DELEGACIÓN PROVINCIAL DE MADRID


«SANTA MARÍA DE LA CABEZA»



NOMEN

  • Santa María de la Cabeza

    (Notas de Manuel González López-Corps - Capellán de la Iglesia de San Isidro de Madrid y profesor de la Facultad de Teología «San Dámaso»)

    Santa María de la Cabeza

    Santa María de la Cabeza en el puente de Toledo de Madrid
    Escultura de Santa María de la Cabeza en el puente de Toledo de Madrid.

    En el Madrid medieval...

    «El mundo de la Edad Media es un mundo aristocrático. El Estado y la sociedad están dominados por la nobleza. Un cierto número de familias (...) domina tierras y gentes. Las proezas y los crímenes de esta aristocracia laico-eclesiástica pueblan la historia de cada siglo; con ellos llenan los cronistas de la época las hojas de los libros. Nada se dice de las otras gentes. La población rural es en su mayor parte dependiente, con diversas gradaciones carece de libertad. Tiene que obedecer, trabajar y pagar rentas. Nada tiene que decir. Básicamente carece de historia». (H. Dannenbauer).

    Ciertamente parece que las fuentes históricas sólo nos informan de los hechos de los «grandes» como si el resto careciese de significado histórico. Y sin embargo, esta memoria, a inicios de septiembre, nos presenta a un personaje medieval humilde, escondido con Cristo en Dios, que es una mujer, trabajadora, esposa, madre de familia, viuda y anacoreta. En una región concreta, el término de Madrid, recién conquistada por el rey castellano Alfonso VI a los moros del reino taifa de Toledo, que entraba a finales del siglo XI en la historia de Europa occidental. Una zona que había pertenecido hasta entonces al califato de Córdoba, donde se hablaba el árabe y donde los cristianos, denominados Rum (romanos) o también mozárabes, perseveraban en la confesión de la fe católica según las costumbres antiguas de España heredadas de los visigodos. Tierras que entraban a formar parte de la Castilla del Cid (1099), y que se esforzaba por aclimatarse a los francos que entraban con los reconquistadores. En una Iglesia que vivía con gozo la reforma gregoriana, pero con añoranza e incomprensión la supresión de sus fiestas y costumbres ante la imposición del Rito romano. En un contexto de paz inestable por las continuas incursiones almorávides, que no resistían el avance cristiano después de la conquista de Toledo (1085). En un siglo XII donde el Norte ibérico es surcado por enjambres de peregrinos europeos que recorren el Camino hacia la tumba del Apóstol Santiago, que en Toledo comienza a verter al latín la sabiduría que transmiten los árabes y con una Córdoba que respira el refinamiento del Oriente.

    Porque el Medievo no es únicamente un mundo masculino. En el siglo XII el convento proporcionaba una gran vitalidad intelectual, como lo muestran Hildegarda de Bingen, monja estudiosa y mística, o la también contemplativa Juliana de Norwich. En el ámbito seglar, el papel de las mujeres era, sobre todo, el de esposas que colaboraban con su maridos o el de viudas que tenían una existencia más independiente. Esta fue la situación de la madrileña universal que fue santa María, mujer de san Isidro y madre de san Illán.

    Si en el barroco se la denominaba estrella carpetana, bien podemos nosotros calificarla de mujer admirable. En efecto, la dureza de las condiciones de la sociedad agraria medieval la sentían sobre todo las mujeres... Ese fue el cuadro real en el que se santificó la mujer que sería posteriormente el marco de referencia de la Villa y Corte de un imperio que extendería el culto de la labradora desde las Filipinas hasta California.

    En el siglo XVIII, al preparar el texto litúrgico de los Maitines del Oficio Divino se escribe, con gran esmero histórico, una primera biografía breve. El relato, destinado para el rezo, resume lo más sustancial que se conservaba en la memoria popular:

    María de la Cabeza nació en Madrid o no lejos de esta localidad. Sus padres, piadosos y honestos, pertenecían al grupo de los llamados mozárabes [del árabe musta'rab, «arabizado», con este nombre se conocía a los cristianos que vivían bajo la dominación musulmana en Al-Andalus]. Fue esposa de san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos llevó su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos, todo tan sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes, con las cuales era rica a los ojos de Dios. Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y un alma única. Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, y en hacer pozos no menos que en el oficio de la caridad, sin abandonar nunca su continua oración.

    Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se pusieron de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid, y ella marchándose a una ermita situada en un lugar próximo al río Jarama [la ermita templaria de Nuestra Señora de la Piedad, en Torrelaguna, donde a su muerte sería enterrada]. Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.

    El texto más antiguo donde se menciona a la santa es el manuscrito conocido como el Códice de Juan Diácono: una colección de relatos de milagros realizados por su esposo Isidro, escrito en latín con primorosa caligrafía a mediados del siglo XIII, cuando todavía se conservaba fresca la memoria de los santos esposos. El pergamino se custodiaba en el archivo de la vieja parroquia matritense de san Andrés. El autor pudiera ser un archediano de la Almudena o bien el franciscano Juan Gil de Zamora, secretario de Alfonso X el Sabio.

  • San Isidro Labrador, Santa María de la Cabeza y la Orden del Temple

    (Textos entresacados de «Isidro el labrador, un santo templario», Año Cero, nº 70, Madrid, 1996, de Rafael Alarcón Herrera: escritor, licenciado en Filosofía y Letras y especialista en Historia del Arte).

    La amenaza almohade

    1212 era, desde luego, un año necesitado de milagros. Si grave había sido la derrota cristiana de Alarcos en 1195, más grave era el peligro que amenazaba ahora a los reinos cristianos peninsulares. Los almohades mandados por el Miramamolin al-Nasir avanzaban desde el sur tras haber jurado sobre el Corán arrasar España y llegar victoriosos hasta Roma para abrevar sus caballos en el Tíber. A ello se unía la gran sequía que había comenzado a azotar la Península Ibérica y que desataría todo su furor en los siete años siguientes.

    Los reyes cristianos comprendieron lo que se jugaban y, olvidando momentáneamente sus diferencias, acudieron en masa junto con sus tropas europeas, a la Cruzada convocada por Inocencio III para detener a los almohades. Las Órdenes Militares formaban una parte importante del ejército cristiano, y templarios de todos los reinos, al mando del maestre provincial de Castilla, frey Gómez Ramírez, constituían el grueso central de las huestes cuya actuación sería decisiva.

    El ejército cristiano avanzó desde Toledo hacia el sur un 20 de junio, obteniendo victorias fáciles, pero cuando el 13 de julio alcanzaron la meseta del Muradal —en lo alto de Sierra Morena— y se encontraron frente al desfiladero de La Losa, que los separaba del ejército almohade, comprendieron que habían caído en una trampa mortal: si avanzaban por el desfiladero serían masacrados, si esperaban que los 100.000 musulmanes cayeran sobre ellos en tan desventajoso lugar la derrota era segura, y si retrocedían hacia el llano serían fácilmente desbaratados en aquellas agosturas. Necesitaban un milagro y el milagro ocurrió.

    Batalla de Las Navas de Tolosa, España
    Batalla de Las Navas de Tolosa. Pintura al óleo de Francisco de Paula Van-Halen (1864), expuesta en el Palacio del Senado de Madrid.

    Enviado de Dios

    Según los cronistas contemporáneos, apareció un «varón silvestre», un rústico plebeyo enviado por Dios que se ofreció a guiarles mostrándoles otro paso sin peligro. Presentado al maestre del Temple y al rey Alfonso VIII, se decidió enviarle con una hueste de reconocimiento y un destacamento templario de protección, los cuales, siguiendo las indicaciones del varón, atravesaron los montes por el Salto del Fraile viniendo a salir frente a los musulmanes sin tener que pasar por el desfiladero-trampa de La Losa.

    El ejército se situó en su nueva y ventajosa posición, pero entonces notaron la falta de agua y aquel «rústico" tomó su azada y empezó a cavar, diciéndoles que hicieran ellos otro tanto ante sus tiendas. Así brotó milagrosamente buena y abundante agua. Y al amanecer del 16 de julio en aquella tierra se trabó la descomunal batalla.

    La actuación del Temple en el centro del ejército fue esencial, pues aguantaron el contraataque musulmán, realizando una labor de desgaste y contención que propició en el momento justo la carga de los tres reyes cristianos con sus tropas de reserva, barriendo toda resistencia almohade. Aunque pagaron bien caro su valor, pues perecieron más de la mitad de los templarios junto con su maestre frey Gómez.

    La carnicería fue terrible, hasta el punto de que en un monte determinado la caballería cristiana no podía maniobrar dado el número de cadáveres que cubría el suelo. Esta matanza disminuyó el valor estratégico de la victoria, puesto que debido al fuerte calor los cuerpos se descompusieron rápidamente desatando una epidemia que, junto con la disentería, el clima y el agotamiento, obligaron a los cruzados a retirarse hacia el norte sin sacar más provecho de la campaña. Pero antes se mandó llamar al misterioso «rústico», que no apareció por parte alguna, aunque se le buscó incluso entre los cadáveres, con lo que todos se afirmaron en la creencia de que había sido un ángel enviado de Dios.

    Mas en 1213, cuando tras celebrar su victoria en Toledo Alfonso VIII se dirige a Burgos, el rey pasa por Madrid, cuyas milicias habían luchado valientemente en la batalla. En aquel poblachón manchego de apenas tres mil almas, le hablan del milagroso hallazgo del cuerpo incorrupto de san Isidro. El monarca pide que le muestren aquella maravilla y al levantar la tapa del sarcófago exclama asombrado: «¡Este es el rústico que nos enseñó el camino en Las Navas y nos llevó a la victoria!».

    Ordena, entonces, que le construyan capilla propia en la iglesia de San Andrés, una escultura y un rico sarcófago. Y además, dispone otra capilla para la mujer del santo, María de la Cabeza, en la iglesia templaria de Nuestra Señora de la Piedad, en Torrelaguna [municipio de la provincia de Madrid y cuna del Cardenal Cisneros], donde se guardaba su cuerpo. Por su parte, los templarios levantaron un santuario junto a su castillo toledano de Villaba de Bolobras, para venerar en él el cuerpo del milagroso Illán, hijo de san Isidro y María.

    El vínculo con la Orden

    Precisemos las conexiones templarias de Isidro y su familia. Si no hubiera sido por la intervención de la Orden no tendría ningún sentido que, en una batalla tan decisiva, el «aparecido benefactor» sea un personaje desconocido (ni siquiera santo) relacionado con el Temple, cuando lo usual en la época era que el aparecido fuese Santiago.

    Según la leyenda, Isidro vivió en Madrid dedicado a hacer pozos y a encontrar fuentes. Cuando se trasladó a Torrelaguna conoció a María, con quien se casó. A partir de ese momento trabajó además de labrador. Como si Torrelaguna fuese un lugar iniciático y su matrimonio hubiera sido el rito de iniciación, Isidro comenzó a hacer milagros relacionados con las cosechas, la ganadería y los animales salvajes. Mientras, su mujer trabajaba de santera en la iglesia de una Virgen Negra, Nuestra Señora de la Piedad, que pertenecerá al Temple.



    Ermita de Santa María de la Cabeza en Torrelaguna, Madrid
    Ermita de Santa María de la Cabeza, Torrelaguna, Madrid.

    Ermita de San Illán en Cebolla, Toledo
    Ermita de San Illán, situada a unos tres kilómetros de la villa de Cebolla, Toledo

    Al nacer su hijo Illán regresaron a Madrid y continuó con sus milagros, entre ellos la resurrección de su propio hijo después de que éste cayera a un pozo. Cuando Illán fue mayor de edad, el matrimonio decidió separarse para vivir de una manera más santa. María regresó a Torrelaguna como santera de la Iglesia del Temple, y entonces fue ella quien comenzó a realizar milagros de similar cariz a los de su marido mientras cuidaba el fuego sagrado en la lámpara de la virgen templaria. Isidro permaneció en Madrid con su hijo Illán, pero ya no realizó más milagros, como si se hubiera dedicado plenamente a la educación del niño, a transmitirle sus conocimientos y sus poderes. Cuando murió el padre, Illán se desplazó a Villalba de Bolobras y se instaló de ermitaño junto al castillo templario, haciendo los mismos milagros que sus padres, relacionados con el agua, la agricultura y los animales.

  • El simbolismo templario de Santa María de la Cabeza

    (Notas de Fernando Arroyo Durán - Presidente fundador de Templespaña).

    En el matrimonio formado por Isidro de Merlo y Quintana (San Isidro) y María Toribia (Santa María de la Cabeza) encontramos el esquema de una familia de campesinos acomodados, devotos creyentes, que entran al servicio del Temple en calidad de donados; es decir, habrían trabajado para la Orden a cambio de protección y seguridad.

    Por su vida piadosa, Isidro y María se prestaban admirablemente para que, una vez fallecidos, el Temple los utilizase como personificación de unas creencias ancestrales extendidas entre el pueblo llano. Dichas creencias devocionales, convenientemente encauzadas, podían proporcionar prestigio y beneficios económicos a la Orden una vez que tales personajes hubiesen sido respaldados por un aura de santidad y unos milagros que les confiriesen la fama necesaria.

    Los templarios distribuyeron los cuerpos santos en las iglesias de la Orden, y desde ellas difundieron su obra y milagros. Milagros que son idénticos a los que ancestralmente se atribuían a ciertos espíritus o genios de la naturaleza, y que respondían a las necesidades cotidianas más inmediatas del vulgo.

    Como si de un «reflejo» de la Sagrada Familia se tratara, los santos Isidro y María, junto con su hijo el santo apócrifo Illán, representan el perfecto modelo trinitario, la Tríada Cosmogónica: de la unión entre el principio activo masculino y el principio pasivo femenino proviene el tercer término, que es su expresión y su producto.

    El nomen de «Santa María de la Cabeza», además de aludir a una mujer matritense medieval y «santa templaria», evoca en el orden simbólico otras significaciones: «Santa María» es la Virgen, Nuestra Señora, y la «cabeza» es el símbolo espiritual por excelencia en diversas culturas —en el arte medieval simboliza la mente y la vida espiritual—.

    Por otra parte, la connotación que la «cabeza» tiene desde una perspectiva templaria, bien podría ser la analogía con el icono llamado Baphomet, una supuesta cabeza barbuda (o monstruosa, según otras versiones), esgrimida como ídolo herético en el proceso contra la Orden del Temple. La realidad es que, más allá de imaginativas elucubraciones ocultistas, de haber existido realmente el Baphomet, cabe pensar con mayor lógica y fundamento, conforme a la teoría apuntada por el historiador y teólogo Antonio Galera, que más bien se hubiera tratado de un mero icono de meditación (no de adoración) monacal; es decir: no pasaría de ser un elemento propio de la imaginería cristiana diseñado para simbolizar el espíritu, la sabiduría y, seguramente también, la muerte a la que los monjes-soldados debían enfrentarse en el campo de batalla.

    Del mismo modo que hay Padres y Doctores de la Iglesia, como San Jerónimo o San Francisco de Asís, que aparecen a menudo representados junto a una calavera, objeto de meditación y ascesis del que se sirven en sus celdas los monjes de las órdenes contemplativas, bien pudieran las órdenes militares emplear, con la misma finalidad meditativa de preparación para la muerte que conduce a la vida eterna, unas cabezas barbudas o monstruosas que representaran al enemigo contra el que habían de enfrentarse —los musulmanes— e incluso a la propia muerte —tránsito de la vida corporal a la vida espiritual—.

    Posible Baphomet. Tomar
    Piedra en el Convento de Cristo en Tomar, Portugal. Una posible representación simbólica del «Baphomet», en este caso contrapuesta o antagónica a la representación del Vultus Trifrons o Trinidad trifacial. (Foto: Benutzer).

    En suma, en la figura de «Santa María de la Cabeza» no sólo tendríamos a una mujer santa vinculada tradicionalmente al Temple a través de su condición de donada de la Orden, de custodia del fuego sagrado de la lámpara de la Virgen negra templaria, sino que, junto con su esposo San Isidro y el hijo de ambos (el santo apócrifo Illán, a quien el Temple construyó una ermita para que se le rindiera culto junto a su castillo de Villalba de Bolobras, en Toledo), conformarían una hagiográfica tríada, «reflejo especular» terrenal de la Santísima Trinidad celestial (Padre-Espíritu Santo-Hijo), en la que María sería el espíritu, elemento pasivo femenino o ánima simbolizada por la «cabeza».

    En el nombre de «Santa María de la Cabeza» tenemos, por consiguiente, significaciones ambivalentes: la de su propia realidad humana y hagiográfica —mujer santificada— y la de su «esencia» metafísica y críptica —alusiones al simbolismo templario—. Y es que, «SANTA MARÍA» de la «CABEZA» no sería otra cosa, en un sentido alegórico-emblemático, que «NUESTRA SEÑORA DE BAPHOMET»: la «Virgen Negra templaria» por excelencia.




DATOS TÉCNICOS



ACTIVIDADES