TEMPLESPAÑA
INTERPRETACIÓN SIMBÓLICA DEL TÍMPANO DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE SIURANA
Autor: Fernando Arroyo Durán Fotografías: iberica-documental.es, routecru.com, et al.
14 de julio de 2017
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Iglesia de Santa María de Siurana, en la provincia de Tarragona, España.
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La iglesia de Santa María de Siurana (ss. XII-XIII), en la provincia de Tarragona, España, se encuentra en una zona que fue un importante
punto de defensa de la frontera islámica y el último reducto musulmán importante en la frontera oriental de Cataluña, conquistado entre 1153 y 1154 por las
tropas del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV el Santo.
El tímpano figurado de esta iglesia es semicircular, enmarcado por un arco decorado con una doble línea de dientes de sierra y bordeado por una cenefa de
puntas. En el centro del tímpano se ha representado a Cristo en la cruz y, bajo sus brazos, a unas figuras de menor tamaño que representan a varios apóstoles;
la inscripción que tienen encima permite identificar a cuatro de ellos: Felipe, Andrés, Santiago (Jacob) y Tomás. Estas figuras apostólicas se suceden bajo
arcos de medio punto. Los motivos realizados sobre los brazos de Cristo son una estrella (el Sol) y la Luna en sus diferentes fases, junto con dos figuras
zoomorfas leoninas encaradas a dos motivos florales.
A la hora de interpretar el simbolismo del tímpano de esta iglesia, hay autores que han visto «reminiscencias paganas» en el Sol y la Luna
(cuando en la Crucifixión simbolizan las dos naturalezas de Cristo, y en este caso más cosas...), simbología gnóstica dualista y hasta un Jesús cátaro o bogomilo «sin cruz», a pesar de que
este último extremo carece de sentido dada la iconoclasia de las citadas corrientes gnósticas medievales.
Tímpano de la portada de la iglesia de Santa María de Siurana.
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En realidad, estamos ante un conjunto iconográfico de factura escultórica sencilla y esquemática, cuyo simbolismo soteriológico se ajusta
escrupulosamente a la
ortodoxia católica, expresado a partir de figuras de la emblemática tradicional judeocristiana, sin elementos gnósticos o paganos de ninguna clase, salvo en este
último caso los adoptados
y santificados por la Iglesia para hacer de ellos una lectura cristiana. El simbolismo dual que se aprecia tiene su perfecto sentido teológico en la denominada tipología bíblica,
tal como veremos. Lo cierto es que hay quienes parecen
desconocer que todas las obras de los templos cristianos medievales estaban bajo la dirección general y supervisión de la Iglesia,
y no era en absoluto sencillo, empleando un símil futbolístico, «colar» según que «goles»…
Sí que es peculiar la representación del «Crucificado» (que no es tal, en realidad), pero simplemente por la solución escultórica dada para
la conformación
de la Cruz, trazando su contorno a partir del conjunto de figuras talladas en bajorrelieve que rodean a Cristo. Es decir, no hay un madero físico representado,
sino una forma crucífera que es parte de la superficie del fondo, lo cual tiene unas significaciones simbólicas que ahora veremos...
Empezando por la parte superior, vemos que se representan a los Leones de Judá. De acuerdo con la tradición judía, el León de Judá fue uno
de los hijos de Jacob, de la tribu de Judá, llamado precisamente Judá (en hebreo, Yehuda, que significa «agradezco a Dios» o «reconozco a Dios»). El León de Judá es el símbolo tradicional de
la ciudad de Jerusalén y tiene su correspondencia con el Sol naciente, de ahí que aparezca el Sol, emisor de la Luz, en forma de estrella de
nueve puntas; es decir, la figura geométrica del eneagrama (del griego transliterado ennea, «nueve», y gramma, «trazo») que en la emblemática
cristiana simboliza la
potenciación (tres veces tres) de la «Llama Trina» o «Chispa Divina» y de los «nueve frutos» del Espíritu Santo (Ga. 5:22-23). El eneagrama aparece inscrito en un
círculo porque en la
simbología cristiana se identifica a Cristo con Helios (personificación griega del Sol) y al círculo con la eternidad.
Al añadir al valor inicial del simbolismo solar el concepto de Cristo, «luz del mundo», el cristianismo se ha servido de esta figura para expresar mejor la
importancia del Mesías, con un aspecto que le permite oponerse a las divinidades paganas. Asimismo, los nueve rayos solares aluden al
contexto evangélico del capítulo 9 del Evangelio de Mateo, que como veremos es la base hermenéutica de la iconografía representada, con Jesús y sus ocho
primeros discípulos,
un Jesús que también es llamado el «León de la tribu de Judá, la raíz de David» (Ap. 5:5).
Leones de Judá e Israel. Motivos de un sarcófago israelita procedente de Beit Shearim,
período helenístico, 332-337 a.C.
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Otra representación, en este caso custodiando el Sanctasanctórum.
Vidrio con lámina de oro, judeo-romano del siglo II.
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Tenemos también la Luna, que aparece igualmente en la tradición judía, simbolizando en su caso al pueblo de los hebreos. Así como la
luna cambia de aspecto (y en esta representación la vemos en distintas fases), el hebreo nómada modifica continuamente sus itinerarios (Adán en Gn. 3:4,
Caín en Gn. 4:14, Abraham en Gn. 13:1, la diáspora judía, el judío errante…). Por analogía, en la emblemática cristiana la luna aparece en ocasiones
simbolizando la errante misión apostólica de la predicación.
Solo aparecen ocho apóstoles, que son, como hemos señalado, los primeros ocho discípulos elegidos: Andrés, Pedro,
Juan, Santiago el Mayor, Felipe, Natanael (Bartolomé), Tomás y Mateo. La razón es que el contexto cristológico de esta representación es el de Mateo 9:9-13, es decir,
el de Cristo como «médico de almas y cuerpos» («Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores, para que se vuelvan a Dios»), que, posteriormente, envía en misión a sus ocho discípulos, confiriéndoles un doble mandato:
anunciar el Evangelio de la Salvación (del latín salus, que significa tanto «salud» como «salvación») y curar a los enfermos (Mt. 10:7-8). Esta es la razón de
la presencia del emblema lunar que, como hemos dicho, en la iconografía cristiana simboliza la errante misión apostólica de la predicación.
Del mismo modo que el Sol y la Luna en el contexto iconográfico de la crucifixión son imágenes alegóricas las dos
naturalezas de Jesucristo, tal como
señala el simbolista Louis Charbonneau-Lassay en su magno Bestiario de Cristo (1941), la unión hipostática en Jesucristo de la naturaleza divina y la
naturaleza humana la encontramos en muchos otros emblemas,
como por ejemplo en
el león, figura que ya hicieron suya los simbolistas cristianos antiguos para representar alegóricamente las dos naturalezas de Jesucristo, pues estaban de
acuerdo en afirmar que todas las partes
activas del león están localizadas en su parte delantera (cabeza, cuello, pecho y zarpas delanteras), mientras que la parte trasera, para ellos, tan solo tenía
función de sostén, de punto de apoyo
terrestre.
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Las flores que aparecen frente a los leones son lirios de los valles (Convallaria majalis), también conocida como flor de lis,
mencionada en el Cantar de los Cantares (2:1) y asociada a Cristo en diversos cánticos religiosos
cristianos muy antiguos. A pesar del esquematismo escultórico de Siurana, sabemos que se trata de un lirio de los valles gracias a la misma flor representada, en este caso sí
con gran detalle y realismo, en la iconografía de la maravillosa ermita visigoda de Santa María de Quintanilla de las Viñas, situada en el que fuera antiguo alfoz de Lara, provincia de Burgos,
construida posiblemente a finales del siglo VII o principios del VIII. El lirio de los valles es una planta venenosa que contiene sustancias que se utilizan
en medicina como
diuréticos, cardiotónicos, antiespamódicos, laxantes y eméticos, por lo que su representación en este contexto tendría también esta connotación sanadora amén de
la puramente cristológica.
En cuanto a las plantas que aparecen en ambos flancos de la arcada (símbolo de unión del Cielo y la Tierra, tal como explicaremos) que enmarca a los apóstoles,
puede tratarse de la vid o de la higuera.
La primera, porque la vid o parra ha pasado a ser, en su evolución y metamorfósis simbólica, un símbolo del cristianismo, de Jesús, el cual convierte el vino en su sangre,
amén de que el propio Jesús se comparó con una vid, cuyos pámpanos eran los discípulos de quienes se esperaba que dieran mucho fruto (Jn. 15:1-8). La viña es además,
en las primeras comunidades cristianas, símbolo de la Iglesia, y su producto, el vino, era considerado el símbolo de la unión por los Padres de la Iglesia, ya que
se obtenía metiendo en un solo cáliz el líquido extraído de la unión de diversos granos de uva.
En cuanto a la higuera, es la primera planta mencionada por su nombre en
la Biblia (Gn. 3:7) y también está entre las últimas (Ap. 6:13), simbolizando al pueblo de Israel o a la tribu de Judá, es decir, al pueblo de Dios (Os. 9:10; Miq. 7:1; Jer. 18:11-15; 24:1-10;
Lc. 13:6-9). En el contexto cultural del antiguo Oriente Próximo, la vid y la higuera son símbolos de seguridad y prosperidad; sentarse debajo de ellas representaba la imagen
idílica de la paz y la gracia, pues proporcionaban fruta como así también algo de sombra, y disfrutarlas indicaba perspectivas a largo plazo, ya que tanto la vid como la higuera
tardaban varios años en dar fruto. En un aspecto simbólico más profundo, Cristo en una parábola (mashal) se refiere a la higuera para simbolizar el nexo que vincula Cielo y
Tierra (Mc. 13:28-31), relacionándose así también en la doctrina cristiana con el concepto del «árbol sagrado» (mitema o arquetipo generalizado en las mitologías
del mundo) como Axis Mundi o «eje del mundo», símbolo ubicuo presente en numerosas culturas cuya idea expresa un punto de conexión entre el Cielo y la Tierra.
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Lirio de los valles en la magistral iconografía de la ermita visigoda de Santa María de Quintanilla de las Viñas, Burgos. Misma flor
que las representadas en Siurana, aunque la calidad de la factura de esta talla permite apreciar claramente la forma de la flor de lis, las hojas, las campanas y hasta las bayas,
debiendo agradecer a Lola Casado Gutiérrez que nos haya
mostrado esta fotografía.
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Respecto de la representación de los apóstoles bajo arcos de medio punto, se debe a que este elemento arquitectónico
reúne en sí dos figuras geométricas que simbolizan respectivamente el Cielo y la Tierra: la circunferencia (sugerida por el arco semicircular) y el
cuadrado o el rectángulo (limitado por las dos columnas, la base sobre las que éstas se apoyan y la línea imaginaria que separaría la semicircunferencia y el cuadrado o rectángulo).
Arco de medio punto, por tanto, símbolo de la cúpula celeste, del Cielo, sobre cuadrado o rectángulo, símbolo de los cuatro elementos, cuatro puntos cardinales, cuatro
estaciones…, símbolo, en suma, de la Tierra. El Cielo sobre la Tierra. El centro no visible de la semicircunferencia se encuentra en el punto medio de la
línea imaginaria que une ambas figuras simbolizando a Dios creador del universo, invisible como el mismo centro pero necesario para la existencia de la
circunferencia y de la Creación (espacio, tiempo, energía y materia).
Los dos apóstoles más cercanos a Cristo son, a su derecha e izquierda respectivamente, Pedro y Juan. Sobre ellos no hay
inscripción de sus nombres, pero tampoco lo necesitan para ser identificados, ya que la postura del brazo derecho de Pedro (cruzado sobre el pecho y con el puño o
canto interno de la mano a la altura del corazón) y lo que parece ser un vaso portado por Juan en su mano izquierda, son claves simbólicas suficientes para
señalarlos. La postura del brazo de Pedro era uno de los saludos característicos de los legionarios romanos, siempre con el derecho porque en el brazo izquierdo sujetaban
el escudo. Es una forma de indicar su apostolado en la Roma imperial. Respecto del vaso que porta Juan (aunque también podría ser un libro, su Evangelio, otro de los
atributos con los que se le suele representar), haría referencia al Vas spirituále, Vas honorábile y Vas insígne devotiónis, tres de los nombres
que recibe la Virgen en las Letanías Lauretanas, pues Juan es el «portador del Vaso» espiritual, digno de honor y de insigne devoción que es María:
«Después [Cristo] dijo al discípulo [Juan]: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn. 19:27).
Quienes han querido ver algún tipo de intención herética en el escultor por representar ocho apóstoles en
lugar de doce, evidencian su desconocimiento hermenéutico, pues en el pasaje que se representa Jesús acababa de elegir a su octavo apóstol, el publicano y
recaudador judío Leví, llamado luego Mateo (en hebreo, Mattan Yah, que significa «don de Dios»). A continuación de ese momento, cuando Jesús los
envía a predicar la Palabra de Dios y curar a los enfermos, son nueve (el propio Jesús más sus ocho apóstoles), de ahí la estrella solar de nueve puntas, emisora
de la Luz del Evangelio.
El análisis de un tipo bíblico o tipología se refiere al estudio de diversos temas, sucesos, personas u objetos del
Antiguo Testamento, que son considerados como «sombra», imagen o prefigura de otra realidad del Nuevo Testamento (antitipo). En este sentido, hay quienes sí
han sabido ver en este tímpano los elementos procedentes de la tradición judía, pero sin embargo han apuntado la posibilidad de que esta iconografía aluda a
conversiones, cuando la emblemática judeocristiana simplemente emplea símbolos extraídos del Antiguo Testamento al objeto de reinterpretarlos a la luz del
Nuevo Testamento, asociando algunas de sus alegorías y figuras a Cristo: el león de Judá, el lirio de los valles, etc. «Allí donde se enfatiza la presencia del lirio,
asociado con otra flor, como la campanilla por ejemplo [en este caso con la rosa de Sarón], se quiere mostrar la soberanía y el destino doloroso y necesario del
Salvador», indica la historiadora del arte y profesora de Antropología Cultural italiana Sara Piccolo Paci en
su obra Rosa sine spina. I fiori simbolo di Maria tra arte e mistica (2015).
En este punto, cabe aclarar que la razón por la que el autor de este tímpano (o autores, pues por detalles estilísticos
estimamos que pudieran haber sido dos artesanos, uno encargado de la parte derecha y otro de la parte izquierda, bajo la dirección de un magíster operis que,
como solía ser habitual, debía ser también un sculptor) realiza la cruz de esa manera, es simplemente porque la composición de la obra no representa a Cristo el
crucificado, sino, como se ha indicado, a Cristo el «médico de almas y cuerpos», de ahí que la cruz aparezca en segundo plano (fondo) frente al simbolismo principal en este caso: Jesús y los ocho
apóstoles que en ese instante de su ministerio tenía (representados todos ellos, pero también alegorizados en los «nueve rayos solares» del eneagrama). Es decir,
Cristo aún no había sido crucificado, pero como símbolo salvífico, la Cruz aparece al fondo como «sombra», como prefiguración de lo que habrá de venir: el Salvador
crucificado... Y es que la Cruz, además de símbolo de la Salvación de
Cristo, simboliza también la vida del cristiano que predica el Evangelio para Salvación y que pone su vida por los hermanos en la fe de Cristo. No es en vano que la cruz se ha convertido en símbolo de sanidad espiritual,
del mismo modo que el mundo la ha convertido en símbolo de sanidad médica.
En conclusión, tenemos una composición de tipología bíblica (tipos y antitipos), con la figura central de Cristo como elemento culmen
y cumplimiento de las Profecías Mesiánicas. Es lógico, por tanto, que las alegorías veterotestamentarias sean duales, pues aluden tanto al viejo Israel
como al nuevo Israel. El Sol naciente alude al León de Judá como símbolo tradicional de la ciudad de Jerusalén, de igual forma que alude a Cristo como el León de
Judá de la estirpe de David; la Luna cambiante alude al nomadismo del pueblo hebreo, del mismo modo que alude a la errabunda misión apostólica; la rosa de Sarón y el lirio de los valles aluden en
el Cantar de los Cantares al rey Salomón, del mismo modo que en la tradición cristiana aluden al Cristo Rey...
Ésta, y no otra, es la razón de la dualidad presente en la simbología de este tímpano, pues nada hace pensar,
porque no hay elemento alguno que así lo indique, en ideas paganas subyacentes o en ocultas doctrinas gnósticas de carácter dualista.
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BIBLIOGRAFÍA:
Jean Chevalier y Alain Gheerbrant: Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona, 2003.
Louis Charbonnau-Lassay: El Bestiario de Cristo, I, José J. Olañeta, Palma de Mallorca, 1996.
Jaime Cobreros: «Reflexiones románicas XVI: Más allá de las formas románicas», amigosdelromanico.org, enero 2009.
Sara Piccolo Paci: Rosa sine spina. I fiori simbolo di Maria tra arte e mistica, Ancora, Milán, 2015.
John H. Walton, Victor H. Matthews, Mark W. Chavalas: Comentario del contexto cultural de la Biblia: Antiguo Testamento, Mundo Hispano,
El Paso, 2004.
Massimo Centini: El simbolismo esotérico, De Vecchi, Barcelona, 2001.
La Santa Biblia, Alfredo Ortells, Valencia, 1988.
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