marchas... que nadie
extienda su mano a la primicia del pan y del mosto antes del sacerdote, pues él
es el que bendice la primicia del pan y del mosto, y extiende su mano hacia el
pan antes que ellos. Después el Mesías de Israel extenderá su mano hacia el
pan” (Regla de la Congregación o Regla Mesiánica, 1QSa II, 12-21). En
otros momentos de los Manuscritos de Qumrán aparecen referencias, directas o
indirectas a estos dos mesías (167), y al profeta, casi siempre recogiendo
testigos surgidos de las Escrituras.
Esa subordinación del Mesías davídico ante el
sacerdotal queda patente cuando en el Comentario
de Isaías se aconseja que el primero se someta al dictado del segundo:
“...se refiere al retoño de David que brotará en los días postreros, puesto que
con el aliento de sus labios ejecutará a sus enemigos y Dios le sostendrá con
el espíritu de valentía... Dominará todos los pueblos y Magog... su espada
juzgará a todos los pueblos. Y lo que dice: ‘No juzgará por apariencias, ni
sentenciará de oídas’, su interpretación: que según lo que le enseñarán así
juzgará, y sobre su boca... con él saldrá uno de los sacerdotes de renombre
llevando en su mano vestidos” (4QpIsa frag. 8, III, 18-25).
El Mesías de Aarón será el encargado de enseñar y
repartir justicia al final de los tiempos: “..., hasta que surja el que enseña
justicia al final de los tiempos” (CD-A VI, 10-11). También se encargará de
dirigir espiritualmente la última batalla contra los kittim y el ejército de
Belial: “...acamparán frente al rey de los kittim y frente a todo el ejército
de Belial, reunido con él parael día de exterminio por la espada de Dios. El
Sumo Sacerdote tomará posición, y sus hermanos los sacerdotes y los levitas y
todos los hombres de la regla estaran con él. Y dirá en sus oídos la plegaria
para el tiempo de la guerra, como está escrito en el Libro de la Regla de ese
tiempo, con todas las palabras de acción de gracias. Y ordenará allí todas las
líneas, como está escrito en el Libro de
la Guerra” (1QM XV, 2-6). También, como se ha comentado al hablar de las
comidas y ágapes ceremoniales, es el encargado de bendecir la comida y los
banquetes escatológicos.
Hay una tercera figura escatológica, que acompaña a
los mesías de David y de Aarón, pero que debe ser de menor importancia, pues
sólo se la menciona una vez. Su capacidad es la profecía, y parece tratarse de
algún asesor: “...sino que serán gobernados en las enseñanzas primeras en las
que los hombres de la comunidad empezaron a ser instruidos, hasta que venga el
profeta y los mesías de Aarón y e Israel” (1QS IX, 10-11). Según las
escrituras, el profeta debería ser un Elías, como precursor del Mesías, o como
un guía para acompañar a Israel en los tiempos postreros. Si se deduce que el
profeta habría de transmitir la verdad revelada en la víspera de la consumación
de los tiempos, podría identificarse su figura con el Maestro de Rectitud, con
lo cual ya lo supondrían vivo y sólo esperarían la llegada de los dos mesías.
Otras noticias que relacionan al Maestro de Rectitud con el Profeta esperado
por la Congregación de los Justos aparecen en la literatura de Qumrán (ver
Jesucristo ¿Maestro de Justicia?, más adelante).
Una vez en los tiempos postreros, se produciría un
cambio radical y bajaría a la tierra un espejo de la ciudad celestial,
gobernada por los Hombres Santos comandados por el Sumo Sacerdote o Mesías de
Aarón. Dado que las escrituras no casan mucho con lo que se explica en los
manuscritos publicados hasta ahora, puede pensarse que se trata de una
revolución a nivel de tierra, una universalización de los valores y credos de
la Comunidad.
En el ínterin, es decir, entre el momento que vive
la comunidad y el momento en que llegará el final (168), temporalmente
postergado sine die, Qumrán se
prepara para el asedio de las fuerzas del mal y para una victoria paulatina de
los justos. El centro de la espera es el Maestro de Justicia, pues la fe en él
es lo que mantiene unida en la espera a toda la comunidad, y, con esa fe en su
persona, una fidelidad absoluta a su seguimiento de las Escrituras y a su modo
de interpretarlas. De tal manera se aferran los de Qumrán a sus escritos
escatológicos para manener aún viva su creencia en el día final, que el mensaje
que destilan los textos resultan por completo incompatibles con los que muestra
Jesús a lo largo de su ministerio público. Por fin, la llegada del tiempo
postrero vendrá precedida de grandes cataclismos y desastres, que prepararán al
mundo para una nueva creación por Dios (169).
¿Qué hay tras la muerte?
La tradición religiosa judía enseña que la vida, la
miserable vida, es el único momento en el que se puede compartir existencia con
Dios, y el estudio y la aplicación de la Ley le agradan y acercan al creyente a
su figura. Pero tras la muerte, aparece una especie de limbo en el que las
personas ya no piensan en Dios: “Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame
por tu misericordia. Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol,
¿Quién te alabará?” (Sal 6, 4-5). Sin embargo estas palabras podrían enseñar
una dualidad de aplicación, una muerte para los impíos y otra para los rectos:
“Mas los pecadores serán atrapados en su pecado. Cuando muere el hombre impío,
perece su esperanza; y la expectación de los malos perecerá. El justo es
librado de la tribulación” (Pr 11, 6-8).
Otras veces se habla de una muerte más gnóstica, más
iniciática: “Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis
pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa
de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor;
convertíos, pues, y viviréis” (Ez 18, 31-32). Es precisamente en Ezequiel
cuando aparece un punto de inflexión que no hace sino confirmar el anterior de
Isaías, en el sentido de proporcionar un significado más trascendente al hecho
de la muerte (170). Comienza a buscarse una solución, la resurrección del
cuerpo y de las almas, más tarde se habla de la reunificación de cuerpo y alma,
y, más tarde, de una existencia tras lamuerte, eterna, en presencia del Señor.
Flavio Josefo (171) comenta la inmortalidad tal como
la entienden los esenios, mostrando una idea de la inmortalidad muy similar a
la defendida por la escuela filosófica helenística, donde el alma, tras la
muerte –la liberación de la carne- viaja a un lugar beatífico.
En los manuscritos no aparece nada ante el problema
de la muerte, a no ser que se considere tal ciertas citas, llamamientos a los
cuerpos muertos para que se levanten, que podrían considerarse “resurrección”
de los cuerpos (172). De la lectura de los textos se deduce una observancia
estricta de la Ley –no es la primera vez que se menciona- y una absoluta
seguridad en la salvación final, garantizando a los justos alegría eterna, y a
los impíos, tormento eterno e infelicidad sin fin: “Estos son los consejos del
espíritu a los hijos de la verdad en el mundo. Y la visita de todos los que en
él marchan será para curación, paz abundante en una larga vida, fructosa
descendencia con todas las bendiciones perpetuas, gozo eterno con vida sin fin,
y una corona de gloria con un vestido de majestad en la luz eterna. Pero al
espíritu de falsedad. Y la visita de todos los que marchan en él será para
abundancia de castigos a manos de todos los ángeles de destrucción por el fuego
de las regiones tenebrosas” (1QS IV, 6-12).
Predeterminación
Esta forma de pensar deja en manos de Dios todo el
ser y todo el acontecer, considerándolo todo fundado en sus designios (173).
Esta especie de ligadura inflexible entre acontecimientos y Dios les
proporciona una coartada perfecta para autocalificarse a sí mismos como la
Alianza de Dios o el lote de los perfectos, y procede, casi de manera
ineludible, de la aparición de la Ley de Dios, dada a Moisés.
Según esta forma de pensar, las personas están
inscritas en un lugar del papel o en otro y, aunque parece aceptarse una
posible varianza, lo cierto es que el lugar en el que han sido colocadas no es
“negociable”, es decir, se quedan ahí para siempre. Ejemplos de palabras en tal
sentido hay muchos, pero, aunque en menor medida, también aparecen ejemplos en
el sentido contrario. De hecho, los sabios y maestros de la comunidad enseñan
sólo a los que ya se han comprometido previamente con la comunidad (174) y no a
otros que, presumiblemente, lo necesitarían en mayor medida.
Esta predeterminación nace de la profunda convicción
judía de que el hombre, asimilado a una vasija de barro, es un compendio de
iniquidades, que ya tiene ganado el “infierno”. Sólo podrá salvarse por medio
de la conducta ajustada a la Ley y por el ejercicio de la caridad (175). Puede
leerse en algunos libros dedicados a describir la vida social hebrea, en los
tiempos de Jesús por ejemplo, las disputas que se originaban entre algunos
hombres por apoderarse de ciertos lugares de limosna cerca del Templo, pues
podían ser verdaderamente rentables.
En realidad, la predeterminación consiste en la
inclusión del hombre, cuando nace, en el lote erróneo. Esto ocurre porque
cuando el individuo nace recibe el Espíritu de Dios, incompleto y manchado, y
el hombre debe encargarse de purificarlo con el Espíritu Santo de Dios y el
ejercicio de las buenas obras, convirtiéndose en hijo de la luz y de la verdad.
Si progresa más en el camino recto, llegará a convertirse en un tercer estadio
o nivel denominado Hijo de la Luz o del Cielo (176), de carácter similar a los
ángeles. La recepción descrita aquí del Espíritu Santo acontece por la Gracia y
para ello tenían el modelo del Maestro de Justicia que había experimentado, en
su día, tal renovación y la explicaba al resto de los miembros de su lote. Sin
embargo, tal concepto de gracia queda tamizado por la restricción de que sólo
ocurre por la voluntad divina, es decir, la gracia sólo desciende sobre aquél
que Dios ha tocado con su dedo. Este concepto de gracia y de predeterminción
son diferentes a los que se explican en la doctrina cristiana, si bien hay que
reconocer que podría haber antecedentes de uno sobre el otro.
La eterna enemistad entre los bandos “bueno” y
“malo”, la continua invitación, exhortación, más bien, a la conversión, y la
ayuda implícita de Dios, hace que la voluntad del hombre no haya desaparecido
por completo del ámbito decisorio. De hecho, tanto en la Regla de la Comunidad, como en los Himnos, se describen con todo lujo de detalles, algunos bastante
gráficos, el modo de vida que le espera a cada miembro de un lote. Este tipo de
aviso intenta impulsar al hombre por el camino recto, aunque, como ya he
comentado, las posibilidades son muy escasas, puesto que, al fin y a la
postre,es Dios el que verdaderamente decide (177).
Ahondando en el predeterminismo relativo, es decir,
no absoluto, quedan textos que tratan las fuerzas positivas y negativas como
entes iguales, creados ambos por Dios, de manera que la enemistad que reina
entre ellos y se establece una lucha sin cuartel, donde el destino de uno y
otro bando se va decidiendo con los acontecimientos. No obstante, el optimismo
lógico del ser humano lleva a pensar que al final de los tiempos, será el bando
del bien el que vencerá.
Dualismo
Los de Qumrán, en algunos escritos, mantienen el
origen dual de la bondad y la maldad en el género humano, entendiéndose estos
conceptos, principalmente, como mayor o menor ajuste de los individuos a la ley
mosaica. Sin embargo, ese dualismo no es absoluto, pues la existencia de esas
dos fuerzas parte de Dios (178).
Por ejemplo, Dios pone en el hombre dos espíritus,
uno de verdad y otro de maldad, originados por los lugares de luz y de
tinieblas, respectivamente. Existe una confrontación abierta entre ambos
bandos, de manera que uno, casi siempre el de maldad, intenta atraer adeptos a
su sector. Precisamente un paliativo parcial a la predestinación es que Dios, y
su corte o ejército de ángeles, pondrán de su parte para que la victoria no se
produzca del bando de Belial.
Pero, por otro lado, a pesar de existir dos
vertientes que actúan en el ámbito humano, el judaísmo antiguo interpretaba que
las dos estaban sujetas al poder y a los designios de Dios; es decir, la
naturaleza malvada también está sujeta a Dios y, por lo tanto, es este último
el que al fin decide. Y dado que el fin del mundo, el acontecimiento
escatológico que supondrá la llegada de Dios nuevamente, no ha tenido aún
lugar, estas ideas dualistas sobre el bien y el mal tendrán lugar en el futuro
y, desgraciadamente, o afortunadamente, según se mire, no afectan a las
personas que viven en su actualidad.
Este proceso dualizador de la existencia y del
futuro procede del choque de miradas apocalípticas que se produce en el pueblo
judío en el momento del exilio y tras su vuelta. En un principio, la
escatología era una voluntad divina sujeta al arbitrio de Dios. Tras el exilio,
y contando con el influjo de ideas cosmológicas iranias y orientales, la
escatología se basa en conceptos metafísicos que relacionan el bien y el mal
con potencias superiores: el bando de Dios y sus ángeles, y el lado del
demonio, o Belial, y los suyos. El equilibrio de fuerzas oscila y al final se
decantará del lado del bien tras el desarrollo de un juicio universal que
afectará a todos, vivos y muertos. Evidentemente, la resurrección de vivos y
muertos sólo afectará a Israel, dejando a los demás pueblos condenados a la
muerte eterna.
Relación con el cristianismo
Este es otro de esos puntos fundamentales en todo el
“affaire” de los manuscritos de Qumrán, pues algunos autores defienden la tesis
de que esta comunidad es un antecedente, más o menos directo, de lo que
posteriormente sería el cristianismo, llegando a identificar al Maestro de
Justicia con Jesucristo, aportando como prueba que el precursor de Jesucristo,
Juan el Bautista, también era esenio.
Otros señalan ciertas influencias de los qumranitas
hacia el cristianismo, y otros, la mayoría, señalan que existen similitudes y
diferencias entre ambos corpora
ideológicos, aunque de eso no se pueda inferir precisamente ninguna relación.
Se puede partir de un esquema trino, es decir, de tres posibilidades:
- La
comunidad de Qumrán –posibles esenios- y el cristianismo son idénticos, hasta
el punto de que algunas de sus principales figuras coinciden, como considerar
que el Maestro de Justicia es Juan el Bautista o Jesucristo. La postura más
ampliamente aceptada ante esta posibilidad consiste en el desprecio, por varios
motivos: lo contradice el factor tiempo, las dos ideologías mantienen entre sí
serias discrepancias, y no se ha encontrado en las cuevas ningún resto de
manuscrito o papiro que refleje algún texto del Nuevo Testamento (ver, más
adelante, el apartado Evangelio de San Marcos).
- Otra
posibilidad es considerar que Qumrán fue la cuna de la que nació el
cristianismo, aunque fuera anterior. Los mismos argumentos juegan aquí un papel
importante, excepción hecha del último, y otros aspectos, como la estricta
observancia de la Ley, contrastan mucho con la secundaria importancia que se
les concede en el Nuevo Testamento.
- La tercera
posibilidad consiste en suponer que los textos de Qumrán y el cristianismo son
dos movimientos distintos, que persiguen fines que pueden presentar
similitudes, y que han nacido de un tronco común, como es el caso de la
religión hebrea.
Para estudiar este apartado se van a descubrir
semejanzas, pero tan importantes como estas van a ser las diferencias, y
también algunos aspectos presentes en los textos de Qumrán que están ausentes
en el Nuevo Testamento y en el entorno del cristianismo primitivo. De hecho, y
para precisar más, sólo podrá considerarse la existencia de identificación o
influencia si aparecen rasgos comunes y originales en estas dos comunidades,
sin que aparezcan en alguna otra.
Por último, antes de proseguir, queda señalar que el
ámbito de este texto está delimitado por el cristianismo y las posibles
influencias entre este y los textos de Qumrán, sean esenios o no. Cualquier
relación entre el cristianismo y otras comunidades y corrientes de pensamiento,
como es el caso del judaísmo antiguo, la Tradición, el helenismo o la gnosis,
quedarán pendientes de otro trabajo posterior.
Influencias y su medio de transmisión
No existen pruebas de que algunos de los personajes
más importantes de la comunidad cristiana primitiva –como es el caso de Juan el
Bautista, Jesucristo, Juan el Evangelista, o Pablo de Tarso- formaran parte, en
algún momento, de la comunidad de Qumrán. En los primeros escritos, en los
dichos, o en las cartas, no se menciona en ningún momento algún tipo de
contacto. Hay que tener en cuenta que lo que a nuestros ojos –hombres de la
actualidad- es algo importante, evitable, reservado o, más allá, deleznable, en
los primeros años del cristianismo no tenía por qué ser tal. Eran múltiples las
relaciones entre los cristianos primitivos –hablando de la comunidad cristiana
de antes de la caída del Templo- y el judaísmo oficial, así como con sus
múltiples sectas, relaciones que en varias ocasiones han quedado plasmadas en
los Evangelios y mencionadas en el Nuevo Testamento. No hay motivo alguno que
mueva a discriminar a los esenios de esas relaciones frente a los otros grupos.
Una posibilidad es la relación de Juan el Bautista
con los esenios o con los moradores de Qumrán. Una primera relación es
geográfica, pues Juan predicaba en la orilla occidental del río Jordán. Si se
estudia un mapa de la zona se aprecia enseguida que se trata de una distancia
aproximada de 20 kilómetros en línea recta, lo que podría suponer un viaje de
dos jornadas a pie. Hay que tener en cuenta que Juan el Bautista procede del
medio sacerdotal –medio del que surgen los sacerdotes dirigentes de la secta
del Mar Muerto-, lo que le podría acercar a crecer en Qumrán o a haber pasado
algunos periodos de tiempo en su seno, por motivos de aprendizaje, de afinidad
o por curiosidad. Otra posible relación es la de los hábitos alimenticios (179)
de Juan el Bautista, aunque no aparezca por ningún sitio. Sin embargo, lo que
sí es cierto es que en el momento en que se cruza con Jesucristo, y le bautiza,
su prédica, su ritual y su modo de vida son radicalmente distintos de los que
explican la literatura qumránica. La última referencia clara que podría
relacionar a Juan el Bautista con los moradores de Qumrán es la que le sitúa
una infancia en lugares desiertos, sin especificar nada más. Podría
interpretarse como que se retiró a aprender –por indicación de su padre,
sacerdote oficiante en el Templo, se supone; aunque este sacerdote, Zacarías,
había sido asesinado en el Templo al poco de nacer su hijo, por defender a los
niños ante el sesinato de primogénitos encargado por Herodes- a Qumrán y
doctorarse en interpretación de la Ley, antes de manifestarse públicamente.
La única relación que existe entre Jesús el nazareno
y la comunidad de Qumrán es la frase que aparece en el evangelio, donde cita a
Jesús habitando en el desierto durante cuarenta días (180). Aunque es cierto
que no se menciona a qué desierto viajó, parece lógico suponer que fue a un
desierto cercano (181), siendo el más próximo el de Galilea, mientras el más
conocido es el representado por las elevaciones de Judea. Esta práctica, muy
común en las culturas místicas –el hecho de apartarse de la comunidad durante
un tiempo, para meditar, madurar, etc.-, no implica forzosamente que el
desierto sea un nexo de unión entre Qumrán y cualquiera que se autodestierre.
De hecho, ni siquiera tiene por qué ser una práctica habitual en Qumrán, a no
ser que se interprete como desierto la comunidad del Mar Muerto.
Otra posibilidad manejada, aparte de la proximidad
geográfica, es la de la proximidad temporal. Ya ha quedado explicado que la
horquilla temporal manejada para situar cronológicamente a Qumrán oscila entre
el año 175 a.C. y el año 70 d.C. Es decir, aparece un periodo de unos cuarenta
años de solapamiento temporal entre la comunidad cristiana primitiva y la
comunidad qumranita. Curiosamente, no aparece en la literatura qumránica, ni
tampoco en la literatura cristiana primitiva, ninguna mención de una o de otra.
Si bien se mencionan, en un par de ocasiones, a saduceos y fariseos –sobre todo
estos últimos, como una medida de su preponderancia e influencia social-, jamás
aparece una referencia a los esenios, o al esenismo. Desde luego, no se habla
nunca de una comunidad en el desierto que remotamente pudiera tener un nombre
parecido a Qumrán. Este hecho, que para los historiadores especulativos puede
parecer fútil e incluso una prueba de relación que se quiso tapar
posteriormente, por parte de otros historiadores es una prueba de que la
comunidad del Mar Salado había dejado de existir a medidados del siglo I d.C.,
perdurando en la historia por su ocupación posterior por parte de zelotas,
sicarios, y rebeldes en general, al avance de las tropas romanas en el
levantamiento judaico del 68 d.C.
Otro modo de influenciación entre las comunidades de
Qumrán y la cristiana primitiva, es el intercambio de personas de un grupo
hacia el otro, en tiempo de la vida de Jesús. Más concretamente, algunos
miembros de Qumrán, tras el desastre del año 70 d.C., podrían huir y refugiarse
en el interior de una comunidad cristiana primitiva que no hacía ascos –todo lo
contrario- al trato con extraños, renegados y gentiles; precisamente al
contrario de lo que era común en la Orden del Mar Muerto. Algunos autores
consideran que la cita que aparece en los Hechos
de los Apóstoles tiene sentido en esa dirección (ver nota 308), aunque es
mucho más probable que el término sacerdotes se refiera a los fariseos e,
incluso, al cuerpo de sacerdotes que constituía la jerarquía del Templo y del
Sanhedrín.
El aspecto mesiánico y escatológico
Qumrán y los mesías
Los textos de Qumrán creían en uno o dos mesías
postexílicos, uno de cuyos nombres podría ser Melquisedec, pues se trata del
Príncipe de la Congregación, descendiente directo –eso se creía- de Aarón
–hermano de Moisés, iniciador de la línea sacerdotal hebrea-. Su significado
mesiánico era el de instaurar un nuevo orden como realización del Reino de Dios
sobre la tierra, traducción de la ciudad celeste, plasmación política, donde
Israel será el centro de un reordenado universo.
Según se lee en otros textos, podría interpretarse
que va a ser el Maestro de Justicia el que se va a encarnar de nuevo para guiar
a la Congregación al puesto central que en Israel le tiene reservado Dios. Sin
embargo, según la mayoría de los exégetas, hay concordancia en pensar que el
sujeto mesías es denominado en algún momento Maestro de Justicia pues, con la
mentalidad puesta en la línea sacerdotal pura –directa desde Aaron-, el mesías
no puede ser llamado de otro modo, ni puede jugar otro papel distinto de ese.
He empezado este apartado hablando de uno o dos mesías
postexílicos, pues los Manuscritos son algo ambiguos al respecto. En otros
puntos se habla de dos mesías, uno davídico y otro sacerdotal, de la línea de
Aaron, pero acompañados de un profeta que haría las veces de introductor de
ambos (182). Parece deducirse que el sacerdotal tendría la preeminencia, pero
no queda nada claro, y podría inferirse, incluso, que las tres figuras tienen
igual preponderancia en la literatura qumránica. Sin embargo, como acabo de
comentar, esa ambigüedad es manifiesta y no queda patente si se trata de un
mesías o de dos, con profeta o sin él, y si es de la estirpe de David o de la
de Aaron (183). Tratándose de un tema de capital importancia, no puede causar
sino extrañeza, incluso asombro, la manera de tratarlo en los textos de la
comunidad del Mar Muerto.
En un ejercicio deductivo podría inferirse que el profeta
que se menciona en algunos textos es el paralelo del Maestro de Justicia. Esta
hipótesis está bastante bien defendida por Walter Grundmann en su libro (ver
bibliografía) y se ha comentado con cierta amplitud en el apartado Mesianismo
dentro del apartado Creencias religiosas y ritos. Para ello se utilizan
expresiones sacadas de textos como Florilegio,
Testimonios, y la Regla de Damasco y la Regla de la Comunidad. De hecho, las
referencias que de las Escrituras se dan en los textos mencionados, algunos se
supone escritos por el propio Maestro de Rectitud, señalan en esa dirección,
bastante más plausible que la que señala al Maestro como mesías. La actitud y
las palabras del líder de la Orden señalan también más en esa dirección que en
la otra. También son numerosas las palabras dedicadas a los mesías de Aarón y
de David en la literatura de Qumrán, sobre todo en el Documento de Damasco y en la Regla
de la Comunidad.
Por otra parte, Dupont-Sommer, escritor francés y
uno de los primeros en leer e interpretar los manuscritos, sostiene que la
relación Maestro de Justicia/Divinidad le convierte en el Mesías, es decir,
establece una identificación entre el Maestro de Justicia y Jesucristo. Sin
embargo, interpretaciones y traducciones posteriores, del mismo autor y de
otros estudiosos de los manuscritos, sostienen que se trata de un error, pues
la traducción no es la más habitual, y el sujeto de la manifestación divina es
el Sacerdote Impío, es decir, su contrario (184). Otros escritores han
enjuiciado muy severamente la precipitación con que actuó Dupont-Sommer, sobre
todo al sacar conclusiones, si bien otros autores han aplaudido su “osadía”,
caso de Wilson y Baigent y Leigh.
Aparición del mesías
La comunidad hebrea mantiene una imagen del Mesías
extraída de dos fuentes básicas: los Salmos
y la Oración de las Dieciocho Bendiciones
–Tefillah-, repetida esta última con
frecuencia en las sinagogas. En ellas el Mesías es un descendiente directo de
la línea de David, un restaurador de la antigua benevolencia de Dios derivada
de la Alianza, sin excluir la posibilidad de un rey victorioso (185), un
“guerrero” o “caballero poderoso”, casi a la manera de la caballería de la Edad
Media, que pondría en marcha los ejércitos de Israel y de Dios para recuperar
el papel central que le estaba reservado a la comunidad hebrea en el mundo. Una
minoría de hebreos helenizados, minoría relativa, no creía en un mesías
davídico, sino que sus creencias se dirigían a un Hijo del Hombre, una especie
de Hombre global y completo, un Adam Kadmon de la cábala quizás, un ser
suprahumano y con existencia previa sobre la tierra, aunque a veces, en los
textos, no queda claro si se trata de un sólo individuo o de una colectividad
(186).
Las dos comunidades esperaban que su respectivo
maestro apareciese en la consumación de los tiempos. Los cristianos
consideraban que ese momento había llegado ya y, con él, la llegada del reino
de Dios. Jesuscristo volverá en un futuro no muy lejano a confirmar esa venida
y a recoger la cosecha que su presencia en este mundo ha producido. Los
cristianos, al contrario que los qumranitas, están parcialmente consolados por
haber conocido al Cristo y, a su pesar, sólo les queda esperar un poco más para
su regreso.
Los de Qumrán tienen que dirigir exhortaciones a la
perseverancia, ocasionalmente, para que sus miembros puedan sobrellevar la espera
con estoicismo y esperanza. Esa perseverancia se adivina en comentarios del
Nuevo Testamento pero, insisto, consolados, porque, para ellos, el mesías había
llegado ya (187).
Por otro lado, la comunidad hebrea, semilla de la
creencia cristiana, sostiene un mesías latente, oculto, inconsciente de su
papel hasta que éste se va revelando poco a poco. Esa latencia del mesías se
transmitió a los cristianos en sus primeras épocas (188) y era contraposición a
la revelación previa del mismo. Esta forma de creer en el mesías se transmite a
las primeras generaciones tras la caída del Templo (189). Los cristianos
aceptaron esa latencia y se cree que una manera en que se aceptó fácilmente fue
gracias al episodio de Juan el Bautista y Jesús, cuando el primero bautizó al
Cristo en el Jordán, dándole paso en la tierra y haciendo que éste fuera
“consciente” de su papel e iniciara su ministerio público. En Qumrán no aparece
nada semejante, si bien podría creerse, por su literal seguimiento de las
escrituras, que debería existir algún reflejo. Esta ausencia puede deberse a
que no existía ningún pensamiento sobre la latencia del mesías en la
idiosincrasia qumránica, o porque esta latencia se formó un tiempo después de
que la comunidad del Mar Muerto dejara de existir. Para Qumrán, el mesías, los
mesías, llegará investido de gloria, será de la cuna de David, y otro de la de
Aarón, ambos conscientes de su papel desde el principio de su existencia, y
preparados para conducir al pueblo elegido a la ciudad sagrada, la Nueva Jerusalén.
La postura de Jesús y su entorno inmediato
Las palabras de Jesús al respecto son escasísimas.
De hecho, se centran más en el hecho mesiánico, en su interpretación adecuada,
que en aspectos literales ni, desde ya, se identifica con el Mesías. Aparecen
dos episodios de relación directa por Jesús a sí mismo con el mesías. Los
intérpretes de las Escrituras, sobre todo del Nuevo Testamento, suelen anular
algunos de los pasajes por corruptos o añadidos posteriormente, pero queda uno
que sí se supone real, y otro dudoso (190).
La idea general que se aprecia es que Jesús no
quería denominarse a sí mismo como Mesías, incluso se irritó ante esa mención
(191), aunque alguna referencia indirecta por su parte hubo, y algunas muy
explícitas que cabe destacar aquí, como en el capítulo ‘La Confesión de Pedro’
del Evangelio de Mateo. Los discípulos sí que le tratan como Mesías, o como el
Cristo, un sinónimo procedente de las escrituras hebreas más modernas, si bien
Jesús no acaba de aceptarlo del todo.
En la Pasión Jesús no se autocalifica como mesías, y
sus discípulos no parece que le traten como a tal, si bien algunas de las
acusaciones e insultos de los romanos, los soldados, Pilatos y el sanhedrín van por ese camino (192). La
aceptación del papel de mesías ante las preguntas de Pilatos son muestra, según
la opinión de algunos, de humildad, no de aceptación.
El mismo Jesús avisa sobre la aparición de
personalidades mesiánicas y algunos autores aportan palabras de Jesús como
posibles avisos concretos contra la comunidad de Qumrán, sobre todo cuando
alude al desierto como el origen de esas apariciones (193).
Para los estudiosos de las Escrituras resulta un
tema escabroso y de difícil solución (194), el de intentar concordar la postura
y las palabras de Jesús con el hecho de que su entorno inmediato, las
autoridades políticas y religiosas –sobre todo éstas-, e incluso los
extranjeros –los romanos-, le considerasen el Mesías davídico. La solución
podría estar en la autoconciencia de Jesús como Mesías, pero no como el Mesías
que todos esperaban, sino uno de propia concepción, no el “guerrero” que
triunfaría contra los ejércitos de Gog, sino uno que se enfrentaría al poder
establecido, el religioso, y su interpretación estrecha y literal de las
enseñanzas de Dios transmitidas de generación en gerenación.
Los evangelistas tratan a Jesús en algunas ocasiones
como el Cristo (195), si bien ciertos autores consideran estas palabras como
procedentes de posteriores etapas evolutivas en la formalización de los
Evangelios. Pero lo cierto es que es opinión unánime entre ellos el tomarlo por
tal a Jesús, y Jesús se da a sí mismo ese título, o el de Cristo, o no
desmiente la opinión de los apóstoles o de sus discípulos. Es decir, cabe
considerar una fuerte probabilidad de que Jesús, el Cristo, y sus apóstoles,
tomasen la figura de Jesús como la del Mesías y actuaran en consecuencia, sobre
todo Jesús. Una nota discordante la ofrece Geza Vermes en su libro Jesús el Judío (ver bibliografía, pág.
157), usando el episodio de la regañina de Pedro a Jesús, y el que éste le
llamara Satanás, como un ejemplo de la nula o mínima aceptación del sufrimiento
por parte de Jesús en su papel de Mesías; sin embargo, las palabras de Jesús
(196) son elocuentes y lo que hacen es, no sólo aceptar su papel, sino plantear
a sus seguidores las concecuencias que tendrá el que le sigan. Son más una
prueba de la asunción por parte de Jesús de su papel mesiánico que lo
contrario.
Cabe resaltar lo que opinan los primeros cristianos
por “boca” de lo que aparece en los Hechos
de los Apóstoles y otros escritos neotestamentarios. Al parecer la creencia
en Jesús como Mesías no fue inmediata, es decir, no siguieron la estela marcada
por los apóstoles y los discípulos más inmediatos, sino que necesitaron la
Pasión, la Resurrección y la Ascensión, para considerar a Jesús Mesías del
Pueblo, enviado por el Señor (197). Casi se diría que si no hubiera sufrido
Jesús todo ese martirio y desprecio por parte de sus conciudadanos, no sería
considerado Mesías (198). No obstante, no hay que olvidar que esta creencia
está basada en las propias palabras de Jesús, tal como indican los tres
Evangelios sinópticos (199) en distintos momentos.
He dejado para el final lo tratado en el Evangelio
de Juan, el más controvertido, el posterior a los demás, y el disidente, por
cuanto no coincide con los otros tres sinópticos en muchos puntos. La
finalidad, o al menos una de las finalidades de este Evangelio, es describir y
demostrar la figura de Jesús como el Mesías, el Cristo. Ya en los primeros versículos
describe la primera aparición del Cristo, en consonancia con las afirmaciones
de la Cábala y de las primeras recopilaciones talmúdicas, denominándole el
Verbo, por quien todo fue creado. Otra diferencia, tampoco demasiado evidente,
es que en este Evangelio Jesús admite explícitamente ser el Mesías en al menos
dos ocasiones (200).
En resumen, parece que la idea que tenía Jesús sobre
su propio papel, su mesianismo, no cincidía exactamente con lo que esperaban
sus oyentes, razón por la cual no hizo demasiado hincapié en ella: aunque
desprecia su “ascendencia” davídica, sus seguidores la enfatizan, aunque no
quiere acercarse a la imagen de caudillo, sus discípulos caen en el equívoco,
aunque muestra su relación con la divinidad, otros abren sus ojos asombrados, y
aunque se encuentra nombrado por la sacralidad, otros oyen la literalidad de la
palabra y le niegan el ungimiento. Jesús viene a subvertir el orden religioso
establecido y, dada la estrecha relación entre poder religioso y político
existente en la Palestina del siglo I d.C., también el poder político, pero
indirectamente. Es decir, su papel choca con lo esperado por los judíos de su
época, según lo anunciado por las Escrituras, aunque los miembros
sobresalientes del sacerdocio lo “leyeran” literalmente, por lo que la amenaza
apareció y cayó sobre Jesús fulminantemente. Estos matices al personaje del
Mesías cristiano son imposibles en la imagen del Mesías judío y, desde luego,
muy alejados de la idea que de tal mesías, y de tales mesías, tenían en Qumrán.
Por último, en este pequeño resumen, la
identificación de Jesús el Mesías con Dios -es Dios, forma sustancia con Dios-,
propia de los primeros escritores cristianos, a finales del siglo I d.C. y
principios del siglo II d.C., (201) es inaudita para los seguidores acérrimos
del monoteísmo hebreo de Qumrán.
Escatología
Por fin, la forma de entender el final del tránsito
por la tierra es diferente en las dos comunidades. Para Qumrán, el final
llegará cuando concluya la victoria de los “hijos de la luz” sobre los “hijos
de las tinieblas” (202), con la llegada de Dios que repartirá según los lotes,
aunque se señala que en su llegada, los lotes dejarán de serlo. Esta aparente
contradicción no queda resuelta en los textos de las cuevas. Quizás la espera,
la paciente demora que supone el intervalo de tiempo considerable entre la
primera alianza la establecida por Dios con Abraham, y la que se supone que
debe llegar en poco tiempo, tiñe de cierta agresividad ese día del juicio. Son
numerosas las palabras que aparecen en Qumrán describiendo el día de la llegada
de nuevo de Dios que tienen significados relacionados con guerra, venganza y
vistoria (203).
Por contra, la literatura escatológica de los
primeros cristianos se centra en la parusía de Cristo, su segunda –ojo- venida,
en plenitud de gloria y de poder, descenciendo de la diestra del Padre para
confirmar la universal pureza de la especie humana (204). No se trata tanto de
una victoria, sino de que Jesucristo llegará, y repartirá según los méritos de cada
uno (205). Pablo, por su parte, recalca la redención que supone para los
hombres el papel de Jesucristo y, además, el de Dios por medio de su Hijo
(206), comentando aspectos relacionados como la resurrección de los “muertos”,
la transformación de los vivos y las etapas previas, si bien siempre en un
marco de medio plazo, pues pensaba que Jesucristo llegaría de nuevo en el plazo
de una generación (207).
No existe en los manuscritos del Mar Muerto
referencia alguna a un símbolo como el que se maneja en el Nuevo Testamento.
Ritos e instituciones
Para los qumranitas era especialmente importante el
formar parte de la Nueva Alianza que había establecido Dios con sus elegidos,
el lote de los Creyentes. Esa alianza era tan importante, y al mismo tiempo tan
personificada en el Maestro de Justicia (208), que no se concebía una vida, o
un pensamiento, o una creencia que se apartara de la Ley o de la Alianza o del
Maestro. Son muchas las referencias a la Alianza en los textos más genuinamente
qumránicos. Por ejemplo, en el Documento
de Damasco, se define la comunidad a sí misma como “Nueva Alianza en la
tierra de Damasco” (209). Para los judíos, el término “alianza” es algo
inherente a su propia creencia religiosa apoyada en la ley mosaica, en la
Torah. Sinónimos como alianza, pacto o convenio se repiten a lo largo del
antiguo testamento con frecuencia y siempre en la misma dirección: Dios ha
elegido a un pueblo, Israel, que terminará prosperando y centrándose en el
universo, siempre y cuando cumpla la Ley. Para los cristianos, el término
alianza se refiere al nuevo pacto establecido entre Jesucristo, como mediador
entre Dios y los hombres, y sellado con su sacrificio final (210) como proceso
de redención para todos los hombres; una alianza nueva basada en la virtud probada:
el amor.
Curaciones
Otra posible coincidencia es el hecho de que los
esenios practicaran la curación, algunos dicen que con la imposición de manos.
Los escritos de Qumrán no mencionan este hecho. Parece deducirse que los
qumranitas, no de sus textos, sino de las pocas referencias indirectas, eran
proclives a la sanación naturista –principalmente gracias al empleo de hierbas-
y a las invocaciones a Yahvé. Dios sería el encargado de separar el grano de la
paja, es decir, a los inicuos del lote de los Santos, muchas veces curando a la
persona que se lo mereciera. Las alusiones de Josefo y de Filón mencionan a los
esenios como un grupo con cualidades de sanación. Se produce una pequeña
contradicción, tal vez.
No obstante, se indica en algunos libros la
tendencia de los cristianos primitivos a dedicarse a la sanación por imposición
de manos, sin caer en la cuenta de que esas actividades prácticamente
desaparecieron con la muerte de Jesucristo (ver apartado correspondiente a
Jesucristo y el Maestro de Justicia, más adelante), aunque éste recomendara a
sus discípulos que extendieran el mensaje por todo el orbe y realizaran cosas
maravillosas en su nombre y en el de Dios (211). Sí que existen actividades
enfocadas al exorcismo de personas enajenadas o poseídas, pero, en el caso de
Qumrán, más bien estaban dirigidas por las invocaciones que por otra cosa,
mientras que en los cristianos primitivos, se hacían curaciones y exorcismos,
en actividades separadas, con ritos diferentes y poderes distintos.
Comunidad primitiva
Otro aspecto coincidente es el de la comunidad de
bienes. Los primitivos cristianos formaban grupos que, en el caso de vivir
dedicados a su crecimiento interior, o bien a la difusión de su fe, practicaban
la comunidad de bienes. Es cierto que este aspecto no estaba muy formalizado y
son varios los casos de personas adscritas al cristianismo que seguían
manteniendo cierta fortuna (212), lo que en los medios de Qumrán hubiera sido
impensable.
La idea es que los cristianos se agrupaban en pequeñas
comunidades, conectadas entre sí por viajeros, discípulos y apóstoles, y, para
subsistir, vivían de las donaciones, regalos y de los bienes que cada uno traía
al conjunto. Se solicitaba a los miembros que entregaran sus bienes al grupo
con doble finalidad: hacer un acto de desprendimiento y ayudar a la comunidad a
mantenerse, y quizás lo frecuente es que se entregara según el patrimonio de
cada cual (213). Sin embargo, esa flexible actitud era incompatible en Qumrán,
donde la entrega, tras el doble año de noviciado, debía ser total, y en el caso
de que se mintiese sobre ello a los miembros de la secta –sobre todo al
Consejo-, se caería en falta grave y la pena era la expulsión (214). Además, lo
mismo que a la línea sacerdotal se le asociaba completa autoridad, en general,
en Qumrán, esa asociación se hace explícita en materia de bienes (215).
En ninguno de los dos grupos se habla nada sobre una
posible restitución de bienes, parcial o total, en caso de expulsión de algún
miembro. Ahora bien, esa omisión, con ser grave, lo era peor en el caso de una
comunidad que exigía la entrega total de bienes en el momento del ingreso
efectivo.
Bautismo
También se ha pretendido encontrar coincidencia
entre el bautismo cristiano y las abluciones qumránicas, teniendo en cuenta que
el primero se administraba a personas adultas, conversas a la nueva fe,
instruidas en ella, absueltas de pecado, y en una sóla ocasión, mientras que
las purificaciones por el agua eran continuas en Qumrán, hasta dos veces
diarias, con el fin de acercarse a los alimentos o a los objetos de culto en el
mejor estado de pureza. Una vez que el prosélito se declaraba apto para entrar
en la Comunidad, entonces participaba de los alimentos y de los banquetes, pero
antes debía purificarse, es decir, la purificación no era un elemento de la
inserción en la comunidad, sino una actividad a posteriori, en concordancia con el resto de los miembros de la
secta.
El concepto pecado se trata en muy escasas ocasiones
en los Manuscritos de Qumrán y siempre que se hace se relaciona con la ruptura
o disidencia de los preceptos señalados en la ley mosaica. Las abluciones no
son un medio para librarse del estado de pecado, sino para purficarse cuando se
dispone a prticipar en algún aspecto ritual en el que participan los
“perfectos”. Para Qumrán, las abluciones se administrarían a posteriori, como en el caso del ingreso, es decir, primero se
expía la falta, o sea, se cumple la pena correspondiente, y, tras un periodo de
transición marcado por el superior, o incluso por el Maestro de Justicia, se
supone a la persona en estado puro. A partir de ese momento, para participar en
las actividades de la comunidad, hay que pasar por las abluciones o baños
rituales (216).
Ágapes rituales
Otro aspecto es la cena cristiana y la comida ritual
de los qumranitas. Los elementos coinciden, pues son el pan y el vino, aunque
también eran los mismos elementos que se bendecían en las fiestas más
importantes del calendario hebreo, sobre todo en las fiestas de carácter
agrícola.
La solemnidad de la comida comunitaria, con las
bendiciones previas del sacerdote de Leví, se relaciona con la significación y
simbolismo de la cena pascual del cristianismo: “...la naturaleza específica
del rito como elemento del culto, es decir, sacramental, venía indicada por el
carácter sagrado que como recinto poseía el refectorio, por la presencia de un
sacerdote, que en realidad era el celebrante, y por el hecho de que sólo los
iniciados, miembros de la secta, eran admitidos” (217). Aquí el autor se
refiere a las pautas marcadas por la Regla
de la Comunidad (1QS VI, 4-6) y la Regla
de la Congregación (1QSa II13-22), aunque parece olvidar que se trata, en
muchas ocasiones, de carne procedente de sacrificios rituales, frecuentemente
de sacrificios sabáticos, y, siempre, de una reunión de “perfectos”, en la que
no caben los inútiles, los impedidos o los ancianos (218).
Baigent y Leigh ven un paralelismo en el rito que
acompaña, o precede, más bien, a la celebración de la comida, gracias, todo hay
que decirlo, a manejar las citas de manera algo conveniente: “...que ningún
hombre extienda la mano sobre los primeros frutos del pan y el vino antes que
el Sacerdote... luego, el Mesías de Israel extenderá la mano sobre el pan” (El Escándalo de los Rollos del Mar Muerto,
Baigent y Leigh, ver bibliografía, pág. 149) (219). Se olvidan de que la cena,
aparte de ciertas diferencias rituales –como el caso del reparto del pan y del
vino por el maestro-, va a servir como sello y conmemoración posterior de una
nueva relación entre Dios y los hombres, una nueva alianza, otro pacto,
relación que, con las palabras de Jesús, deroga el anterior. Este carácter y
personalidad están muy alejados del que se da en Qumrán, que parece una
celebración de la comunidad, de su existencia y cohesión, y es una
conmemoración, también, de la alianza que Dios selló con Israel a través de
Moisés y de sus leyes.
Por otro lado, la norma que regula la comida comunal
establece que siempre se llevará a efecto cuando estén reunidos al menos 10
personas de la secta (1QSa II, 22 y 1QS VI, 3). La comida de Qumrán era ritual,
una celebración de la propia comunidad, un recuerdo de la Alianza que antaño
había establecido Dios con Moisés, una confirmación de los Santos ante Dios,
repartiéndose las viandas “sacralizadas” por el sacrificio, y una antesala de
la cena celebratoria cuando los miembros de la secta se coloquen, gracias a
Dios, en el centro de Israel y mantengan preponderancia.
La Cena de los cristianos primitivos es una
rememoración de la cena pascual, la última cena, la cena sacrificial de
Jesucristo, ante sus discípulos, anunciando su próxima muerte para redención,
así como un refuerzo de la esperanza común respecto a la llegada del Reino de
Dios, previsto por Cristo (220).
Con respecto a la Última Cena queda por solventar el
tema del momento de la celebración, pues algunos creen que se celebró según el
calendario esenio, el de Qumrán, vamos, mientras otros creen que se celebró en
la propia Pascua (Baigent, 149).
Dirección y administración
Otro punto importante para los que establecen una
influencia muy directa, o una identificación, entre ambas comunidades es el de
la formación del consejo director del grupo. Para los cristianos parece que el
número doce es importante, pues se menciona en la última cena –pues no se dice
nada sobre si Jesús estaría también acompañado de María Magdalena-.
En Qumrán se habla también del número doce, pero se
dice que el Consejo de la Comunidad estará formado por “doce hombres y tres
sacerdotes” (221). Sin embargo, el consejo que se plantea en Qumrán es un
consejo más para dirimir aspectos de la vida diaria –faltas, interpretaciones,
admisiones, o relaciones con el exterior, por ejemplo- que para dedicarse a la
predicación y al apostolado. De hecho,a lo largo de la historia del
cristianismo primitivo –en sus dos primeros siglos- no se vuelve a mencionar la
cifra doce como requisito para constituir algún consejo o concilio o reunión de
notables. Las palabras de Qumrán podrían indicar que se trata de un Consejo
cotidiano y gestor, provisional, a la espera de la llegada del momento de la
Comunidad, momento en el que se constituiría de verdad, absolutamente.
El consejo cristiano, por forzar una equivalencia,
está formado por Pedro y once apóstoles, los cuales, los doce, se dedicarán a
pregonar la doctrina impartida por Jesucristo, no siempre coincidente con
Qumrán, a base de viajes y asistencia a reuniones, concilios, comidas,
eucaristías, etc., buscando adeptos y bautizando, formando nuevas células, y
admitiendo en el seno cristiano a toda clase de gente de cualquier ralea,
estirpe o condición.
En cuanto a la jerarquía, se usa como pauta de
proximidad entre los “esenios” y los cristianos primitivos por cuanto se
utiliza a un director o jefe, en lugar del clásico consejo de ancianos o de
notables, que era lo habitual en la sociedad hebrea. San Pablo, por ejemplo,
era la cabeza de un conjunto de diócesis instaladas en la gentilidad, y así era
asumido por él mismo y por sus seguidores inmediatos. Ese jefe, imagen del
Guardián de Qumrán, tenía poder sobre los aspectos administrativos de las
distintas células, pero su poder espiritual estaba sujeto a la decisión final
de un concilio, o reunión de obispos y presbíteros. Éste era un aspecto que en
Qumrán no existe y que en el cristianismo primitivo condujo a la elección del
Padre de la Iglesia por votación de sus compañeros de cargo. Al principio estas
votaciones no existían porque el carácter de apóstol era demasiado influyente,
con lo que personalidades como San Pedro o Santiago, conocedores directos de
Jesucristo, eran respetadísimos y nunca se ponían en cuestión sus decisiones.
Más adelante, sus sucesores eran elegidos de entre aquéllos que habían tenido
contacto directo con los apóstoles de primera generación. Cuando esta
generación, la segunda, se pierde es cuando se procede a las votaciones
conciliares. De entre los posibles se elige al de más renombre, al de la
diócesis más respetada, o con más fieles, o de más crecimiento, pero no se
anteponían circunstancias de nacimiento
o de casta. En Qumrán hubiera sido impensable la elección de un Maestro de
Justicia o de un Guardián que no perteneciera a la casa de Leví.
Queda señalar, a este respecto, que las autoridades
esenias se denominan mebbaquer –el
Maestro de Justicia- y sacerdotes, siempre de la línea de Aarón. Sin embargo,
en las primeras jerarquías cristianas se utiliza el término episcopos, que se traduce por obispo
(222), dedicándose a misiones pastorales, administrativas, organizativas,
pedagógicas, en suma, “un intachable administrador de Dios”. También se usa más
esporádicamente el término Pastor y Rector.
En cuanto al Templo, las posturas son equívocas y,
al mismo tiempo, distintas. Esta aparente pseudoparadoja se puede explicar. Las
relaciones de los miembros de la comunidad de Qumrán –como se comentó en el
apartado correspondiente a Actividades- son de amor y odio a la vez. De amor
porque entienden que el Templo es el centro del culto, pues así lo indican las
Escrituras, y de odio, pues, según sus textos –redactados, al parecer de los
estudiosos, por el Maestro de Justicia-, han sido los sacerdotes usurpadores la
fuente de su querella y de su desgracia. Se dice en los textos que se evite la
“residencia de los hombres de iniquidad”, posiblemente una alegoría para
referirse a Jerusalén, pero, al mismo tiempo, se invita a enviar ofrendas para
los sacrificios en el Templo. Los cristianos, por su parte, siguen visitando el
Templo (223), probablemente siguiendo el ejemplo de su maestro Jesucristo, que
lo visitaba con alguna frecuencia –quizás en las dos o tres visitas a Jerusalén
que realizó tras empezar su prédica pública. Pero esa postura se fue
enquistando, quedando reducida a los más fieles al trabajo de Santiago el
Mayor, hermano de Jesús, mientras se iba fraguando una postura más universal,
más espiritual, entorno a las cartas de Pablo, donde se considera que el Templo
y la Ley de los hebreos no son tan importantes, como es constituir, con el
propio cuerpo, y con la comunión con los otros cristianos, el nuevo Templo,
morada para la nueva ley instaurada por Jesús: amor y servicio (224). Para
resumirlo, Qumrán se enfoca en la restauración del Templo, tal y como es
debido, según su interrpretación, mientras quelos cristianos primitivos sueñan,
predicen, un Reino en el que no haga falta ningún santuario, porque Dios, y
cada uno de nosotros, somos ese Templo.
Otro punto más, relacionado con el funcionamiento
interno, es el de la administración de los fondos. Ya sabemos que los fondos,
en Qumrán, eran de todos, administrados por el Maestro de Justicia. La entrega
de ese patrimonio la hacía el prosélito al entrar definitivamente en la secta,
evidentemente, aunque voluntariamente, tenía que hacerlo si quería formar parte
de ese rebaño. Es decir, era obligatorio. En esto se ha querido ver una
semejanza con el cristianismo pues Jesús siempre ha exhortado a sus seguidores
con la caridad extrema, aun a costa de vender el patrimonio de cada uno. No
sabemos cómo ingresaban dinero regularmente, en uno y otro caso, aunque se
puede sospechar –como bien apunta Geza Vermes- que los cristianos recibían
donaciones que uno de los miembros de los apóstoles, concretamente Judas, era
el encargado de cuidar y administrar (225), casi siempre destinado a su propio
gasto y, también, derivando a los pobres. Pero si bien existían penas en Qumrán
para quien no pusiera a disposición de todos sus bienes, lo que se aplicaba
tras un juicio, o para el que mintiera respecto a su patrimonio, con el fin de
quedarse con una parte, esas prescripciones no existían en la primitiva
comunidad cristiana (226), si bien sí que se repudiaba al mentiroso y al ruín,
al que dejaban a merced del castigo de Dios. Los apóstoles habían dejado todo
lo que tenían, o bien lo habían puesto a disposición de la comunidad, para
seguir a Jesús –lo que no evitaba inseguridades (227)- y, al parecer, la
comunidad cristiana inmediatamente posterior, funcionaba de manera similar.
Respecto al celibato, de nuevo aparecen oscuridades.
En Qumrán se ha llegado a un consenso que admite la presencia de matrimonios e
hijos en la secta –los restos encontrados en el cementerio son una de las
pruebas afirmativas-, si bien no permite el matrimonio entre los solteros de
ella, o entre los criados allí. Comentarios de Josefo y de la propia literatura
qumránica apoyan la tesis de la existencia de parejas, lo que vendría a
confirmar la exhortación continua de la Ley, la Torah,en ese sentido. Sin
embargo, otro comentario de Josefo, y de otros (228), contradiciendo el
anterior, sobre que los esenios eran célibes, ha contribuido a oscurecer
sensiblemente la cuestión, pues Qumrán no era célibe, y quizás los eseniso sí.
Los cristianos eran ambiguos. San Pablo era célibe, pero admitía los
matrimonios, incluso cuando uno de los miembros de la pareja no era cristiano
(229). Jesucristo tenía un modo de pensar similar. Ese tipo de invitaciones a
la soltería o a la abstinencia son propias de cualquier iniciación, buscando el
desprendimiento de los lazos terrenales, que a veces estorban en la búsqueda.
Pero las cosas llegan al extremo de permitir el casamiento de obispos y
diáconos (230). Por cierto, aunque sin caer en la tentación de la exégesis, que
los habrá más capaces que yo, podría interpretarse, por las palabras de Pablo a
Timoteo, dentro del apartado de los deberes de los diáconos, que las mujeres
tenían permiso para ciertas labores inferiores en las actividades de la Iglesia
primitiva. En fin, aunque se permitieran los matrimonios, siempre se
recomendaba la abstinencia sexual y, para los solteros, la permanencia en su
etado, como situación facilitadora de la llegada del Reino.
El Templo
Merece la pena detenerse unos instantes en la figura
del Templo, la institución de Israel, y su relación con los cristianos
primitivos. En un principio se suele asociar a Jesús una relación de disidencia,
o de apartamiento con respecto al Templo, por los episodios en los que se
enfrenta abiertamente a él (231), aunque Jesús acudía al Templo con cierta
frecuencia y lo utilizaba para predicar y sanar a sus seguidores y a los que se
acercaban.
Esta relación de confrontación se presenta como
afinidad con Qumrán, por los comentarios que en esta secta había contra el
Templo y, sobre todo, contra su dirección. Ya se ha hablado de ello con
suficiencia, así que no insistiré más: la beligerancia de Qumrán contra el
Templo procede de que consideran que su dirección, sus gestores, no son los
legítimos. Sin embargo, para no separarse de manera irreversible de ese centro
religioso, envían, en las festividades señaladas, animales para los sacrificios
rituales que en el Templo tenían lugar. Sin embargo, aunque quieran mantener
algún lazo con Jerusalén, lo cierto es que para los miembros de la secta del
Mar Muerto, el Templo es Qumrán, siempre y cuando se mantengan los rituales sin
modificar. De hecho, es probable que consideraran la posibilidad de tener un
Templo en cada área en la que vivían. Habían dado un paso inconsciente hacia la
universalización, pero con fuertes restricciones, considerando el Templo como
una entidad virtual constituida, en realidad, por la propia comunidad.
Los primeros cristianos seguían acercándose al
Templo, pues no sólo no se lo prohibían los mandamientos y comentarios de
Jesús, sino que éste acudió, como acabo de reflejar, con frecuencia al Templo.
Lo cierto es que en los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles asoma esa relación (232). No parece
coherente presentar la beligerancia como prueba de la afinidad de Jesús con los
“esenios” del Mar Muerto, y, al mismo tiempo, no comentar nada sobre la
continuidad en el trato entre los primeros cristianos y el Templo de Jerusalén
(233).
Para Jesús la institución del Templo es el centro de
reunión, de enseñanza, de intercambio, de caridad. Pero no es un lugar
intocable, o inabordable, o del que no puede decirse nada (234). Para Cristo el
lugar sagrado no es tanto el Templo en sí mismo, como el interior de cada uno,
practicando la alerta justa, el comportamiento correcto, de acuerdo con las
leyes o, para ser más preciso, con el espíritu de la ley.
Esta espiritualización prgresiva y el desdibujamiento
del Templo como centro de difusión y práctica de la ley y de oración condujeron
a la separación paulatina de la comunidad cristiana y el Templo. Este fenómeno
no es tan extraño si se tiene en cuenta que los mismos hebreos, cuando lo han
necesitado, lo han interpretado así también, y esa necesidad se ha
materializado en numerosas ocasiones a lo largo de los 150 años anteriores al
nacimiento de Jesús, pues la dinastía macabea y la saga de los procuradores
romanos han hecho todo lo posible para conseguirlo. En los años posteriores a
la destrucción del Templo (68 d.C.), la clase farisea se hizo con las riendas
de la religiosidad, aunque no “oficialmente”, instituyendo el trabajo en
sinagogas y casas de estudio, y la práctica de la religión hebrea se perpetuó
sin demasiados traumas debido a ese largo periodo preparatorio.
Por último, las dos comunidades pretenden, o
esperan, un fin distinto para el Templo. Mientras Qumrán espera que al final de
los tiempos el Templo y su culto verdadero queden perfectamente restaurados, el
Nuevo Testamento pretende la refundación de una Nueva Jerusalén en la que el
Espíritu de Dios esté presente por doquier, sin necesidad de Templo alguno
(235).
Antiguo y Nuevo Testamento
Como idea general, con respecto a la importancia que
concede cada grupo a las Escrituras, a la Biblia, baste decir que la
importancia que tiene, para ambos, es muy grande (236). Quizás se pueda incluir
una matización temprana: mientras que el mensaje del Nuevo Testamento
–considerado, dentro de la Biblia, la parte que mejor define al cristianismo,
por contener los Evangelios, como palabra viva acerca de Jesús-, se distancia
de las palabras de las Escrituras, y les concede valor moral y religioso; para
los qumramitas es de estricto cumplimiento, estudio e interpretación.
Incluso los modelos de interpretación son algo
distintos. Por ejemplo, sobre el tema del matrimonio, la expresión del Génesis
sobre que “varón y hembra los creó”, se interpreta en el Documento de Damasco como una porhibición de la poligamia, aunque
no elimina la posibilidad del repudio o la lapidación para la adúltera,
mientras que en el Evangelio de Marcos se acepta como un apoyo a la teoría que
condena el divorcio (237). Es más, para Jesucristo, la idea de la infidelidad
conyugal no admite medias tintas, calificando de pecado cualquier tipo de
pensamiento en esa dirección (238).
El camino hacia la espiritualidad es casi inverso en
los dos maestros: mientras que Jesús predica la espiritualidad interna,
ofreciendo un comportamiento externo, un exoterismo, como reflejo de aquél, el
Maestro de Rectitud hace énfasis en la normativa, la Ley –la Torah, la primera
parte de las Escrituras-, la conducta pública, con todas sus variantes, pero,
eso sí, con un fondo espiritual interior (239).
También señala un autor que las dudas de José ante
el posible embarazo de su mujer María tienen paralelo en las palabras de Lamec
ante el embarazo de su mujer Bitenós en el Génesis
Apócrifo (1Q20 II, 4-14), pero mientras el primero tiene dudas sobre ese
embarazo sobrenatural, sobre la intervención de un espíritu de Dios, el segundo
tiene dudas sobre la intervención de otro hombre (240), hasta el punto de que
le pide a su mujer que le cuente con detalle en qué momento se quedó encinta.
Otro paralelismo es la imagen de los dos caminos, uno estrecho que lleva a la
vida, y otro ancho que lleva a perdición (241), aunque los antecedentes en el
Antiguo Testamento son numerosos.
Aparecen seguidamente análisis separados por autores
o por temas de cierta envergadura. Un apartado sobre terminología general
englobará algunos temas menores.
Juan el Evangelista
Por lo que respecta al Nuevo Testamento, han sido
siempre Juan el Evangelista y Pablo los referentes para aquéllos que pretenden
similitudes entre los mensajes de ambos y el procedente de Qumrán. Por ejemplo,
empezando por Juan, la similitud que más se menciona es la que tiene que ver
con las frecuentes dualidades expresadas en su Evangelio, una característica
que en Qumrán también aparece (242), sobre todo la dualidad luz/tinieblas. A
este respecto cabe hacer varios apuntes. El primero se refiere a los
antecedentes del uso. Ya he apuntado suficientemente la excesiva afinidad de
los qumranitas por las Escrituras, su interpretación y aplicación. Es lógico
pensar que en la mayoría de sus escritos, muchas veces relacionados con temas
mosaicos, como es el caso de la creación, o el caso del origen del hombre, y el
del bien y el mal, aparezca es afinidad. Y éso es precisamente lo que ocurre,
pues las Escrituras se encuentran plagadas de versículos que tratan la dualidad
luz y tinieblas, máxime cuando las palabras luz y tinieblas llevan aparejada
una cierta carga simbólica, lo cual ocurre desde el Génesis (243). Como pasa en
Extremo Oriente, por otra parte, donde el dualismo tiene su simbolismo y como
tal se usa (244). Una vez conocido esto, ¿cómo podemos afirmar que las palabras
y referencias del Nuevo Testamento que tienen que ver con la dualidad
luz/tinieblas, están tomadas de la literatura qumránica? ¿Por qué? Son infinidad
las citas que en los Evangelios y en las cartas paulinas aparecen basadas en
las Escrituras, ¿por qué no estas? También se ha mencionado la hipótesis
gnóstica en la enseñanza de Juan y Pablo, pero, dejando a un lado el fondo de
esta cuestión en este tratado, ¿con qué argumento de peso se asume que las
palabras son qumránicas y no mosaicas (245)?
En segundo lugar, cabe referirse al sujeto de luz,
al concepto del mismo, tal como lo manejan Jesús, o sus discípulos. Para Jesús
el término “luz” tiene que ver con el hecho de abrir la ventana de la mente a
nuevos conceptos, nuevas ideas, en suma, nuevo conocimiento. También se refiere
al hecho de la transmisión de ese conocimiento, a la puesta en evidencia, a la
enseñanza y a su difusión por la palabra y el ejemplo (246). Los discípulos de
Jesús, y los evangelistas, se refieren a lo mismo y –ojo a la novedad- a Jesús
mismo. Para ellos, su maestro, su ‘rabí’, es la Luz, su foco de saber, su
centro de aprendizaje (247). Que esta idea está asentada en el grupo de Jesús
es palpable, de manera que Jesús transmite la luz –que es, que posee- a sus
discípulos y a los apóstoles para que estos la esparzan por toda la tierra, una
cesión de conocimiento y sentimiento al más puro estilo de una escuela
inciática. Y esa responsabilidad es aceptada por ellos con todas sus
consecuencias (248). La diferencia de concepto con Qumrán es dramática,
teniendo en cuenta que en ningún momento se trata la luz como una fuente, una
alegoría de la emanación del conocimiento, sino como una distinción entre
lotes, el de los Hijos de la Luz y el de los Hijos de las Tinieblas; pero, aún
más, jamás se menciona al Maestro de Justicia como fuente, foco, lámpara o
antorcha de luz. Cabe pensar que si el lote de los Numerosos está en lo cierto,
su manera de leer, inetrpretar y aplicar la ley es la correcta, con lo que,
implícitamente, están en la luz, y su guía, comparte la luz. Pero en ningún
momento se utilizan imágenes literarias como las expresadas por los apóstoles y
los discípulos en el caso de Jesús o en el caso del conocimiento que impartía.
Una frase que ha sido mostrada como ejemplo de
coincidencia entre ambas escrituras, Qumrán y la Biblia, es la que aparece al
principio del Evangelio de Juan: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin
él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. En la Regla de la Congregación aparecen palabras muy semejantes:
“...puesto que el juicio le pertenece a Dios, y de su mano viene la perfeción
del camino, por su conocimiento existirá todo, y todo lo que existe es Él quien
lo asienta con sus cálculos, y nada se hace fuera de Él” (1QS XI, 10-11). Sin
embargo, la diferencia substancial que permanece, incluso si se leyera
superficialmente, es que el Evangelio de Juan se refiere a su maestro directo,
a Jesucristo, el Verbo, el Logos griego (249); mientras que la Regla de la Congregación –dictada,
parece ser, por el propio Maestro de Justicia- hace referencia, toda ella, a
Dios mismo. Aparte de esta diferencia, como se comentará en el apartado
siguiente correspondiente a la figura de Jesucristo, no existe parangón en la
literatura qumránica al hecho de la encarnación del Verbo, es decir, en Qumrán
no es posible que el Mesías, el Ungido de Dios, esté habitando ya entre ellos y
tenga correspondencia con el hacedor de todas las cosas.
Para acabar con Juan, en el Apocalipsis, según algunos atribuido a él, menciona en un par de
ocasiones la Nueva Jerusalén, la Ciudad Santa de Dios, representación terrestre
del nuevo Reino que aparecerá al final, en el Apocalipsis. Tanto en Qumrán como en la Revelación, este término tiene igual significado, siendo diferentes
sólo el motivo de su aparición, pues en el caso de Juan, tal aparición vendrá
cuando la parusía de Jesucristo, mientras que en Qumrán ocurrirá cuando el Lote
de la Luz derrote al Lote de las Tinieblas, victoria que Dios aprovechará para
venir y establecer su nuevo Reino (250). No obstante algunas de las referencias
provienen de textos de las Escrituras, sobre todo de Isaías (251). Dentro de
este canon, el Apocalipsis, se
describe la Nueva Jerusalén, y algunas palabras son similares a las usadas en
Qumrán en Descripción de la Nueva
Jerusalén (5QNj), pero las similitudes son perfectamente achacables, como
en otros casos, a textos previos de las Escrituras (252).
Pablo
Otra terminología semejante aparece en la obra de
San Pablo, en sus cartas, cuando se refiere a la comunidad de los primeros
cristianos. Existen parecidos evidentes entre las palabras usadas en Qumrán y
en la literatura paulina, sobre todo en lo relativo a la oposición
Luz/Tinieblas, y a la distinción en lotes que eso comporta, aunque aparecen,
también, en palabras sueltas (253). También es similar el uso de espíritus
sombríos o de las tinieblas, aunque en el nuevo testamento no aparecen tanto,
sino más bien para indicar a personas que tienen algún tipo de enfermedad,
defecto o posesión. En estos casos la similitud podría deberse a dos
circunstancias: la primera, es el acervo cultural común, la sopa de términos
similares que conforman la semiótica de la época, común a judíos y a cristianos
primitivos; y en segundo lugar, a antecedentes comunes que aparecen en las
escrituras (254), también utilizados, con frecuencia –en el caso de profetas
como Isaías-, por las dos comunidades. Un ejemplo de esto último es el uso por parte
de Pablo del término Belial para referirse al maligno, lo que ocurre en una
ocasión, por las muchísimas que lo hace la literatura qumránica (255), lo que
parece indicar que en alguna época arcaica se usó ese término para referirse al
demonio, y que, probablemente, dejó de usarse con los años.
Otro aspecto a considerar en ambos grupos de
lenguaje es el relativo al perdón de Dios a nuestras maldades. En la literatura
del Mar Muerto, el perdón se obtiene de manera unilateral, depende de la
voluntad, de la lealtad, de Dios, de la manera en que Él considere las faltas y
buenas acciones de cada uno. Para San Pablo, la redención, el perdón de los
pecados, se obtiene por medio de la fe pero, eso sí, por medio de la fe en
Jesucristo. Mientras en el primer caso, el perdón se consigue gracias al valor
de la fidelidad –fe- pasada a los preceptos de la ley mosaica y al purgatorio
que representa el paso por la tierra (256), en el caso del cristianismo
primitivo se basa en la fe actual, en la manera en que se asume interiormente a
Jesucristo y su mensaje, porque esa asunción va a dirigir la conducta de cada
uno hacia los buenos actos, sobre todo los que están inspirados en el amor, la
caridad y la misericordia (257).
Baigent y Leigh aportan la coincidencia de uso de la
palabra “santo”, tanto en la Regla de la
Comunidad, como en la Carta a los
Romanos (258). No parecen interesarse estos autores por la cantidad de
referencias que aparecen en las Escrituras con ese término, todas ellas más
próximas al sentido de las palabras de los manuscritos de Qumrán que a los
protocristianos. En todas ellas hay un factor común: el pueblo de los santos es
aquél que guarda las leyes, los preceptos de Moisés, contra cualquier
adeversidad, y engloba a todos, sin excepción. Los escritos paulinos se apoyan
en las escrituras para flexibilizarlas, para quitarles “hierro” o para derogar
algunos preceptos. Para Pablo, los santos son los miembros actuales de la
Iglesia, la comunidad naciente, sobre todo en Jerusalén, donde se habían dado
las primeras persecuciones y martirios, como es el caso de Esteban.
Otro aspecto a destacar es la utilización de la
figura del Maestro de Justicia y de Jesucristo en cada comunidad como remedio
de pecados, pero, mientras en Qumrán los pecados serán perdonados a causa de
los padecimientos que supone el seguimiento estricto de la ley, y la obediencia
continua al Maestro de Rectitud, en los cristianos los pecados se perdonan por
la fe en Jesucristo (259). Es decir, aunque el efecto es el mismo, la causa que
lo ocasiona es muy diferente en cada caso.
Por último queda el personaje en sí, Pablo de Tarso,
primeramente llamado Saulo de Tarso. Normalmente se utilizan sus visitas a
Damasco como paralelismo con Qumrán (260), paralelismo que no acaba ahí pues
algunos creen que su introducción en la Iglesia primitiva, por espacio de tres
años, es completamente equivalente al periodo de noviciado de Qumrán (261).
Además fijan las desavenencias entre Pablo y los jefes de la Iglesia primitiva,
Santiago, Pedro y Juan, como motivo para acusarle de ser el “traidor”, el
Maestro de Iniquidad, que mencionan con mucha frecuencia los Rollos del Mar
Muerto, desavenencias fruto de su celo evangelizador (262), de su origen como
fariseo convertido al cristianismo, y como predicador de gentiles, es decir, de
personas que no conocen la ley hebrea (263). Este paralelismo –algo forzado a
mi parecer- se basa, en casi todos los casos, en el libro que escribió
Eisenmann y que subscriben plenamente Baigent y Leigh, y empuja la figura de
Santiago el Justo, hermano de Jesús, al personaje de Maestro de Justicia. Se
olvidan, estos defensores de la teoría que aplica esos paralelismos, de las
persecuciones y maltratos que sufrieron los primeros cristianos –insisto,
Santiago, Pedro y Juan- por causa de su prédica, ejemplo y evangelización,
sobre todo cuando hacían referencias a un supuesto mesías, como era Jesús.
Santiago es el que sale mejor parado, pues al parecer gozaba de una línea
familiar que le emparentaba directamente con el sumo sacerdocio y, de hecho, se
menciona en ocasiones que entrase, vestido ceremonialmente, en el sancta sanctorum del Templo y orase
(264). No obstante terminaría siendo martirizado por sus opiniones algo
contrarias a la ley judaica, sin que Pablo de Tarso tuviera nada que ver en
esas circunstancias (265).
Dualismo
Ya se ha comentado suficientemente la coincidencia
en el uso de términos como Luz y Tinieblas, Claridad y Oscuridad, Cielo y
Tierra, etc. Quedan algunas coincidencias terminológicas que merecen
destacarse.
El uso de conceptos que expresan dualidad es
frecuente en la literatura de Qumrán, así como en los escritos de los
evangelistas –sobre todo en el caso de San Juan- y de Pablo de Tarso. Sólo
quedaría por determinar el tronco común para esas ideas, o si la cultura helenizante
de la época tuvo algo que ver –una postura extendida en los autores más
incisivos-, o si el hecho de tratarse de tradiciones o religiones hace
inevitable que se empleen términos semejantes para referirse a la continua
lucha que siempre está presente en el ser humano entre el bien y el mal (266).
Es muy posible que pueda darse el concurso de las tres posibilidades.
Este estilo de prédica se fue extendiendo
lentamente, apoyado por las cartas paulinas, y se ha convertido en uno de los
pilares que sostienen la teoría de que la Iglesia primitiva tenía fuertes
influencias gnósticas. En cualquier caso, los frecuentes dualismos detectados
en el Evangelio de Juan sirven de
apoyo a una posible interacción entre el cristianismo primitivo y Qumrán, hasta
el punto de sugerirse, por algún autor (267) que Juan el Evangelista
–supuestamente el discípulo predilecto de Jesús- era de origen esenio, siempre,
claro, que la identidad Qumrán = esenios sea correcta.
En cualquier caso es bueno señalar que el examen de
cualquier libro de los que se consideran sagrados para las distintas religiones
–los Vedas y el Bagavad Gita de los hindúes, el Popol
Vuh de los mayas, la Biblia en
sus componentes Antiguo y Nuevo Testamento del cristianismo, o la Epopeya de Gilgamesh sumeria- conduce al
encuentro con terminología que expresa la dualidad existente en el universo,
como reflejo de Dios, y en la naturaleza humana. Esa dualidad puede dar lugar a
un albedrío más o menos libre pero conforma las coordenadas dentro de las
cuales se va a desenvolver la voluntad del ser humano. Estas raíces, más o
menos coincidentes, parecen retroceder la “teoría” hacia atrás en el tiempo,
quizás hacia un tronco común, a algún punto temporal donde convergían o del que
surgieron. Los más tradicionalistas considerarían ese punto de convergencia, o
el tronco común, como la Tradición Perenne de la que hablan sus más insignes
escritores.
La naturaleza humana
Un tema que relaciona a estas dos comunidades es el
trato casi vejatorio hacia el ser humano, al menos en algunas de sus
manifestaciones. Por ejemplo, las cartas de San Pablo comentan que el ser
humano es un vaso de barro que contiene las excelencias cognitivas impartidas
por Jesucristo y que nos permiten acercarnos al conocimiento del Padre; somos
recipientes humildes a la mayor gloria de Dios. Los textos de Qumrán tratan a
los hombres de criaturas de arcilla, aunque el contexto es algo diferente, pues
aquí se describe a las personas –en boca del Maestro de Justicia- como seres al
borde de la impiedad, como preguntándose de qué manera van a crecer, cómo
entrar en el lote de los Justos (268).
Como se ha comentado anteriormente, los hombres son
inicuos por naturaleza y nacimiento. Sólo se irán redimiendo merced al
cumplimiento estricto de la Ley y a las obras buenas, que se ciñen, casi con
exclusividad, a la caridad: asistencia a los pobres, aporte al fondo del Templo
y los diezmos, ayuda a las viudas, etc. Es Dios el sujeto del perdón y el que
al final decide sobre el hombre y su destino (269), si bien queda siempre una
esperanza, pues existe la misericordia divina, pero ésta es débil, pues no
depende tanto de las acciones humanas,
como antes, sino exclusivamente de Dios.
Para mantenerse firme en el Camino trazado por Dios,
para mantenerse erguido, se hace necesario el concurso de la gracia divina. De
tal forma que los que se mantienen de cara a Dios sin cambiar un ápice su
posición, permenecerán ante Él por toda la eternidad. Además, aparecen tintes
escatológicos en estos asertos, pues, como en casi todo lo que tiene que ver
con Qumrán, lo que ocurrirá tras la llegada de Dios, en un futuro próximo, será
para toda la eternidad (270); de ahí que estar en el lote de los santos tenga
mucho interés para los piadosos.
Lenguaje mesiánico
El examen de los textos parece indicar direcciones
divergentes al concepto de mesías por lo que el mensaje escatológico es de
difícil comparación, si bien, hay que reconocer que el uso de algunas palabras
es coincidente (271). Cabe destacar la ausencia casi total del empleo de la palabra
“mesías” (272) en Qumrán y en el Nuevo Testamento, pues, mientras en Qumrán se
trata de un mensajero de Dios, o Dios mismo, que ha de venir para ejecutar
limpieza, venganza, victoria; en el Nuevo Testamento parace tratarse de alguien
que vendrá a confirmar la llegada del Reino de Dios, la salvación, por
redención, del Hombre, su crecimiento y su perdón, su resurrección e inserción
en la nueva Humanidad.
Dentro de este mismo apartado, el masiánico, algunos
intérpretes de los textos subrayan el empleo común de la palabra “alianza”, muy
relacionada con el sentir escatológico de los miembros de una y otra comunidad.
Es cierto que se usa con frecuencia, con dos motivos, principalmente: para
seguir el empleo de términos usados con profusión en las escrituras –sobre todo
en Éxodo y Deuteronomio-, y para hacer énfasis en la especial unión que
mantienen con Dios.
Sin embargo, con los ejemplos aportados (273), se
aprecia un destino diferente del término “Alianza” en cada caso. En Qumrán, el
mesías va a llegar para reinstaurar la Alianza de siempre, la que Dios
estableció con Moisés, por lo que anuncia la dominación total sobre los
enemigos gracias a los ejércitos de Dios –el lenguaje bélico sigue presente
como en aquellos textos de antaño-. Los cristianos primitivos –y los actuales-
quieren poner el acento en las nuevas condiciones de vida, espirituales e
intelectivas, que se introducen en el hombre con la prédica de Jesucristo, y
cómo esas condiciones se van a confirmar con su llegada en el futuro. Se trata
de un nuevo pacto basado en el sacrificio de Jesús.
Como apéndice de este apartado, queda señalar que
las dos comunidades –como otras varias en el pueblo palestino de la época, y
posteriores- se consideran las únicas depositarias de la bondad de Dios, son
las elegidas de su mano, los partícipes de la nueva alianza. Este tema es muy
recurrente en la literatura de Qumrán, y más frecuente en los textos agrupados
bajo el término Reglas. Los cristianos pensaban de manera similar, aunque para
ello se basan más en las palabras de Jesucristo que en las que se encuentran en
las Escrituras. Su apoyo es indirecto, pues utilizan las profecías para apoyar
a Jesús y, posteriormente, basan su dogma en la enseñanza de Jesucristo.
Bienaventuranzas
Por lo que respecta a Mateo, algunos sugieren el
empleo de las bienaventuranzas, que en él tienen un sentido escatológico, y un
uso de metáforas, ambos completamente inusuales en los manuscritos. Para los
escritores Baigent y Leigh existe un paralelismo evidente entre las palabras de
las bienaventuranzas, tal como las plasma San Mateo –más resumidamente en
Lucas-, y algunas frases que aparecen en diversos manuscritos.
Sin embargo, como comento en algunas ocasiones en el
apartado Antiguo y Nuevo Testamento, algunas palabras de las que se usan en el
Nuevo Testamento –en el Evangelio de Mateo, para precisar más- no aparecen en
los manuscritos. Así como esta diferencia puede deberse a problemas con las
traducciones, así podría ocurrir con las coincidencias.
Por otro lado, algunas de las bienaventuranzas
aparecen escritas, de otra manera quizás, en los Salmos, obra que se supone
escrita por el rey David. La cuestión es si los Jubileos y Bendiciones de
Qumrán están basados en esos antecedentes o no, cuestión ampliable a la
literatura cristiana. Es bastante fácil que en el fondo cultural y religioso
común del siglo I d.C. esas referencias impregnaran dichos, bendiciones,
exhortaciones y preceptos, pues era frecuente, además, emitir esas frases y
juicios apoyándose en aquéllas (274).
La Ley
Las palabras de Jesús son, muchas veces, defensoras
de la Ley, así como lo son las palabras que sirven de introducción a la Regla de la Comunidad, y que se repiten
con frecuencia en diversos puntos de los Manuscritos del Mar Muerto, como en la
Regla Mesiánica, el Documento de Damasco y el Rollo de la Guerra. Como siempre, la
cuestión es si la interpretación que se puede dar a esas frases es la misma en
cada caso, o si, por el contrario, utilizando la obediencia a la Ley, Jesús
quería indicar algo diferente.
Jesús reclama la estricta observancia de la Ley.
Bueno, no es del todo exacto, porque lo que dice exactamente es que él no ha
venido a cambiar una jota o una tilde de la ley (275). Ahora cabe una
reflexión, o una cuestión, mejor dicho: si se trata de la misma ley, ya hay una
identificación, ¿no? Pero no es tan sencillo. Como pasa en la actualidad con
nuestra legislación, así pasaba con la de antes, en el sentido de que es tan
importante el articulado de la ley como la filosofía que la inspira. Los artículos
son los mismos, o muy parecidos, pues Jesús se ciñe casi estrictamente a la Ley
de Dios tal como quedó reflejada en los Mandamientos y en los preceptos
relacionados, mientras que los fariseos y escribas, pues son prácticamente lo
mismo, se refieren a esas mismas leyes, añadiendo la halakah o artículos añadidos posteriormente y derivados de las
lecturas, relecturas, interpretaciones y adaptaciones de esos preceptos (276).
Así, mientras los fariseos se mueven tras la lectura
de la Ley y sus derivados en cada ocasión susceptible de ello, Jesús va más
allá y busca, solicita, una interiorización, una identificación entre la
actitud de las personas y el espíritu de la Ley. No sólo basta con leerse los
versículos siguientes a las bienaventuranzas para reclamar ortodoxia pura y
dura para Jesús, sino que hay que leerse los versículos que conforman los
capítulos 5, 6 y 7 de Mateo, donde da un repaso a los temas más de actualidad,
dando una interpretación propia de cómo tratarlos y cómo aplicar la Ley (277).
Pero tras esas explicaciones, uno, el lector, cae en la cuenta de que no se
está refiriendo tanto a una ley escrita, sino a una ley interior, una postura
innata casi relacionada con el comportamiento correcto, que concuerda con la
ley, sí, pero sin que la Ley sea su vehículo, sino nosotros (278).
No obstante, es fácil que se llegue a
interpretaciones espúreas cuando se lee la palabra con una óptica parcialmente,
al menos, establecida. Así, el hecho de que en algunas ocasiones los cristianos
traten a los hebreos como quebradores de la ley les convierte, según algunos,
en verdaderos ortodoxos, lo que les conduce a la conclusión de que en realidad
los cristianos eran miembros “liberados”de Qumrán, de ahí su amor a la ley,
razón por la cual criticarían al pueblo judío por su defectuosa observancia.
Sin embargo, esas conclusiones son algo forzadas (279) y necesitan algún que
otro apoyo añadido para demostrar tal contingencia.
Lo cierto es que el amor a la ley y la conciencia
que sobre su esencia y carácter de indispensable para los miembros de la orden
tiene esa ley, hacen que en Qumrán se la estudie y se busquen vías para que
esté siempre presente (280).
Terminología
Según algunos autores aparecen diversas
coincidencias en el lenguaje empleado, o en los términos, señalando a San Pablo
y a San Juan Evangelista como los principales coincidentes, en el Evangelio de San Juan, en la Carta a los Efesios y en la Carta a los Hebreos: la “perfección”, la
“justicia”, la clave, las profecías, y el uso del concepto de Espíritu, bien
sea denominado Espíritu de la Verdad o Espíritu de Verdad, en los textos de
Qumrán.
Aunque este apartado será repetitivo por lo que a
algunos términos se refiere, vuelve a comentarse por adjuntar otros matices,
para mantener una unidad coherente argumental y porque en algunos libros se
utiliza este aspecto para justificar la identidad entre los cristianos y los
esenios de Qumrán, por lo que conviene tratarlo como un bloque.
Un ejemplo
es la utilización del término “perfecto”. Mientras Jesús no lo aplica como
definición de un colectivo, sino como descripción de una pauta de
comportamiento que se acerca a Dios, o a él mismo, en Qumrán los perfectos es
el nombre que se dan a sí mismos, son los guardianes de la ley, los que siguen
escrupulosamente la ley mosaica. Quizás exista un cierto paralelismo por cuanto
se trata de personas, en ambos casos, que se ciñen a un ideal de comportamiento
o de pensamiento (281), pero en cualquier caso, esos ideales quedan muy
contrapuestos entre sí. El problema, como intento dejar claro en estos párrafos
sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es que las palabras son las que son, es
decir, ladrillos dentro de un lenguaje propio y común a los miembros de una
nación, añadido al problema –para los partidarios de las coincidencias
inexplicables- que esas palabras son las mismas que las empleadas en las
Escrituras para expresar ideas similares y no tan similares. Así, sobre la
utilización de la palabra “perfectos” en las Escrituras, ésta aparece en
multitud de ocasiones, siendo la mayoría del Antiguo Testamento, o bien de la Carta a los Hebreos y de la Carta del Apóstol Santiago, ambas muy
ceñidas a la idiosincrasia del pueblo judío.
Otra
posibilidad es la coincidencia en las palabras “piedra angular” (282). Es
cierto que se utiliza en un par de ocasiones en cada córpora literario, si bien
la significación que se quiere dar es diferente en cada caso. Para Qumrán, los
piadosos, observadores meticulosos de la ley, son la piedra angular del
edificio de Dios, de la muralla, de la fortaleza, que mantendrá alejados a los
impíos y los castigará. Para el Nuevo Testamento, utilizando palabras de Jesús,
la piedra angular es la que, sin haber sido tenida en cuenta anteriormente,
desechada y desatendida por algún motivo, acaba convirtiéndose en clave de una
forma de comportamiento, acorde con los frutos que Dios espera de todos y cada
uno de nosotros. La ley es importante, y Jesús no lo negó nunca, pero puesta al
servicio de un fin más elevado que la propia ley en sí misma. Por otro lado, existen
en las escrituras, en los Salmos, por
ejemplo, referencias a la piedra angular que pudieron ser utilizadas por unos y
otros. Incluso, más tarde, Jesús se convertiría en la piedra angular de a nueva
fe (283).
Una
coincidencia más es el apelativo de ‘Justo’ que en algunas ocasiones –aunque
muy pocas, casi siempre en la época de la Pasión y en las cartas apostolares-
se dedica a Jesucristo, coincidente con el de Justo que en algunas ocasiones se
utiliza para referirse a los miembros de Qumrán y al Maestro de Rectitud o
Maestro de Justicia (284). Es verdad que ese apelativo existe, aunque mucho más
frecuentemente en Qumrán. La razón es doble: la primera es porque es un
apelativo que se utiliza con frecuencia, en ambientes religiosos, para
referirse al sabio, al impartidor de justicia, al ecuánime, al misericordioso;
títulos que acompañan a menudo a la literatura rabínica. La segunda razón es
que ese término se utiliza de la misma manera que en Qumrán (285), y también
que en el Nuevo Testamento, en el Antiguo Testamento, con tanta frecuencia que
las referencias que aparecen en la concordancia de la Biblia son cuantiosas,
sobre todo en los Salmos, escritos, al parecer, por el mismo rey David.
Para los dos grupos, las profecías son algo
habitual, consubstancial a la historia hebrea, pero tienen como utilidad
anunciar el papel de cada comunidad en la llegada del mesías, y en la
instauración del nuevo reino. Por ejemplo, ante la profecía de Isaías cuando
exhortaba a los fieles a preparar el camino del Señor en el desierto, los
miembros de Qumrán lo interpretan como una explicación –causa, tal vez- de su
propio retiro en el desierto de Judea. Por el contrario, los cristianos
primitivos consideran que ese papel le viene como anillo al dedo a Juan el
Bautista; algunos van un poco más allá, y creen que el retiro de Jesucristo en
el desierto –por cuarenta días- es un prolegómeno de la llegada de Dios para
traer el Reino a sus criaturas (286). Además, la profecía era una
característica que se asocia a los esenios, pero a los cristianos primitivos no
tanto, lo que relaciona a los esenios –posiblemente a los de Qumrán- con los
profetas de las Escrituras, más que a los cristianos. De hecho, se asocia a
Jesucristo exclusivamente, pues a los padres de la Iglesia posteriores se les
adjudican más posibilidades de adivinación, de presuponer el porvenir, más que
profecías. Siempre se ha considerado que el don de la profecía era algo
demasiado serio para ser adjudicado a un prócer religioso cristiano y las
referencias son contadísimas. Para la comunidad de Qumrán, los hechos de que
disfrutan son consecuencia directa de las profecías de las escrituras y, como
los miembros de la congregación son iniciados en la ley, las alusiones son muy
raras. Los cristianos, más inseguros por su origen y por escribir, en muchas
ocasiones, para iniciados, son más explícitos cuando intentan enlazar su origen
a lo que ha sido predicho por los profetas (287).
Un tema que se ha quedado en el tintero es el del
Espíritu Santo. Para los de Qumrán, en una primera interpretación, el santo
espíritu es la influencia sagrada hecha transmisión, o, lo que es lo mismo,
agradecen al santo espíritu que se pusiera en contacto con los profetas y les
transmitiese el conocimiento que ellos han recibido al fin (288). Normalmente
les sirve de apoyo para expresar la conveniencia, la obligatoriedad, de seguir
todo lo ordenado por los profetas, empezando por lo que dijo Moisés. Por otro
lado, el término ‘espíritu’ es empleado con asiduidad en la Biblia, y sólo hay
que echar un vistazo al índice de una biblia con concordancia para apreciarlo,
pues entre ‘Espíritu’, ‘Espíritu de Dios’, ‘Espíritu de Jehová’ y ‘Espíritu
Santo’ debe haber unos dos centenares de apuntes –eso tratando aparte los
resultados indirectos-. Dejando a un lado, de momento, la questión relativa al
Espíritu Santo, se pueden señalar unos cuantos aspectos sobre el uso que se le
da a la palabra ‘espíritu’ en las Escrituras. Para empezar, podemos hacerlo con
el Génesis: “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn.
1, 2). Sin entrar en profundidades, se podría interpretar literalmente, es
decir, es el espíritu de Dios que, efectivamente, ‘planea’ sobre lo creado; o
se puede tratar de una manera más simbólica, considerándolo una imagen del
hacedor, del constructor, del Verbo, con lo cual no sería exactamente el
Espíritu Santo de la Trinidad cristiana. Avanzando en las escrituras
encontramos significados a la palabra espíritu que podrían ser sinónimos de
ángel, alma, influencia, agente, prolongación, etc. (289). En una segunda
lectura, los de Qumrán aceptan que el Espíritu Santo desciende a un hombre
cuando el juicio de Dios ha sido hecho, o, lo que es lo mismo, cuando el
hombre, por designio de Dios, ha alcanzado cierto estado de gracia.
Sirvan estas líneas para señalar una idea global al
respecto de la terminología, y las palabras utilizadas por San Pablo y San Juan
Evangelista. Existen similitudes, sí, ya se han analizado, que se pueden
explicar fácilmente por el mismo fondo cultural y religioso que anima a la
sociedad judeocristiana y a la secta del Mar Muerto. Estas similitudes, y la
propia explicación, son más evidentes en el texto que se suele citar con más
frecuencia como uno de los exponentes claros de esas similitudes: la Carta a los Hebreos (290). Más fácil es
encontrar estas similitudes, sobre todo cuando se acude a los antecedentes
preferidos de los qumranitas, como es el caso de Isaías, Habacuc o los Salmos, que intentar justificar las
diferencias claras que aparecen en los mensajes de unos y de otros, diferencias
que son muy difíciles de encajar en la idiosincrasia de Qumrán.
Última cena
La Pascua judía
La Pascua judía es la fiesta más importante del
calendario conmemorativo hebreo, también conocida como fiesta de la Pascua y de
los Ázimos –fiesta de las massot-,
también llamada la “nochebuena” judía. Se celebra el primer mes del año –nisán, entre marzo y abril-, en el día
décimoquinto. Con ella se pretende recordar la salida del pueblo de Israel de
la tierra de Egipto y suele traducirse en ritos religiosos solemnes llevados a
efecto en el Templo de Jerusalén, al que todo el que puede peregrina ese día
para participar en ella, y cierto carácter de fiesta. Desde ese día el pueblo
está seis días más comiendo pan sin levadura y en el séptimo se hace una
conmemoración especial. Por eso lo de los panes ázimos.
Para participar en ella en el Templo había que
purificarse previamente. El centro del culto es el sacrificio y la degustación
del cordero pascual, sacrificio que sólo podía efectuarse en Jerusalén. Si se
conmemora fuera de la Ciudad Santa, se hace sin el sacrificio del cordero. Si
alguien no puede celebrarla por motivos justificados, o por no estar
purificado, entonces puede celebrarla, conforme al rito señalado, cuatro
semanas después. Si en cualquiera de estas ocasiones alguien no la celebra,
será descartado del pueblo del Señor.
El banquete requería que no quedaran restos del
cordero sacrificado –un lechal de un año, más o menos, aunque podía ser también
un cabrito-, por lo que el número de comensales era de unos diez al menos,
incluyendo pobres, pues formaba parte de la caridad y beneficencia que hemos
comentado como inherentes a la mentalidad de buenas obras del carácter judío
(291).
Los corderos, que se degollaban en el Templo el día
anterior, después del mediodía, se preparaban para comer la cena del mismo día
de Pascua. En esa noche nadie podía abandonar Jerusalén. Al ser un banquete
festivo –un momento de alegría y cánticos- los comensales se distribuyen por la
sala comedor colocados sobre alfombras y cojines. Aparte del cordero había
algunas verduras y hierbas agrias, vino y una salsa hecha con majado de vino,
vinagre, higos, dátiles, y otras frutas. El pan que acompaña la comida debe ser
sin levadura.
Al comienzo del plato principal el cabeza de
familia, o un sacerdote presente, recita la Pesah, un relato de la llegada y
salida de Egipto (292), y se recitaban los Salmos 113 y 114. El padre, cabeza
del clan o un sacerdote tomaba el pan, lo bendecía y lo repartía. Tomaba un
pedazo y comía, indicando así el comienzo del banquete. En esta celebración hay
tres copas de vino, siendo la última la que acaba el banquete y se denomina
copa de la bendición. Después se leen los Salmos 115 al 118 y se ultima todo
con una cuarta copa.
Las fiestas y culto duran ocho días, desde la
víspera de Pascua hasta el último de los panes Ázimos. Debido a que las fiestas
se sucedían en esa “semana”, es fácil que se entendiera como fiesta de Pascua
el conjunto de días de celebración. El carácter agrícola no dejaba el fiesteo,
pues el tercer día de celebraciones, el día 16 de Nisán –primer mes del
calendario-, se ofrendaban las primicias de la cosecha en el Templo.
El Nuevo Testamento
El término "Pascua" nunca se menciona en las
Escrituras originales. Sin embargo, al menos una traducción de la Biblia usa la
palabra en varias ocasiones, también en el Nuevo Testamento. La versión
Reina-Valera 1960 describe así: “Y habiéndole [el rey Herodes] tomado preso [a
Pedro], le puso en la carcel, entregándole a cuatro grupos de cuatro soldados
cada uno, para que le custodiasen; y se proponía sacarle al pueblo después de
la Pascua” (Hch. 12, 4). El libro Hechos...
fue originalmente escrito en griego por Lucas, un médico gentil cristiano. La
palabra griega que nuestras biblias traducen como “Pascua” es la palabra Pascha (en hebreo: Pesach). Fue durante la celebración anual de la Pascua cuando Jesús
fue asesinado en Jerusalén. También aparece en: “Limpiaos, pues, de la vieja
levadura, para que seais nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra
pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5, 7).
En este apartado he tomado la iniciativa de incluir,
simpre que ha sido posible, los textos bíblicos en el propio texto del presente
trabajo para agilizar la lectura y, por qué no, para rescatar un poco el
dramatismo de esos momentos. Perdone el lector si el resultado resulta prolijo
en exceso.
La Última Cena de Jesús fue como sigue: “ Dos días después
era la Pascua y la fiesta de los panes sin levadura; y buscaban los principales
sacerdotes y los escribas cómo
prenderle y matarle. Y decían: no durante la fiesta, para que no se haga
alboroto del pueblo (Mr. 14, 1-2). Pero estando él en Betania [a unos seis
kilómetros de Jerusalén], en casa de Simón el Leproso [Lázaro el resucitado era
otro comensal, y quizás fuese su casa], y sentado a la mesa [mediodía o cena,
aunque más habitual sería lo segundo, ver Juan 12, 2], vino una mujer con un
vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio... y lo derramó sobre
su cabeza... ‘Ésta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi
cuerpo para la sepultura’ (Mr. 14, 3-8). Entonces Judas Iscariote, uno de los
doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo. Ellos, al oírlo, se
alegraron, y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba oportunidad para
entregarle (Mr. 14, 10-11). El primer día de la fiesta de los panes sin
levadura, cuando sacrificaban el cordero de la pascua, sus discípulos le
dijeron: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua? Y
envió dos de sus discípulos, y les dijo: ‘Id a la ciudad [probablemente estaba
de camino a Jerusalén], y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro
de agua; seguidle’ (Mr. 14, 12-13). Y cuando llegó la noche vino él con los doce...
(Mr. 14, 17). Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les
dio, diciendo: ‘Tomad, esto es mi cuerpo’. Y tomando la copa, y habiendo dado
gracias, les dio; y bebieron de ella todos. Y les dijo: ‘Esto es mi sangre del
nuevo pacto, que por muchos es derramada’ (Mr. 14, 22-24). Cuando hubieron
cantado el himno, salieron al monte de los Olivos (Mr. 14, 26).
Esta versión es la del Evangelio
de Marcos. Este Evangelio, según consenso al que han llegado la mayoría de
los eruditos bíblicos y exégetas del Nuevo Testamento, es el primero de todos,
y se escribió entre los años 50 y 60 d.C., es decir, unos veinte años después,
como poco, de que ocurrieran estos hechos. Parece que los otros dos Evangelios,
Mateo y Lucas, los sinópticos, están construidos a partir del de Marcos, de la
fuente Q y material oral, probablemente unos veinte años después.
Mateo es bastante coincidente con la versión de
Marcos, pues sólo varía la manera de localizar la casa donde se iba a llevar a
cabo la celebración de la Pascua. Por cierto, en este Evangelio aparece más
frecuentemente esa palabra, “Pascua”, que en los otros dos. En ningún momento,
hasta ahora, se matiza o se explica la palabra Pascua. Es más, tal como se
habla en el Evangelio, parece que dicha celebración es concordante con la que
están celebrando el resto de los judíos esos días. Lucas omite el episodio de
Betania –la unción- y arranca su relato desde el mismo día de la Pascua,
señalando que es el que corresponde con el sacrificio del cordero ritual, enviando
a Simón Pedro y a Juan a buscar alojamiento para la cena pascual –que ocurrirá
en la primera planta de una casa-, coincidiendo en todo lo demás, excepto en el
himno final, que no aparece en sus palabras.
Juan menciona el episodio de Betania, pero aparte y
anterior a la cena, situándolo cronológicamente seis días antes de la Pascua
(Jn. 12, 1). De ahí parten y hacen su entrada en Jerusalén, montado Jesús sobre
un asno (Jn. 12, 12-19. Este episodio lo relata Mateo en el capítulo 21 –el
capítulo 26 es el de la cena pascual-, viniendo Jesús desde Jericó y estando a
un kilómetro escaso de Jerusalén, entrando posteriormente en el Templo
ocasionando el alboroto contra los comerciantes y cambistas; Mt. 21, 1-11), “Al
día siguiente, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que
Jesús venía a Jerusalén...” (Jn. 12, 12). Tras una serie de versículos
doctrinales, Juan retoma el relato: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo
Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre... (Jn.
13, 1). Y cuando cenaban, como el diablo se había puesto en el corazón de Judas
Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le
había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios
iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla se la
ciñó. Luego puso agua en un lebrillo y comenzó a lavar los pies de los
discípulos” (Jn. 13, 2-5)... Así que, después que les hubo lavado los pies,
tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ‘Sabéis lo que os he hecho?’ (Jn.
13, 12)... Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado
[concordante con el hecho de estar en un acto celebrativo, como sería la cena
de Pascua, según la tradición se trata de Juan] al lado de Jesús (Jn. 13, 23)...
Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo
dio a Judas Iscariote, hijo de Simón (Jn. 13, 26)... Porque algunos pensaban,
puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús decía: Compra lo que necesitamos
para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el
bocado, luego salió; y era ya de noche” (Jn. 13, 29-30). Sigue la negación de
Pedro antes de que cante el gallo, concordantemente con los tres sinópticos
(Jn. 13, 36-38; Mt. 26, 31-35; Mr. 14, 27-31; y Lc. 22, 31-34). Y tras varios
comentarios doctrinales sobre el Camino y el Espíritu Santo: “Mas para que el
mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así lo hago.
Levantaos, vamos de aquí” (Jn. 14, 31).
Jesús bendeciría la copa señalando un momento de
ejecución: “Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo:
Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (1 Cor. 11, 25). Previamente, Pablo,
establece la hora de los hechos: “Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado,
tomó pan” (1 Cor. 11, 23). En otros versículos se habla de la Cena del Señor (1
Cor. 11, 17-21). También en “Bienaventurados los que son llamados a la cena de
las bodas del Cordero... Y vi un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a
gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y
congregaos a la gran cena del Señor” (Ap. 19, 9 y 17). Más alegórico: “...yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3, 20).
Momento de la cena
Lo que si parece evidente en todos los evangelistas
es que la Última Cena de Jesús fue precisamente eso, una cena. Ocurrió en el
mismo día que la celebración de la Pascua, en el momento en que se sacrificaría
el cordero pascual.
El debate surge porque algunos autores propugnan que
el Evangelio de Juan se aparta de los
sinópticos y propone otra fecha para la celebración de la Pascua, atendiendo al
número de días que de antelación aporta para el episodio de la unción. La
lectura de las versiones dadas por Juan y los demás evangelistas no son
significativamente diferentes. Si bien es verdad que arranca desde Betania con
cuatro días más de antelación que los sinópticos, al empezar con la institución
de la cena menciona el momento “antes de la Pascua”. Cabe pensar que “antes” es
ambiguo, pero no tendría sentido que se utilizase esa expresión para unos
sucesos que tendrían como punto de partida dos o tres días previos, por
ejemplo.
La cuestión es, para los defensores de que Jesús es el
Maestro de Justicia, o para los que defienden que Jesucristo era esenio, que la
Pascua a la que se refiere Juan es la Pascua esenia o de Qumrán, mientras que
la Pascua de los sinópticos es la hebrea. Este tema se tocó de refilón cuando
se habló del calendario. La cronología de las fiestas es distinta en el
calendario hebreo postexílico y en el calendario de Qumrán, aunque con el paso
de los años, en algún caso podrían coincidir. La Pascua esenia caía el
décimoquinto día del primer mes del año hebreo, llamado nisán (entre el 23 de marzo y el 23 de abril), y tocaba en
miércoles, mientras que la Pascua evangélica cayó en jueves, si bien el
asesinato de Jesús ocurriría el viernes, y su muerte de madrugada. Es decir,
hay un día de diferencia, y es precisamente ese día de diferencia en el que se
apoyan los autores disidentes con la oficialidad para argumentar que Jesús se
regía por el calendario esenio, y no por el hebreo establecido.
Según las crónicas latinas y los comentarios que aparecen
en los Evangelios y en el Talmud, Jesucristo fue detenido entre el día 13 y el
14 de Nisán del año 783 de la fundación de Roma, es decir, entre los días 6 y 7
de abril del año 30 de nuestra era, de jueves a viernes (293). Según los
cálculos astronómicos, fue el año 33 d.C. cuando el primer día de los panes sin
levadura, el 15 de nisán, cayó en Sabbath, con lo que la Pascua, 14 de nisán,
cayó en víspera de Sabbath, es decir, en viernes. Las sectas, el ordenamiento
del calendario según las mismas, la gestión del Templo por los saduceos y,
consiguientemente, del calendario, y la falta de documentación hacen muy
difícil precisar cuándo realmente ocurrió todo ello.
También está lo escrito en el Talmud, única referencia
judía al respecto: “La víspera de la Pascua se prendió [se colgó de una cruz] a
Jesús [Yeshu] el Nazareno. El heraldo había marchado cuarenta días delante de
él diciendo: ‘Éste es Jesús el nazareno que va a ser lapidado, porque ha
practicado la brujería y ha seducido y extraviado a Israel. Que todos los que
conozcan alguna cosa en su descarga vengan a interceder por él” (294).
También hay discrepancia en cuanto al momento del
sacrificio del cordero pascual, es decir, de la cena de Pascua. Según un
precepto de la época de Hillel, si la Pascua –14 de nisán-, que era considerada
entonces como un sacrificio público, caía en víspera del sabbath, se celebraba
igualmente por que su trascendencia sobrepasaba al propio sabbath. Y conviene
recordar que los días hebreos se miden de puesta de sol a puesta de sol, es
decir que si se cena la tarde-noche de la víspera del sabbath, se está dentro
del sabbath en sí, por lo que existe conflicto de festividades. Por contra, un
precepto anterior, que influía en las decisiones sacerdotales de los saduceos y
que se mantuvo vigente hasta la caída del segundo Templo, mantenía que la
Pascua es un sacrificio privado y no tiene preponderancia sobre el sabbath, por
lo que su celebración se adelanta a la víspera de la víspera, es decir, para
nosotros, dos días antes del sábado, es decir, el jueves (295). Es decir, según
esta interpretación, el sacrificio del cordero pascual tuvo lugar el día 13 de
nisán, jueves, dado que el sacrificio tenía que tener lugar por la tarde, en el
momento de la puesta del sol (296).
Por otra parte, Jesús y sus doce apóstoles son galileos, a
excepción de Judas Iscariote que era de Judea. Los de Galilea eran de
seguimiento estricto y no trabajaban durante todo el día anterior a la Pascua,
incluyendo la tarde-noche de dos días antes, por el cómputo del día desde la
puesta del sol, siguiendo así la escuela de Shamai (297).
Así cuando se habla del día de la celebración de la Pascua
(ver unas líneas más arriba, en Marcos), los discípulos de Jesús lo están
haciendo la mañana del jueves día 13 de nisán. Por la tarde, Jesús y los doce
acuden al aposento alto que les había preparado el aguador y siguieron la
celebración de la Pascua judía tal como está establecido. El pan que partió
Jesús a sus discípulos es el pan ázimo o pan sin levadura, el cual partió sin
utilizar cuchillo, tras las bendiciones de rigor, y lo repartió y todos mojaron
con él en el plato. Preparó cuatro copas y bebió de una de ellas, pasándosela a
los apóstoles para que hicieran lo mismo. Bebieron las otras cuatro copas y
cantaron el himno –el Hallel- (298), saliendo después.
Por lo que se explica seguidamente en los textos del Nuevo
Testamento, sería ejecutado en la cruz al día siguiente, viernes, de mañana,
tras una sesión de juicio o instrucción sumarial que los evangelios no
concuerdan, aunque probablemente se llevó a cabo durante la noche o muy de
madrugada. Sería enterrado ese mismo día, aunque era frecuente que los
escarnecidos en la cruz colgaran del madero 48 horas, cuando lo era por los
romanos, por la duración de su suplicio. Sin embargo, la proximidad del sábado
desaconsejaba esa solución. Los días en el tiempo hebreo se miden desde el
ocaso hasta el ocaso siguiente, por lo que antes del atardecer del viernes
Jesús tenía que haber sido descolgado de la cruz y enterrado, porque si no se
habría entrado en la fiesta del sabbath,
lo que provocaría que se quisiera acabar rápidamente con el lanzazo del guardia
romano en el costado.
Queda una contradicción, pues Pilato señala que tiene la
“costumbre” de soltar un preso por Pascua, aunque esa costubre no está documentada,
es más, en ninguna de las obras de Flavio Josefo se comenta nada al respecto,
si bien queda en el aire que es el emperador de Roma el que sí tiene potestad
para hacerlo. Si Jesús muere el viernes, el preso sería soltado entre el
viernes y el sabado, lo que sería al día mismo de la Pascua, y no el del juicio
de Jesús. No obstante esta contradicción es menor, pues Pilato podía pedir la
opinión del Sanhedrín sobre a quién iba a soltar pero el efecto de esa
liberación podía ocurrir perfectamente el propio sábado de Pascua. Es lógico
que la convocatoria del Sanhedrín para tratar el escaso porvenir de Jesús
tuviera lugar al día siguiente de la detención, es decir, el viernes, dejando
preso a Jesús durante parte de la noche en los tenderetes anejos al palacete de
Anás. Podría ocurrir que el consejo que realizase la instrucción sobre los
cargos de Jesús se constituyese a la madrugada del viernes. También queda por
señalar que el presidente del Sanhedrín de entonces era de los saduceos y,
dentro de los saduceos, del partido de los betosianos, que no tenían por que
ceñirse a lo estrictamente fijado para la normativa sacerdotal tradicional.
La crucifixión, tal como la explican los Evangelios, sigue
el horario denominado oriental, en el que el origen del día se sitúa
aproximadamente a la hora del amanecer, es decir, a las seis de la mañana
(299). Su comienzo fue a la hora tercera, es decir, nuestras 9 de la mañana.
Sobre la hora sexta y hasta la hora novena hubo tinieblas –entre las 12 del
mediodía y las 3 de la tarde-, expirando poco después de las 3 de la tarde del
viernes 7 de abril del año 30, víspera del sabbath y de la Pascua oficial, en
el primer día de la Fiesta de los Ázimos. José de Arimatea se acercó a casa de
Pilato al anochecer para reclamar el cuerpo de Jesús. Pilato, tras confirmar la
muerte con el centurión, cede el cuerpo a José y éste lo envuelve en una sábana
y lo coloca en un sepulcro nuevo, tallado en roca y cerrado por una pesada
losa.
La unción y la envoltura del cadáver no se pudo llevar a
cabo por las mujeres por ser la fiesta del sabbath,
por lo que acuden la madrugada del domingo, habiendo comprado las sustancias
necesarias la tarde anterior, tras el ocaso. Dado el error de Dionisio el
Exiguo cuando elaboró el calendario, es de suponer que Jesús nació entre los
años 5 y 3 a.C., probablemente cerca del límite inferior por aparecer el
episodio de Herodes en los Evangelios.
Para terminar, quedan las manifestaciones de los
apóstoles y sus inmediatos seguidores. Tanto Pedro, como Santiago y Juan hablan
del sacrificio de Jesucristo, del Cordero, de la expiación, de su persona,
aportan datos, como el Monte de los Olivos, etc. Pero en ningún caso, en sus
epístolas, mencionan la fecha de la última cena o de la muerte de Jesús. El
único que menciona la palabra Pascua es Pablo, en su Epístola a los Corintios, especialmente. Quizás no le daban
importancia, quizás su desmarque de la tradición oficial judía, la ley y los
preceptos les hacía “olvidar” referencias concretas... En cualquier caso, no
conviene olvidar que Pablo es un converso, que conoció, y quizás participó, en
el martirio de Esteban, al poco del de Jesús, y que fue discípulo de Santiago,
Pedro y Juan, el triunvirato que gobernaba la Iglesia primitiva. Así, cabe
suponer que su mención de la Pascua como fecha del sacrificio de Jesucristo
parece provenir de fuentes directas cuando no de su propia experiencia.
El resumen de este apartado es que no existen
elementos determinantes para separar la detención y tortura de Jesucristo de la
Pascua judía, con lo que la última cena debió de celebrarse dos tardes previas
al sábado de la Pascua, es decir, el día trece de nisán, o sea, el seis de
abril del año 30. Es decir, no aparecen datos suficientes como para dudar de la
fecha pascual como la de la última cena y, ni mucho menos, para suponer que
esos acontecimientos ocurrieron en la fecha prevista por el calendario que se
seguía en Qumrán. Y sobre este último punto caben dos matizaciones más: el
primero es que el calendario de Qumrán no se seguía oficialmente en los
asentamientos de esenios que se distribuían por Judea, es decir, asomaban
excepciones; y, por otro lado, nunca se ha explicado qué ocurría con el tiempo
–algo más de 24 horas- que existen como discrepancia entre el año cronológico
de Qumrán (ver apéndices) y el año astronómico, o, lo que es lo mismo, no se
tiene ninguna certeza sobre qué día era el de la Pascua según el calendario
qumránico, a no ser que las fechas astronómicas no se contemplaran al inicio
del año esenio, lo que daría lugar a que tras treinta años de observancia del
calendario, el año comenzara con cinco semanas de diferencia con respecto al
primero.
Evangelio de San Marcos y Qumrán
El debate ha surgido a raíz del descubrimiento de un
fragmento de manuscrito, perteneciente a la cueva 7 de Qumrán, que contiene
palabras del Evangelio de Marcos y de
la Carta del Apóstol Santiago. La
primera noticia surgió en la revista “Biblica”, editada en Roma por el
Instituto Pontificio Bíblico de Roma, en su número 53, del año 1972, entre sus
páginas 90-100. El artículo aparecía firmado por el padre José O´Callaghan,
jesuita de origen español, titulado: ¿Papiros
neotestamentarios en la cueva 7 de Qumran?. El Padre O´Callaghan trabaja
como profesor del Instituto Pontificio Bíblico de Roma y es Profesor Adjunto
del Centro Borja de los Jesuitas de Sant Cugat, en Barcelona, y también es
director de la revista “Studia Papyrologica”.
Los fragmentos tenían como referencias 7Q5; 7Q6, 1 y
7Q6, 8. Estos fragmentos ya habían visto la luz en 1962 publicados en “Les
‘petites grottes’ de Qumran”, dentro de la serie Discoveries in the Judean Desert of Jordan, vol. III, editado por
M. Baillet, J. T. Milik y R. de Vaux. En su momento estos autores los
incluyeron en el libro aunque reconocían que no los habían identificado, si
bien creían que el quinto podía ser algún texto bíblico. El lenguaje con el que
están escritos es el griego.
El contenido de los fragmentos es el siguiente
(300): el fragmento 7Q5 contiene tres monosílabos y cuatro fragmentos de
palabra, contando con que algunos caracteres están prácticamente ilegibles;
7Q6, 1 contiene dos fragmentos de palabra; y 7Q6, 8 tiene tres y uno que no se
aprecia prácticamente.
La conjetura del padre O´Callaghan es que el
fragmento 7Q5 se corresponde con los versículos del Evangelio de Marcos Mr. 6, 52-53. Para ello se basa en que cuatro
de las letras del fragmento podrían formar la palabra “Genesaret”. Los
editores, los de la serie Discoveries...,
tradujeron esas letras por el término “engendró”. No se sabe muy bien porqué se
remite a esos versículos, pues la palabra “Genesaret” aparece también en Mateo
14, 34; Lucas 5, 1; y Macabeos 11, 67 (301).
El problema para conjeturar sobre estos fragmentos
es interpretar adecuadamente las letras que se medio leen, y suponer
correctamente las letras que faltan. En el caso del fragmento que estoy
describiendo, parece que para construir el versículo harían falta cerca de 80
letras que no están, y si estuvieran, estarían en un espacio más reducido del
que el original proporciona, con lo que la caligrafía de esas letras sería más
pequeña y apretada. Algo similar pasa con los otros fragmentos y sus
correspondencias al nuevo testamento.
Otro autor contemporáneo, Carlo M. Martini (302),
que escribe en la misma revista que el padre O´Callaghan, cuestiona
parcialmente los resultados de éste. Gianfranco Nolli, enviado del Vaticano
para examinar los originales, pues siempre se había trabajado por parte de
todos con facsímiles, emite un juicio negativo: “Algunas deducciones del padre
O´Callaghan resultan insostenibles, tanto en función de los restos de la
escritura como en algunos casos por la escasez del espacio en el que deberían
acumularse las letras” (303).
Las tesis oficiales, y la bibliografía que el
fenómeno de los Manuscritos de Qumrán ha producido, no ha vuelto a considerar
seriamente esa posibilidad. Parece que el Evangelio de Marcos, siendo el más
antiguo, pudo escribirse entre los años 50 y 60 d.C., mientras que
“oficialmente” se supone el fin de Qumrán sobre el 68 d.C. Parece poco tiempo
para producir copias de escritos neotestamentarios. No obstante O´Callaghan, en
su última obra, reconocía que las dataciones y los estudios paleográficos
coincidían en situar cronológicamente los fragmentos entre los años 50 a.C. y
50 d.C., siendo esta última la fecha tope, lo que da un muy estrecho margen
para la producción del Evangelio de Marcos y su conocimiento y copia en Qumrán.
Casi simultáneamente al dictamen del enviado del
Vaticano, el padre O´Callaghan anunciaba el descubrimiento del paralelismo
entre fragmentos sacados de la cueva 4 de Qumrán con el Nuevo Testamento, más
concretamente, con la Epístola a Timoteo.
También casi inmediatamente, otros autores proponían otras soluciones de
identificación para los fregmentos involucrados (304).
Y para finalizar este punto, sólo queda destacar la
controversia que parece existir en el seno de la Iglesia católica, y de autores
próximos a ella, sobre estos fragmentos
y su autenticidad, pues algunos estudiosos niegan cualquier determinación de
los mismos por el elevado número de incertidumbres que rodean ese análisis,
mientras otros se apresuran a aceptar las hipótesis expuestas por O´Callaghan.
El origen de esta controversia nace de dos actitudes opuestas (305). En una de
ellas, se pretende negar cualquier asociación entre Qumrán y el cristianismo,
con la finalidad de eliminar hipótesis extrañas, piruetas religiosas u orígenes
esenios en el cristianismo. La segunda actitud se asocia con la primera, pero
pretende utilizar la posible asociación, la creada con los fragmentos del
Evangelio de San Marcos, por ejemplo, para retrasar en lo posible la existencia
de originales del Evangelio, establecer la concordancia entre el Evangelio y la
Biblia actual y para demostrar la antigüedad de ideas cristianas en el seno del
judeocristianismo, más tempranas de lo que habitualmente se acepta.
Suponiendo que se aceptase la hipótesis de que se
trata de fragmentos del Nuevo Testamento, podrían darse dos posibilidades. La
primera de ellas es que a Qumrán llegaran manuscritos con las primeras líneas
copiadas del Evangelio de Marcos –aspecto éste mucho más discutible si se
tratara de las epístolas, por ejemplo la de Timoteo, de Pablo-. ¿Las copiarían
los escribas de Qumrán? La respuesta es no, pues para ellos la religión
cristiana, viniendo de un “colgado” en la cruz, y con la prédica y el
comportamiento que mostraban los cristianos, sería la de una secta
despreciable.
La segunda posibilidad es que a Qumrán llegara algún
cristiano. Esto es posible tras las razias llevadas a cabo en Jerusalén contra
las primeras comunidades cristianas, como por ejemplo la que concluyó con el
martirio de Esteban. Pero, ¿podría un cristiano, que no renegara de su fe,
entrar en Qumrán y formar parte de la comunidad? Otra vez la respuesta sería
negativa. Sí que sería factible que un cristiano que huye de una persecución, a
finales de la década de los sesenta, encontrara refugio externo en las cuevas
de Qumrán, lo mismo, es de suponer, que muchos otros habitantes de Judea ante
el avance implacable de las legiones romanas mandadas por Tito, que acabaron
con las revueltas judaicas entre los años 68 y 72 d.C.
Referencias cristianas a Qumrán
Para empezar, cabría decir que no hay ninguna, y ése
es uno de los motivos por el que se cuestiona la contemporaneidad entre Qumrán
y el cristianismo primitivo. Es decir, de la misma forma que en el Nuevo
Testamento aparecen referencias directas a los fariseos y a los saduceos, ¿por
qué no aparece una sóla palabra referente a los cenobitas del Mar Muerto?
No obstante, algunos estudiosos han apuntado las
siguientes posibilidades. La primera son las palabras de San Pablo, criticando
el seguimiento de las festividades, el culto a los ángeles y la comida, podría
interpretarse como una invitación a los cristianos para que se alejen de las
posturas de los qumranitas (306). No obstante, parece algo traído por los pelos
esa hipótesis, aunque es verdad que los comentarios de Pablo se ciñen muy bien
contra la doctrina de Qumrán, sobre todo cuando habla de la rigidez alimenticia
y las prácticas ascéticas.
Otra posibilidad apuntada son las palabras de Pablo
a su discípulo Timoteo (307), donde le previene de los postreros tiempos, en
los que se escuchará doctrina de demonios, se prescribirá el celibato y se
prohibirán alimentos creados por Dios. La palabra postreros, según estos
escritores, podría significar los años que siguieron a la predicación de los
profetas, en coherencia con ese mismo significado tal como aparece en muchos
pasajes de las escrituras. Claro, que una manera de entender esto así impone
creer que en Qumrán se obligaba al celibato, aspecto este que no ha quedado muy
claro.
Algún autor propone que la cita de los Hechos de los Apóstoles (308) sobre los
sacerdotes y su seguimiento de la ley se refiere a los esenios, pero sin
aportar argumentos, pues lo mismo podría tratarse de saduceos o de fariseos.
También podría referirse a esenios, pero sin tratarse de Qumrán directamente y,
por fin, podría referirse al colegio de sacerdotes queregía el Templo y el culto
que en él se oficiaba.
Para terminar encuadrando el asunto, es cierto que
no hay referencias cristianas a los esenios en el Nuevo Testamento. Sin
embargo, eso puede venir derivado de que los esenios, si bien estaban
establecidos en ciudades, barrios o “campamentos” fuera de Qumrán –si es que
los de Qumrán eran esenios, claro-, estos establecimientos se ubicaban,
fundamentalmente, en la provincia de Judea, mientras que el Nuevo Testamento se
mueve, casi siempre, por la zona de Judea y Jerusalén. Además, los esenios
vivían, y querían vivir –por lo que se desprende de las palabras de Josefo y de
los documentos de Qumrán- apartados, fuera de la sociedad hebrea en general, y
fuera de disputas o polémicas religiosas y sacerdotales en particular, mientras
que los cristianos, con su mensaje, abrían un frente de debate que no reuían,
ni siquiera Jesús, con los estamentos habituales, como los fariseos y los
saduceos. Por no mencionarse, las apariciones de los esenios en la literatura
rabínica es inexistente también (309), cosa algo sorprendente si se tiene en
cuenta que la forma de ver la Ley y su aplicación, de fariseos y esenios,
coincidía en muchos aspectos, más rigurosos los segundos si nos atenemos a lo
que aparece escrito en la Regla de
Disciplina o Regla de la Comunidad
de Qumrán.
Jesucristo ¿Maestro de Justicia?
Así como en Juan el Bautista resulta difícil de
creer que en sus años de crecimiento y de predicación no conociese, directa o
indirectamente, al grupo de Qumrán, en el caso de Jesús tal circunstancia sólo
queda en posibilidad. De la misma manera que se supuso, para Juan, que su
“destierro”, mientras creció y predicó, tuvo lugar en las inmediaciones de
Jerusalén, en los montes de Judea, Jesús vivió entre Belén –donde al parecer
nació, al sur de Jerusalén, como a 10 Kms.- y el mar de Galilea, teniendo en
cuenta que según los escritos, nació en Belén, pero le llamaban el Galileo. El
mar de Galilea se sitúa como a unos 100 Kms. al norte de Jerusalén. Unos 20
Kms. al oeste de este lago se encuentra Nazaret, donde, según algunos, creció
Jesús. Sólo queda un paréntesis de pocos años en el que la Sagrada Familia
viajó a Egipto, una ruta que pasa por Gaza, al suroeste de Jerusalén, y como a
unos ochenta kilómetros de esta ciudad.
Similitudes generales
Un resumen de las similitudes aportadas por algunos
escritores podría ser:
- La actitud
hacia la riqueza.
-
Prohibición del divorcio, el cual era permitido en la legislación hebrea.
- Exorcismos
y curaciones, normalmente por medio de la imposición de manos
- El divorcio,
expresamente condenado por Jesús, a similitud de lo que ocurre en Qumrán, según
un autor, aunque los términos empleados sugiere más una condena de la poligamia
que del divorcio, para el caso de los qumranitas (310).
- Jesús
llama Padre a Dios en varias ocasiones, y varias más, implícitamente, cuando se
autodenomina Hijo de Dios. En Qumrán una expresión semejante sólo aparece en un
par de ocasiones en todos los manuscritos.
- Palabras
sueltas que aparecen en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, se usa en un par de
ocasiones, en los manuscritos, la expresión: ‘pastor de su rebaño’, en sentido
similar a como Jesús se califica a sí mismo. También aparece una vez ‘Hijo de
Dios’ e ‘Hijo del Hombre’, aunque a este respecto, el mismo Trebolle señala que
se trata de una expresión muy frecuente en el Antiguo Testamento, por
referencia a los ángeles, al pueblo de Israel, al de Dios, a los reyes que
descienden de David, etc., así como muy frecuente en la literatura de la
palestina del siglo I.
- La
utilización del término/concepto “salvador” ocurre de vez en cuando en Qumrán,
por ejemplo, en el Rollo de la Guerra
se refiere al arcángel Miguel y, algo más adelante, es Melquisedec.
- La palabra
‘siervo’ es tan frecuente en el Antiguo Testamento, que el que aparezca más o
menos en cualquier literatura que se base en él no tiene ninguna significancia.
La asociación Siervo de Jahvé es inexistente en Qumrán porque tiene que ver con
un mesías que sufre, que padece la tortura, el desprecio y la traición de sus
conciudadanos para ‘redimir’ al Hombre, conceptos que aparecen con frecuencia
en los evangelistas y que más tarde se utilizaría por Pablo y otros, como
Santiago, hermano mayor de Jesús, para autodefinirse en su papel de cristiano,
pues se trataba de las primeras persecuciones y martirios por defender la
doctrina de Jesús.
Otros paralelos son la condena de algunos aspectos
de la vida diaria, como la condenación de la lujuria, muy repetida en ambos
grupos (311), la prohibición de la venganza (312) y el desprecio a las riquezas.
Sin embargo son paralelos que se repiten con frecuencia en todos los grupos
religiosos de la misma zona geográfica, ya sean hebreos, fariseos, saduceos,
helenistas, esenios, terapeutas, en fin, todos
consideran esas condenas necesarias pues son lastres para el progreso
espiritual del individuo.
Algunas similitudes más han sido señaladas. Por
ejemplo, el uso de una terminología similar en las prédicas. Así, Jesús utiliza
la expresión “pobres de espíritu” en las bienaventuranzas, mientras aparece una
expresión semejante en la Regla de la
Guerra. Personalmente, creo que no tienen mucho que ver entre sí (313).
Destierro en el desierto
Otra forma de acercar a Jesucristo con Qumrán es
utilizando su destierro de cuarenta días y noches en el desierto, justo un poco
antes de iniciar su deambular público. Ante esto caben varias matizaciones. La
primera es que este destierro en el desierto no es nada infrecuente, o,
arriesgándome un poco, es hasta asiduo en aquéllos que desean crecer, probarse
o solicitar algo de Dios. Por ejemplo, el padre de la Virgen María, Joaquín,
para obtener el favor de la descendencia, pues era muy mayor y no tenía hijos,
lo que le excluía de algunas de las actividades sociales entorno al Templo, se
retiró al desierto durante cuarenta días y cuarenta noches (314). Allí se le
apareció un ángel que le anunció la buena nueva: Ana estaba encinta y esperaba
una hija.
En segundo lugar, parece que Jesús provenía de la
zona de Galilea, o de Nazaret (315), con lo que el retiro al desierto debió de
cumplirse por los alrededores de su zona de residencia, en las montañas de
Galilea o en las proximidades del monte Tabor. Por cierto, siempre se dice
“subir” al desierto, lo que implica alguna elevación en el viaje.
¿Maestro de justicia?
Los partidarios de la hipótesis cristiana, es decir,
de pensar que los “esenios” de Qumrán eran la comunidad cristiana primitiva
(316), identifican a Jesucristo con el Maestro de Justicia (317). Existe un
paralelismo evidente entre la persecución de ambos por el sacerdocio oficial,
la violencia que se ejerció sobre ellos, y su martirio final, aunque quizás de
distinta índole. Otro paralelismo es la adoración establecida por parte de sus
discípulos tras su muerte y desaparición.
Por otro lado, se aprecian algunas diferencias. Una
primera es el estilo de vida del Maestro de Justicia, un hombre surgido en el
seno del más ortodoxo sacerdocio, creyente, interpretador y aplicador de la Ley
–la Torah-, minimalista exigente, y expendedor de una enseñanza exotérica y
esotérica al más puro estilo sectario, en el sentido de que dirigía sus
enseñanzas sólo a su grupo, una comunidad apartada y replegada en sí misma.
El lugar también es distinto. Mientras el Maestro de
Justicia se centra en su destierro, y, posiblemente, sus alrededores, es decir,
en los montes de Judea, Jesucristo es Galileo, y centra su trabajo y su prédica
en la zona próxima al lago Tiberíades, es decir, en Galilea, esto es, unos
ochenta kilómetros al norte de Qumrán.
Además, el Maestro de Justicia es un sacerdote de la
tribu de Leví, no de la de Judá, como Jesús; un asceta evidente, un
ultrafariseo apegado a la ley mosaica de tal manera que el calendario de la
comunidad se regía por la luna, tal como aparece en las escrituras –ver
Calendario-, contrariamente al resto de la sociedad religiosa de su entorno, un
fanático de la pureza ritual, y, en ningún momento, identificado con el cargo,
concepto o papel de mesías. No sólo no se le nombra por tal en los escritos de
Qumrán, sino que se le separa implícitamente de tal papel. Fue el maestro, el
guía y el conductor de un grupo de personas en profundo desacuerdo con la
mayoría de sus vecinos hebreos en materia religiosa y social, fruto del cual
ocurrió su autodestierro y apartamiento voluntario en la sequedad de las montañas
de Judea. Allí siguió con sus enseñanzas a un grupo de personas –probablemente
de ambos sexos- que se sentía perseguido, profundizando en la brecha abierta
con el resto de la sociedad, y, al final, murió, quizás violentamente, o quizás
no. Jesucristo, por contra, era un laico, sociable, metido siempre en
multitudes, grupos discipulares y prédicas populares (318), enseñando los
“misterios” del Reino de Dios, y enviando a sus discípulos a que se
confundiesen con la gente, para difundir el mensaje de amor, caridad y
crecimiento interior que él predicaba (319). Se autotituló Mesías, utilizando
los términos Hijo del Hombre e Hijo de Dios, declaró que su intención era
redimir al Hombre de sus males por medio de su muerte en la cruz, que
resucitaría y se sentaría a la dderecha del Padre, viviendo para siempre y
esperando el momento de desccender de nuevo a nuestro mundo para terminar su
papel.
Jesús, por añadidura, no pertenecía a la línea
sacerdotal ortodoxa –era de la tribu de Judá, repito-, y se dedicaba a predicar
a multitudes, por las que se dejaba seguir, las asistía y las trataba de
enfermedades y problemas sociales, no evitaba la compañía de pecadores,
réprobos y gentiles, para acercarlos a su modo de creer, a su fe; una fe o
creencia que se apoyaba en una lectura, interpretación y aplicación flexible de
la ley mosaica. Alguien que se enfrenta al Templo, que es hostil con el
sacerdocio, pero por propia iniciativa, como una aplicación más de sus
originales creencias. Una conducta semejante era completamente contraria al
ejemplo apuntado por los sacerdotes “oficiales” de la sociedad hebrea
contemporánea, expresión de lo cual son el Manual
de Disciplina y el Documento de
Damasco, probablemente inspirados, si no excritos, por el Maestro de
Rectitud.
En algunas ocasiones parece deducirse que para la
Nueva Alianza que consitutía Qumrán, el Maestro de Justicia era el Profeta que
precedía a los mesías davídico y sacerdotal que esperaba la comunidad para el
nuevo Israel (320). Se trata de otra diferencia substancial, pues Jesús nunca
llegó a apropiarse de tal personalidad, sino que siempre se mostró a sí mismo
como producto de lo anunciado por profetas precedentes.
Por fin, Jesucristo no escribe para sus discípulos
ni para sus seguidores ni para su comunidad, son éstos, presumíblemente –los
discípulos- los que apuntan las palabras de Jesús en soportes o en la memoria
para transcribirlas después. El Maestro de Justicia parece el autor de una
parte de la Regla de la Comunidad, de
la Regla de la Congregación, y de los
Himnos, pues los estudios
paleográficos parecen mostrar que se trata de los documentos más antiguos y los
más coherentes entre sí.
Ante las faltas, la manera de actuar era similar.
Algunos autores explican el proceso de solución de faltas en Qumrán mediante un
procedimiento de tres fases: entrevista privada con el transgresor, entrevista
ante varios testigos y, por último, reprensión ante la Asamblea de los
Numerosos. Indican que en la Iglesia primitiva ocurría de igual manera. El
análisis de los textos no permite ser tan concluyente, dejando mayor ambigüedad
en el caso de Qumrán, y un formalismo en la Iglesia primitiva semejante al que
tiene lugar en algunas órdenes monásticas (321).
Otra discrepancia, aunque a mi modo de verlo, algo
menor, es el tema de los juramentos. Jesucristo prohibía cualquier forma de
juramento, mientras que el Documento de
Damasco de la comunidad de Qumrán, prohíbe algunos juramentos, mientras
legisla sobre otros (322). Por lo visto se trata de una práctica bastante
extendida que se aceptaba, siempre y cuando se mantuviera en ciertos cánones.
Por ejemplo, se apreciaba que alguien jurara por la ofrenda, mientras que se
denostaba al que juraba sobre el altar. Los juramentos servían de herramienta
de credibilidad ante las palabras manifestadas.
Lenguaje y conceptos
Las palabras y fraseología utilizadas por Jesús
suelen ser divergenetes a las empleadas en los escritos de la secta de Qumrán,
teniendo en cuenta que la mayor parte de esos escritos proceden de la mano o de
la voluntad del Maestro de Justicia.
Poniendo nuestra atención en el Sermón de la
Montaña, donde Jesús establece los tipos de personas que tienen más próximo el
Reino de Dios, parece que las palabras de Jesucristo, en lugar de confirmar
alguna idea del grupo de Qumrán –como se ha señalado por alguien un poco más
arriba-, sugieren todo lo contrario. La imponente lección que supone el Sermón
choca con la dureza de trato que en Qumrán (323) se reserva para los que no
piensan de la misma manera que ellos. Lo curioso, además, es que esa
flexibilidad de Jesús se enfrenta con la predestinación manifestada muchas
veces en Qumrán, pues consideran que los lotes, y las personas que pertenecen a
ellos, son prácticamente los que son y, por lo tanto, cabe esparar pocos
cambios. El aborrecimiento hacia el pecador es completo y para siempre.
Relacionado con este mismo episodio, aparece al final del
Sermón un bosquejo de lo que Jesús entiende por amor, y lo ciñe, como ejemplo,
al amor que se deberá tener hacia los enemigos. Aparte de este apunte, son
numerosos los episodios donde Jesucristo explica su concepto de amor, y lo
aplica: samaritanos, prostitutas, ladrones, fariseos, publicanos, pecadores,
saduceos, romanos, enemigos, traidores, etc. El contraste con el tratamiento
duro, implacable, sin contemplaciones ni matices, que plantean los distintos
textos de Qumrán hacia los “contrarios” es más que evidente (324). Habría que
añadir que Jesús sentía especial cariño y compasión por los que se veían
reducidos por sus circunstancias físicas: lisiados, impedidos, paralíticos,
cojos, y enfermos –como los leprosos-. En Qumrán, ateniéndonos a las reglas, es
impensable que entre nadie en la congregación estando afectado por algún mal y,
desde luego, una vez dentro, no podrá formar parte del consejo de la Comunidad
o de las instituciones (325). A este respecto, otro episodio importante es el
de la parábola de la gran cena (Lc. 14, 15-24), donde un señor que había
invitado a mucha gente a una cena conmemorativa, al recibir de ellos un
desplante, manda a su siervo que vaya por las calles y traiga a toda clase de
gente: “los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”. Parece como si Jesús
tuviera especial interés en desmarcarse de las prácticas de Qumrán (326).
Al hilo de lo anterior, el lenguaje usado por el
Maestro de Justicia en algunos documentos –Regla
de Damasco, la Nueva Jerusalén, Himnos, etc.- es equívoco, enigmático,
mencionando, a veces, la necesidad de un esoterismo, aplicando las enseñanzas
de los sabios intérpretes de la ley, de doctores y rabinos; Jesucristo aporta
un lenguaje vivo, lleno de frescura, vital, plagado de ejemplos, anécdotas,
parábolas y cuentos. Surge de la gente insignificante y se empeña en
enseñarles, convencido de que dentro de cualquier persona existe el gérmen de la
“perfección”, lo que choca, de nuevo, con la dureza, el elitismo y la
predestinación que se practicaba en Qumrán.
Autoridad religiosa
Sobre la autoridad, Jesucristo era un revolucionario
puro. Su idea de la autoridad queda patente en el Evangelio, por ejemplo el de
Mateo, y en ella derriba títulos como Maestro, Rabí, Príncipe, etc. El centro
de su prédica es que todos los hombres son hermanos, son iguales ante Dios y
ante la búsqueda de la perfección, y pone como ejemplos de lo que no se debe
hacer, precisamente, la cotidianeidad del poder establecio, pues era frecuente
que los fariseos y saduceos se autocolgaran títulos y sobrenombres para obtener
un estatus superior al del pueblo llano. La autoridad procede del grado de
conocimiento y aplicación de sus virtudes favoritas: amor, caridad y humildad.
Mientras, en Qumrán, se insiste sobre la rigidez de cierta jerarquía, donde el
pico de la pirámide es el Maestro de Justicia, y algo más abajo se situaría el
Instructor, el Inspector y el Guardián. Luego se establece una pequeña escalera
de tres o cuatro pisos, según el texto, donde se sitúa a cada uno según su
capacidad, formación, tipo de trabajo, edad en la comunidad, etc. Pero siempre,
muy respetados, y por encima de la mayoría, están los sacerdotes de la línea de
Leví (327).
A propósito; el Maestro de Justicia mantiene una relación
beligerante con el Templo y con la institución del sacerdocio que lo sostiene,
no asiste a las ceremonias, ni contribuye con ofrendas ni con el diezmo.
Jesucristo, en ocasiones crítico con el Templo, nunca llegó a romper con él, y,
de hecho, tras su muerte, los seguidores más directos seguían acudiendo al
templo y a las sinagogas para participar en los ritos y en el culto.
Algunos autores sostienen que Pablo y Juan iniciaron
una doctrina basada en las palabras de Jesús, pero, sobre todo, basada en las
enseñanzas de Qumrán. Otros autores sostienen que fue el propio Jesús el
artífice de esa construcción (328), y que los dos discípulos, posteriormente,
le añadieron adornos gnósticos y filosóficos. Lo cierto es que la mayoría de
los estudiosos, ya sea de origen israelí o anglosajón, está por la hipótesis de
que Jesucristo tenía poco que ver con la comunidad de Qumrán. El Maestro de
Justicia era venerado de manera casi supersticiosa, hasta el punto de que su
nombre no se pronunciaba ni se escribía en Qumrán, de manera muy distinta al
trato que recibía Jesús de sus discípulos y acompañantes, mucho más familiar,
accesible, facilitando la comunicación e, incluso, las reconvenciones por parte
de ellos (329).
Un pequeño apunte al hilo del gnosticismo y su
terminología, es la ausencia de identificación entre el Maestro de Justicia y
la Luz, o el foco del saber, o el centro de la existencia sapiencial de Qumrán,
de manera distinta a como entendían los primitivos cristianos su relación con
Jesucristo (330).
Curaciones y exorcismos
Un aspecto que se comentó unas líneas atrás, al
hablar de semejanzas entre el Maestro de Justicia y Jesucristo, es el de las
curaciones. La comunidad de Qumrán, si se relaciona con los esenios, realizaba
prácticas sanadoras. Comento esto así, porque no existe ninguna referencia en
los Manuscritos del Mar Muerto a estos menesteres, salvo un par de
generalidades. Si se supone que el tradicionalismo estricto seguido por la
comunidad se aplicara a las curaciones y exorcismos, habría que suponer que sus
métodos (331) son similares al del resto del pueblo hebreo, los cuales,
generalmente, se ceñían a los ejemplos que podían observar en la lectura de las
escrituras (332). En esa línea, en los textos de Qumrán, así como en los del
Antiguo Testamento, no se separa la curación del exorcismo, son una y misma
cosa –de hecho, se han puesto un par de ejemplos en esta obra sobre la opinión
que tenían los de Qumrán con respecto a alternar con disminuidos y leprosos,
considerándolos poseídos por algún espíritu maligno-, mientras que en el Nuevo
Testamento, las curaciones se hacen de una manera, y los exorcismos de otra
diferente, pues las curaciones se efectúan por imposición de manos –adornado o
no con otras actividades (333)-, mientras que los exorcismos se llevaban a cabo
mediante conjuros y fórmulas (334), con un factor común en ambos casos que
tampoco aparece en la curación y exorcismo tradicionales: la fe en Jesús o en
Dios (335). Viendo los ejemplos del Nuevo testamento, queda en el aire la
imagen de Jesús como un curador y exorcista algo anárquico, sin un método
preferente, en cada caso, para lograr sus objetivos. Sólo, insisto, la fe en
él, y no siempre. Para el caso del exorcismo, la cosa resultaba más complicada
pues, mientras en el Antiguo Testamento se recurre a conjuros y palabras
relacionadas con lo sagrado, en el Nuevo Testamento se utilizan mandatos,
órdenes, y, a veces, el sanador se queda con la impresión de que los demonios
podrían volver (336), lo que aproxima los casos a histerias o neurosis de
curación transitoria. En cualquier caso, la situación de Jesús es la de un
curandero, un sanador, un exorcista y un psicólogo o psiquiatra (337), aunque
con dos diferencias con la mayoría de ellos: es capaz de transmitir su fuerza,
su capacidad, a sus discípulos, sólo con el uso de la palabra (338), y es
reconocido por todos, sobre todo por los demonios mismos, como Santo de Dios,
Hijo de Dios e Hijo del Altísimo (339). Esta actividad sanadora y exorcisadora
es completamente incompatible con la forma de ver los usos y costumbres del
Maestro de Justicia y la comunidad de Qumrán.
Muerte de Jesús
Sobre la muerte de Jesucristo, el primer promotor de
la identificación entre la muerte –que, insisto, no aparece (340) por tal en
los manuscritos- del Maestro de Justicia y la de Jesucristo, es Dupont-Sommer.
El escritor francés, que tuvo la suerte de leer algunos de los manuscritos de
Qumrán al poco de ser descubiertos, sobre todo algunos relativos a las reglas y
a la exégesis bíblica, sostiene que los dos son la misma persona y, para apoyar
esa hipótesis, establece un paralelismo, una identificación más bien, como
acabo de apuntar, entre ambas “pasiones”. La “pasión” del Maestro de Justicia
comienza cuando el Sacerdote Malvado le persigue hasta su lugar de destierro y
desviste al Maestro de Justicia –sinónimo de inicio de la pasión-, pero, al
escribir su segundo libro (341) cambia la traducción por otra más aceptada por
la mayoría: lo devora. Realmente se trata de devorar al grupo, no sólo al
Maestro de Rectitud, y puede entenderse mejor como un intento de atraérselos a
sus tesis, buscando que la comunidad rompa sus propias leyes o las
interpretaciones que hace de la Torah (342), o bien absorberlos, convencerlos,
o también, apoderarse de todo lo suyo, quitarles su patrimonio, su lugar de
destierro. Al final, el propio Dupont-Sommer, en una cita escasamente referida
por los escritores de idea afines, indica que el paralelismo entre el Maestro de
Justicia y Jesucristo dista mucho de ser completo (343).
Conclusión
El análisis de la ascendencia de Jesús, su
nacimiento, sus actividades, su prédica, su lenguaje y su forma de morir, unido
a ciertas características de su papel, como el mesianismo y su identificación
como Hijo de Dios, le confieren un carácter muy distinto al del Maestro de
Rectitud de Qumrán.
Como máximo su rol se ajusta al de los piadosos, es
decir, los denominados como hassidim,
es decir, no perteneció ni a los fariseos, ni a los saduceos, ni a los zelotes,
ni a los gnósticos, ni, tampoco, a los esenios. Pero esa identificación
provisional dista de ser definitiva, pues sus parcialidades mesiánicas y
sagradas le apartan de semejante corsé, dando la puntilla a ese encasillamiento
su grandeza de carácter y su fina distinción de la esencia religiosa, en todos
los actos y pensamientos del hombre de su época y de su región: “En su código
ético hay un algo sublime, distinto y original sin paralelo en ningún otro
código ético hebreo; tampoco tienen paralelo sus maravillosas parábolas” (344).
Se apartó de la mayoría de predicadores, maestros y
profetas en diversos puntos: la profundidad de su pensamiento –no limitándose a
repetir e interpretar las escrituras, sino dedicando esfuerzo intelectual a
desarrollarlas y a aportar otros puntos de vista-, la generosidad de su
carácter y de su personalidad –asumiendo riesgos previsibles para llevar a los
que le escuchaban más allá de lo corriente-, la honda lectura de los hechos
–llegando a lo más íntimo de la verdad espiritual de cada uno-, su capacidad
pedagógica –tratando los aspectos de la religiosidad en base a parábolas, en un
esfuerzo por acercar la catequesis a cualquiera que le quisiera oír-, su
pensamiento nuclear –relacionando cualquier problema existencial y cotidiano
con la esencia de la religión, es decir, con la relación entre Dios y el ser
humano-, y su llaneza de espíritu –que le llevaba a compartir su tiempo, su
vida, su enseñanza y sus obras con la escoria y los parias de la sociedad de su
tiempo: pecadores, prostitutas, ladrones, enfermos, exorcizados, locos, y
desechados-.
Algunos autores lo expresan en palabras muy
concretas. Aunque existen coincidencias, tal como se ha venido exponiendo en
estas páginas, como es el caso de la relación con el desierto o el mensaje
escatológico, existen también diferencias muy importantes que dificultan casar
el personaje Jesucristo con el del Maestro de Rectitud. Algunas ideas o
parecidos en el uso del lenguaje podrían derivarse del uso que de las sinagogas
hicieron los primeros cristianos, llamados comunidad judeocristiana, en los
años contemporáneos a Cristo y en las dos décadas inmediatamente posteriores.
En este sentido, los manuscritos proporcionan pistas que señalan las
principales vías de influencia doctrinal y terminológica. Al mismo tiempo, y
precisamente por lo que acabo de comentar, los Manuscritos del Mar Muerto
aportan un cuadro muy certero de los usos, costumbres, ideología y modelo legal
y religioso de los “esenios” habitantes de Qumrán y de los hebreos que
constituían el grueso de la sociedad de la época. Sin embargo, el paralelismo
entre Jesucristo y el Maestro de Justicia, o entre Jesucristo y un practicante
culto de la Orden del mar Muerto es imposible (345).
Juan el Bautista: ¿esenio?
Una infancia en terrenos solitarios –probablemente,
por proximidad, el desierto de Judea, en el que más tarde vivirá-, sin su
padre, podría haber concluido en adopción, por parte de Qumrán, de este
muchacho. Máxime cuando se considera que Juan el Bautista descendía de una
línea sacerdotal, con lo que era muy fácil la absorción (346). Lo que sería
ilógico es suponer que nunca supo nada de Qumrán, predicando, durante algunos
años, a una treintena de kilómetros.
Esta es una de las características que, a decir de
algunos, relaciona sin duda alguna a Juan el Bautista con los esenios de
Qumrán: el desierto. Sin embargo, esto no siempre se entiende de esa manera en
los textos sagrados. Por ejemplo, en el Evangelio la palabra se expresa de una
manera pero su significado puede ser páramo o puede ser desierto, sobre todo
cuando se ha producido una traducción al griego. Pero, además, el único lugar
concreto que se menciona en el Evangelio como de actividad predicadora por
parte de Juan es Batábara, también llamada Betania, una localidad que se
encontraba al este del Jordán, es decir, al otro lado del río desde Judea:
“Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba
bautizando” (Jn. 1, 28). Más tarde Juan se mudaría a otra comarca próxima al
río, llamada Aenón de Salim, en la margen occidental del río Jordán, en la
provincia de Samaria, es decir, más al norte de Judea, en una zona que el
judaísmo oficial consideraba ‘nido de herejes’: “Juan bautizaba también en
Enon, junto a Salim, porque había allí muchas aguas, y venían y eran
bautizados” (Jn. 3, 23).
Sin embargo, las ideas expresadas por Juan el
Bautista, en su predicamento público, parecen indicar la línea contraria, es
decir que quizás, en una concesión sin más, Juan el Bautista pudo haber vivido
en Qumrán... Incluso podría haber comenzado el noviciado, pero, probablemente,
si es que ocurrió así, apostató y se fue de la comunidad antes de hacer los
votos solemnes.
De entre las características que adornaban a Juan el
Bautista, que le hacían diferente de otros predicadores hebreos, caben destacar
varias: solitario, pobre, asceta, y dedicado a la prédica general, a las
abluciones –¿bautismos?- frecuentes en el río Jordán, y, sobre todo, su vida
circunscrita al ámbito de los montes de Judea, en su ribera con el río Jordán.
Una idea que se asocia a Juan es la de abrir el
camino, la de ser el precursor. En esto compite con Qumrán, que asume, para sí,
el mismo papel. Ambos emplean palabras que asocian su rol con el que anuncia
Isaías en sus profecías (347).
Una faceta de su actividad, que se asocia a ambos, es la
de los bautismos. Antes de seguir habrá que comentar que los baños rituales,
frecuentes en Qumrán, eran también habituales en las cercanías del Templo, para
actos de purificación antes de las ceremonias y de los sacrificios (348).
Además, el rito del bautismo era algo que ya era conocido en esa parte de la
geografía de Oriente Medio, un movimiento que se apartaba parcialemente de la
ortodoxia hebrea, años antes del nacimiento de Juan el Bautista (349). En ambos
ocurre una concordancia: se trata de un acto –cada uno el suyo: bautismo o
ingreso en la comunidad, respectivamente- que espera el definitivo de Dios que
vendrá a purificar al Hombre gracias al Espíritu Santo (350). Es decir, se
trata, casi, de un bautismo, ingreso, de carácter escatológico, en espera del
definitivo y posterior de Dios.
Pero aparecen diferencias. Por ejemplo, el bautismo de
Juan es símbolo del arrepentimiento previo, de la conversión del neófito, se
administra una única vez y se da a todo el que lo pide, casi siempre
demostrando previamente, por conocimiento directo, casi siempre, que se es
acreedor de él. Las abluciones de Qumrán son frecuentes, al menos dos veces al
día, y tienen como finalidad limpiar el cuerpo de toda impureza ante próximos
ritos o ingestión de alimentos puros. Es cierto que implícitamente contiene
aspectos espirituales, como la humildad y la sinceridad de corazón, pero no es
otra cosa. Cabría situar el bautismo de Juan a medio camino entre las
purificaciones del Templo –similares a las de Qumrán- y el posterior bautismo
cristiano (351).
Por otro lado, está la cuestión del ascetismo. Dejando a
un lado la cantidad de personas que se deciden por una vía espiritual de
desarrollo personal, practicando una vía ascética como mecanismo de
purificación interior, existen algunas discrepancias entre un ascetismo y otro.
Los de Qumrán son ascetas porque su extremo celo en la vida recta, el
cumplimiento de la ley mosaica y la obsevancia estricta de la purificación, el
consumo de alimentos puros y el trato con personas que estén en situación
semejante, les obliga a formar una burbuja aparte del resto de los habitantes
de Palestina. Juan pretende un arrepentimiento y un cambio desde dentro, fruto
de una autoconciencia y autoexamen que son más factibles en un ambiente de
soledad. No pretende hacer discípulos que le sigan, sino sólo discípulos que
reflexionen, que se observen, y, fruto de todo ello, que sean capaces de
vislumbrar la verdad y tomar partido. Una vez en ese camino, les bautiza y les
exhorta a llevar una vida acorde con los preceptos básicos: amor, caridad,
justicia, y honestidad (352). Para Juan lo importante no es tanto la Ley de
Moisés, sino el hecho del autoexamen, el arrepentimiento y el cambio de vida;
aunque predica sólo en la orilla del río, deja que se aproxime quien lo desee
–y son muchos los que lo hacen, a tenor de lo que indican los Evangelios en sus
primeros capítulos-, les aconseja y les invita a mantenerse en la vía correcta,
devolviéndolos a su ambiente o residencia habitual. No espera ascetas, monjes o
eremitas, sino que entiende que el cambio es posible dentro de la comunidad e
invita a ello. Para terminar, Juan reconoce la maestría de Jesús y le cede la
prioridad –otro ejercicio sublime de humildad, alejado de lo propio de santones
y figurantes-, algo impensable en una persona que estuviera en el círculo de
Qumrán.
Otros detalles alejan la figura de Juan el Bautista de
Qumrán. Detalles que según otros le acercan, como es el caso de la dieta
alimenticia que llevaba –langostas y miel-, imposible dentro del esquema legal
y normativo en el que vivían los qumranitas, alérgicos a cualquier posibilidad
de contaminación o impureza; o como es el caso de las vestiduras –piel de
camello y cinto de cuero-, contrario al lino puro de Qumrán; o su modo de vida,
solitario, probablemente en chozas, alejado y, al mismo tiempo, accesible a las
multitudes.
Una figura enigmática, huérfano desde que nació, de
estirpe sacerdotal, criado por alguien en el campo o en el desierto –cabe
suponer que por su madre, prima de María, madre de Jesús-, conocedor de las
Escrituras, y practicante de ritos poco extendidos, como es el caso del
bautismo, y de doctrinas poco difundidas o prcaticadas en los ambientes elitistas
del sacerdocio: caridad, amor, justicia, verdad,...
La conclusión general es que, a pesar de ciertas
afinidades entre Juan el Bautista y Qumrán, cabe desechar algunas hipótesis:
Juan el Bautista no puede ser el Maestro de Justicia, porque no se sotendría ni
doctrinal, ni cronológica ni culturalmente; Juan el Bautista no puede ser uno
de los sacerdotes de la secta del Mar Muerto, por las mismas razones (353). Sí
que puede aceptarse que Juan el Bautista tuviera algún influjo desde Qumrán, lo
mismo que desde cualquier grupo pro o pseudohebreo de la zona. Incluso podría,
como ha quedado dicho unas líneas más arriba, haber profesado en Qumrán y haber
dejado la secta por las diferencias encontradas entre su forma de pensar y la
de la Orden. Sin embargo, cualquiera de estas últimas posibilidades son algo
remotas y es más sencillo encuadrarle en la gama de santones y ascetas, con una
originalidad evidente, eso sí, que pululaban por Tierra Santa en los años de
Jesús de Nazaret.
Conclusión
Los
Rollos del Mar
Muerto son reliquias epigráficas auténticas, prueba de un pasado de la
humanidad del que se tenían pocas evidencias, al menos autóctonas. Gracias a
ellos el estudio de la literatura, el pensamiento, la religiosidad y la
estructura social de los hebreos se han completado considerablemente, sobre
todo en lo que concierne al espacio de tiempo que se sitúa entre los siglos II
a.C. y I d.C. Las pruebas científicas, paleontológicas, arqueológicas y
epigráficas no dejan ninguna duda sobre la autenticidad del material encontrado
en las cuevas de Qumrán, ni sobre la horquilla temporal sobre la que se sitúa
dicho descubrimiento.
El material sobre el que hablan dichos rollos es
básicamente bíblico y endógeno, es decir, tratan sobre las Escrituras y su
interpretación, así como sobre la propia historia de Qumrán: viscisitudes,
origen, comportamiento cotidiano, liturgia, horas, ritos, oraciones e himnos.
Quedan unos pocos fragmentos sueltos, de difícil lectura, encontrados en la
cueva 7, que algunos estudiosos relacionan con el Nuevo Testamento,
concretamente con el Evangelio de Marcos y algunas epístolas.
Respecto a las Escrituras y su interpretación cabe señalar
algunos puntos: por una parte, la reproducción de las Escrituras en Qumrán en
comparación con los textos de los que actualmente disponemos, como la Biblia
Reina-Valera, y la Septuaginta, son coincidentes prácticamente en su totalidad.
El dictamen de los estudiosos y exégetas es que las pequeñas variaciones
encontradas, casi siempre por alteración de una palabra o por una sintaxis
ligeramente diferente, o por faltas de ortografía, no aportan cambios sensibles
en el significado de los textos. De hecho, algunos textos han visto mejorada su
sintaxis gracias a la aparición de los Manuscritos
del Mar Muerto.
Por otra parte, los textos endógenos –producidos por los
propios moradores del campamento- describen a la comunidad como un grupo humano
muy cerrado, exclusivo para algunos elegidos, dedicados a la lectura, estudio e
interpretación de las Escrituras, siendo esta última tarea un análisis basado
en las propias conclusiones de su jefe o sumo sacerdote, también llamado el
Maestro de Justicia. La vida en la comunidad estaba completamente reglamentada,
con casi todos los supuestos tenidos en cuenta y las penas correspondientes, si
se trataba de faltas. No se excluía la expulsión de la comunidad ni la pena de
muerte –algo muy excepcional, por otra parte-. Este grupo humano sólo trataba
con iguales y tenían prohibido hablar de ello con personas ajenas a la
comunidad o de distinta idiosincrasia. Las normas eran estrictas, las penas
severas y la vigilancia mutua era una herramienta de control.
Sus documentos dejan entrever una organización similar en
otros puntos de Palestina, especialmente en Judea y alrededores. Es lo que se
conoce como campamentos, casi siempre establecidos en la periferia de otras
aldeas y pueblos. Aquí las normas se relajan un poco pero sigue siendo
imprescindible una exclusividad, sólo rota cuando se trata de intercambios
puramente comerciales.
Algunas de sus características les acercan a los esenios
descritos por Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Plinio el Joven, si bien el
paralelismo no es completo, de forma que aparecen contradicciones entre ellos y
en sus propias declaraciones, como cuando Josefo los describe como
celibatarios, mientras en otro punto de su obra indica que tienen mujeres e
hijos. No obstante, parece una conclusión unánime entre los estudiosos y
eruditos del tema, que la comunidad de Qumrán era prácticamente esenia. Y si no
había un paralelismo total era porque, probablemente, tras su origen en la
época de los macabeos, la corriente se dividió, espacial o
consuetudinariamente, originando una comunidad aislada y tremendamente cerrada.
En los tiempos actuales no tendríamos muchos miramientos
en considerar al grupo de Qumrán como una secta, incluso una secta en los más
duros sentidos del término. Sin embargo, su modo de vida aislado, y el hecho de
dedicarse a trabajos manuales, como la alfarería y el laboreo o pastoreo, así
como a la copia y restauración de manuscritos, hace que se les asemeje también
con una orden monástica al uso, como es el caso de la orden de los
benedictinos, por ejemplo. El tamaño del cementerio y la cronología de las
tumbas hace suponer, por la amplitud temporal que se le supone al asentamiento,
que la población de la comunidad debía rondar los doscientos habitantes en sus
mejores épocas, contando mujeres y niños.
Orden o secta, lo cierto es que la importancia que la
sociedad judía les concedía era mínima, pues no aparecen en ninguno de los
textos historicos de la época, ni en los de carácter jurídico o haláquico, como
es el caso del Talmud. Tampoco aparecen indicios de ellos, ni siquiera remotos,
en otra literatura, como podría ser la romana –pues Palestina era provincia
romana entre los años 37 a.C. y el final de Qumrán, allá por el 73 d.C.; o en
la griega, la egipcia, la persa o la cristiana, con la que compartieron
historia durante unos 40 años.
La conclusión puede resumirse diciendo que se trata de un
grupo humano que se desgajó de un grupo hassídico desmembrado en tres, en el
periodo hasmoneo, primos hermanos de los esenios –la otra rama desgajada- y
primo lejano de los fariseos. Este grupo mostró fidelidad total y absoluta a su
líder, el Maestro de Justicia, y se convirtió en una comunidad de iluminados
que, tras la muerte de su jefe, y con el transcurso de los años, esperaban
pacientemente el regreso de éste, o del profeta, como precursores de los mesías
de David y de Leví, los cuales convertirían al grupo en el centro y corazón de
Israel y en la clase dominante del reino.
No obstante todo esto, es frecuente aún encontrar
afirmaciones, en cualquier medio de expresión, que tilda a los cristianos de
esenios, o a los masones de tener como tatarabuelos a los esenios de Qumrán, o
que las compañías de constructores de la edad media descienden de los esenios
del Mar Muerto. Hay más. Sin embargo, para lanzar este tipo de afirmaciones
habría que aportar un conjunto de pruebas, aunque sean circunstanciales, que
permitieran llegar a ese tipo de conclusiones. La verdad es que ese tipo de
análisis es muy raramente realizado, por lo que muchas veces frases como “Jesús
el esenio dijo que...”, o “Juan el bautista, como buen esenio, hacía...”, o
“Juan el Apóstol, que indudablemente era esenio, comenta...” resultan
claramente impactantes, peligrosamente tendenciosas –desde un punto de vista
intelectual-, nítidamente nocivas –desde el punto de vista espiritual- y, casi
todas ellas, completamente huecas y sin valor.
Sin embargo, ¿cuál es la trascendencia de la pervivencia
en el tiempo de los “esenios” de Qumrán? La respuesta viene dada por las
múltiples relaciones que se les buscan, casi siempre, como he señalado en el
párrafo anterior, con constructores, masones y el cristianismo. Debido a mi
ignorancia considerable sobre las cofradías de constructores de la Edad Media y
sobre la masonería, voy a centrarme en el cristianismo como referente, que es,
al fin y al cabo, el objeto de este trabajo.
A este respecto quedan por comentar algunos puntos que se
han tratado con cierta extensión en las páginas de más arriba: Juan el Bautista
podía ser esenio, Jesucristo podía ser esenio, Pablo el apóstol podía ser
esenio, o las ideas centrales del cristianismo podían derivar de la
idiosincrasia esenia. Claro está que se supone una cierta identidad entre los
esenios y los habitantes de Qumrán, aunque esa identidad no se haya llegado a
establecer fehacientemente.
Juan el Bautista vivía en el desierto, aunque la palabra
hebrea que se menciona en la Biblia no se traduce generalmente por desierto
sino por páramo. Este ambiente es bastante más ajustado si se tiene en cuenta
que la zona de predicación de Juan el Bautista era la ribera del río Jordán,
pero ojo, la ribera oriental, es decir, al otro lado del río con respecto a
Jericó y Qumrán; tierra fronteriza, poblada por judíos alejados de las rutinas
religiosas, y numerosos gentiles. Vivía ascéticamente y vestía y comía de
manera pobre, aunque de ninguna manera parecida, ni de lejos, con la que era costumbre
en Qumrán. Su ritual del bautismo tampoco era el que se seguía en el poblado
esenio, ni su finalidad tampoco, pues Juan el Bautista predicaba el bautismo
para los que se convertían y se arrepentían, pues anunciaba que el reino de
Dios estaba próximo. Nunca se menciona que se tratase de un ritual de
purificación o de admisión en un grupo o comunidad. Por fin, las palabras de
Juan se dirigen a todos los que acuden a él en busca de consuelo y de ayuda
espiritual, sin seleccionar entre puros, sacerdotes, rabinos, ladrones,
recaudadores de impuestos, maestros, soldados, etc. Hijo de sacerdote del
Templo, y quizás próximo a las ideas farisaicas, Juan se desmarcaba de la
oficialidad religiosa pues predicaba el perdón de los pecados y la vuelta al
redil como algo sujeto a la voluntad de cada persona, aunque Dios era, en
último caso, el que originaba esos cambios. También tenía Juan un grupo de
discípulos que le seguían en sus itinerantes desplazamientos por las dos
riberas del río, de norte a sur y al revés. No estoy indicando que Juan no haya
oído hablar nunca del campamento “esenio” de Qumrán, pues es fácil que así haya
sido, ni que no lo haya visitado nunca, pues cabe en lo posible, pero su
comportamiento, su trayectoria y su predicación no tienen nada que ver con los
habitantes de la Comunidad Elegida de Qumrán.
Como ha quedado señalado más arriba, las
circunstancias vitales de Jesús y su comportamiento habitual, así como su
identificación con el Hijo del Hombre, o con el Hijo de Dios, le confieren un
carácter muy distinto al del Maestro de Rectitud de Qumrán. Jesús acudía al
Templo en las festividades preceptivas, llevando con él a sus discípulos y
seguidores más directos, incluso a su familia, visitando también las
dependencias anejas para sus prédicas. Jesucristo, que pudo crecer en ambientes
farisaicos, interpreta las Escrituras y la Ley de una manera más pura, sencilla
y directa, sin detenerse en la letra, sino acudiendo a su espíritu. Esta
actitud le reportaría muchas enemistades entre las clases dirigentes, ya sean
sociales, políticas o religiosas, pues sus interpretaciones chocaban,
frecuentemente, con la conducta de esos estamentos, mientras se aliaba,
queriéndolo o no, con los estamentos más bajos de la sociedad en la que vivía.
Como en el caso de Juan el Bautista, se relaciona a Jesús con Qumrán
básicamente por dos pruebas circunstanciales principales: su estancia en el
desierto por cuarenta días, y por su vestido blanco. En cuanto al primer caso,
ya se comentó en su espacio el significado de esa coincidencia, dejándolo como
eso, precisamente, una coincidencia de términos, pero parcialmente finalizado
pues en las traducciones que del arameo se hicieron al griego, el término final
“desierto” podría provenir de varias acepciones arameas, como páramo, estepa,
campo infértil, erial o desierto, o, quizás, lugar solitario. El segundo caso
procede de la historia de la Transfiguración de Jesús ante sus discípulos en el
monte Tábor, contada en el Evangelio de Marcos (Mr. 9, 2-9; y Mt. 17, 1-13; y
Lc. 9, 28-36). En ese episodio Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan a la cima
del monte Tábor, donde: “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy
blancos, como la nieve...”. Este episodio podría llevar a la conclusión, sin
forzar mucho las interpretaciones, que la vestidura habitual de Jesús no
llevaba el color blanco como mayoritario. Si a lo señalado en estas páginas se
añade la ausencia de referencias a la comunidad de Qumrán en los primeros
textos cristianos, por ser contemporáneos con aquélla, y la costumbre de la
primitiva cristiandad de acercarse a las sinagogas y al Templo para continuar
los ritos que practicaba Jesús en vida, así como la frecuencia con que se
admitía a conversos y gentiles en las filas cristianas, se llega a la
conclusión final de que el ejemplo de Jesús, y su legado, no tenían punto de
coincidencia con lo que predicaba el Maestro de Justicia de Qumrán.
La personalidad de Pablo, como posible miembro de la
comunidad “esenia”, es tan pintoresca como difícil de encuadrar. Se trata de
una persona que trabajaba en las filas de los hebreos “oficialistas”, es decir,
proclives al régimen romano establecido en Judea. Su ascendencia era farisea y
su dominio de las Escrituras y de la Ley así lo demostró. Persiguió a los
primeros cristianos, participando, quizás, en el martirio de San Esteban. Como
él mismo comentaba, “asolaba en gran medida a la Iglesia de Dios” (Gal. 1, 13).
Repentinamente se convirtió por revelación directa de Jesucristo y desde ese
momento fue el más trabajador y tenaz difusor de la doctrina cristiana. Fue de
los primeros, por no decir el iniciador, en abrir una corriente cristiana a
favor de admitir a gentiles y conversos, es decir, a no circuncidados, como
miembros de la comunidad, lo que provocó que se convocara uno de los primeros concilios
de que se tiene noticia –por los textos del Nuevo Testamento-, en Jerusalén.
Allí, con la ayuda de Pedro, se tomó la decisión de mantener ciertas
prescripciones en cuanto a la alimentación, relativas a los animales de los
sacrificios rituales, pero se decidió no solicitar la circuncisión de los
nuevos conversos, si provenían de las filas de los gentiles. Fue perseguido en
varias ocasiones por los estamentos elevados de la vida hebrea, se dedicó
principalmente a las comunidades hebreas helenizadas y, por fin, salió al
exterior de Palestina para predicar el Evangelio entre los gentiles. Cualquiera
de las actividades mencionadas en este párrafo aleja a Pablo de cualquier
semejanza, por indirecta que pueda forzarse, con la comunidad de Qumrán. Se ha
sugerido, por parte de algún que otro escritor, que el lenguaje empleado por
Pablo en sus cartas podría derivar de lecturas o influencias esenias. Sin
embargo, por su formación y por su trayectoria posterior, es más fácil de
explicar cualquier coincidencia en ese sentido por influencia de la filosofía
griega, tan en boga en los ambientes hebreos helenizados de Palestina, sobre
todo con ideas estoicas o platónicas.
Las
ideas cristianas, último punto a considerar ante una posible afinidad entre
cristianos y esenios, son agua procedente de varios manantiales. El primero de
ellos son las palabras, vivencias y ejemplo del propio Jesucristo, siendo las
otras fuentes el judaísmo, los primeros apóstoles –Santiago, Pedro y Juan-, y,
fundamentalmente, Pablo, el cual, como sucede con todos los apóstoles de
segunda generación, parte de las ideas predicadas por Jesús y sus discípulos
más directos. En el caso de Pablo, el enfoque es más filosófico y místico,
simultáneamente, pues su forma de entender el cristianismo, y la influencia que
la persona de Jesús ejerció sobre él, proceden de una revelación que Jesús dejó
sobre él cuando se dirigía a Damasco a dirigir una persecución contra las
células cristianas que allí existían. Sobre Jesús y Pablo ya se ha hablado. La
influencia judía en la idiosincrasia y doctrina cristianas es fundamental,
sobre todo en los primeros años del cristianismo. Hay que recordar cómo, en las
dos primeras décadas, los cristianos siguieron acudiendo a los servicios de las
sinagogas y del Templo. Sin embargo, la Ley y las Escrituras se entendían –como
se ha dejado de manifiesto en este trabajo- de manera muy diferente entre los
esenios y los hebreos –fariseos y saduceos, principalmente-, sólo acercándose
posiciones cuando la cultura y religión hebrea era tan literal y arcaica que se
asemejaba a lo dictado por el Maestro de Justicia en Qumrán. Esa forma de
entender la Ley, tan cerrada y material, chocaría con Jesús y con sus
discípulos –recordemos que la cámara interior del discipulado de Jesús estaba
formada, principalmente, por galileos, personajes definidos en la frontera del
mundo hebreo y muy alejados de la visión esenia, anclada en el desierto del
oeste y sur de judea-, hasta el punto de que se usaría como argumento, entre
otros, las palabras de Jesús contra la Ley para abrir el proselitismo cristiano
entre los gentiles. Por último, al hilo de la influencia esenia sobre la
mentalidad cristiana, cabe señalar la ausencia completa de referencias a los
esenios entre la literatura cristiana, y viceversa, acudiendo a mi memoria,
ahora, el casod e unos pocos fragmentos encontrados en la cueva 7 donde, se
cree, aparecen palabras usadas en algunos versículos del Nuevo Testamento. Ya
se ha comentado esto anteriormente, pudiendo resumirse mi postura en el escepticismo,
pues el debate sobre la relación entre esos fragmentos y frases del Nuevo
Testamento es muy amplio y vivo como para tomar partido concluyente, así como
al considerar que algunos fragmentos de la Carta a Timoteo de San Pablo, por
ejemplo, no son muestras de la literatura cristiana de entidad como para
merecer formar parte de la biblioteca de Qumrán, comparándolos con otros muchos
que sí podrían formar parte de ella.
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